Cuando se aproxima cada elección a un cargo de elección popular, se da inicio a la batalla publicitaria, los candidatos se esfuerzan por presentar su mejor imagen, sea verdadera o no. Proliferan sus anuncios arrullando bebés, abrazando a niños y ancianos. Hablando de esperanza, de cambio, entre otras acciones más o menos originales para captar toda la atención de los medios de comunicación y, en consecuencia, de la gente.
Las tradicionales estrategias publicitarias han llegado a convencer de tal manera que con frecuencia genera en los electores un sentimiento de culpa, esto al no votar por el candidato que le causa más simpatía o por su recomendado de turno. Se trata de uno de los motivos del porqué ciertos electores sienten solidaridad automática hacia determinado candidato o partido político, hecho que ha conllevado en repetidas ocasiones a elegir a quien no tiene formación ni capacidad para asumir el cargo para el cual se postula a pesar de haber demostrado ser incompetentes en determinados casos. Pero el compromiso autoinfligido por el elector continúa revoloteando en su espíritu en forma de sentimentalismo político.
Con frecuencia la capacidad para gobernar pasa a un segundo plano. El evento electoral se convierte en un concurso de popularidad, la importancia se desvirtúa cuando el principal interés comienza a recaer en la simpatía, el carisma, el poder de convencimiento hacia la masa votante, el poder comunicacional, la extraordinaria capacidad de persuadir con verdades o mentiras, siendo el objetivo del político profesional, la captación de nuevos simpatizantes para el presente o futuro evento electoral.
Cuando me refiero al político profesional estoy haciendo alusión a aquel que vive exclusivamente de la política y no realiza ninguna otra actividad para lucrarse, convirtiéndose de esa manera en el eterno candidato.
Los políticos tradicionales no solamente buscan electores, necesitan gente incondicional, que puedan pensar y actuar a la conveniencia de ellos, porque la gran importancia que tiene el pensamiento crítico representa una amenaza en sus electores, los puede llevar a valorar mejor a un candidato diferente, de forma libre, sin prejuicios, evaluando sus capacidades intelectuales para conducir un país, es decir, la medida de la aptitud, el más apto para el cargo en función de su preparación académica y capacidad para gobernar.
Por lo anterior, resulta inequívoca la importancia de educar a la población para que tenga la capacidad de elegir bajo criterios realistas, mirar con detalle el perfil del candidato, sus capacidades, integridad, la virtud, el mérito, formación, valores, educación y el respeto hacia las leyes y hacia los demás, incluyendo a sus oponentes.
Aquí se encuentra explicada una de las razones del drama que existe en muchos países, especialmente en nuestra América Latina. Se debe hacer un verdadero esfuerzo para sustituir en nuestros pueblos ese fatídico modelo de pensamiento. Se puede lograr, no es una tarea imposible si hay consenso entre los medios de comunicación. No podemos seguir esperando que los cambios sean eventos fortuitos, debemos esforzarnos con entusiasmo y constancia porque sí es posible un mejor país, sí es posible lavarle el rostro a la política. Devolverle a la razón la integridad y la gran responsabilidad que conlleva elegir a quien va a dirigir temporalmente el destino de un país o una pequeña parte de él.
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