En esta época en la que se ha intensificado la crisis de los principios y valores, siento particular orgullo en reconocer la figura de mi maestro Luis María Olaso, profesor de Introducción al Derecho y Filosofía del Derecho, durante mi tránsito por la Universidad Católica Andrés Bello, como ejemplo de sencillez evangélica y faro iluminador, enseñando magistralmente a sus discípulos cuál es el sentido de la vida. Él nunca cejó en el empeño de vigorizar nuestra voluntad, de llenarla de fuerza y energía, para que cumpliéramos lo mejor posible nuestro proyecto existencial.
Todos debemos preguntarnos ¿cuál es el sentido de nuestra vida?
Para responder esta interrogante fundamental nos sumergimos a lo más profundo de nuestro ser e interpelamos por la vocación.
La dinámica de la existencia nos conduce a realizar elecciones absolutas y relativas.
La primera elección es de rango absoluto, primera en el valor, corresponde a la elección religiosa que une al hombre con Dios, la única manera de reunir en torno a sí fuerzas y energías enormes que si no se hace se dispersan. Ella marca el rumbo de una vida. Haber sacado a Dios de los hogares y escuelas ha traído graves consecuencias a la humanidad, como lo que sucede en Europa.
Luego viene otra elección relativamente absoluta: alcanzar y aceptar mi yo concreto, con sus limitaciones y defectos; y pasamos enseguida a establecer la elección de nuestro proyecto fundamental: carrera, matrimonio, lucha social. Este serio compromiso constituye la expresión práctica de aquella elección absoluta. Otras muchas elecciones dependerán de este proyecto existencial.
Toda elección da lugar a un compromiso, el hombre auténtico no se compromete ni de palabra con lo que no puede cumplir: es el que dice lo que piensa y hace lo que dice.
Hay una ley de renuncia. El que se compromete a una acción social enérgica renuncia al confort. El comprometido admite en los demás otras elecciones y compromisos distintos al suyo y los sabe respetar. El valor de la disponibilidad se funda en el afán de quedar libre de todo impedimento para servir y así realizar el ser. Aceptar el riesgo existencial parece una locura, pero resulta el modo de salir de la inautenticidad, el egoísmo y la mediocridad.
El riesgo asumido transforma plenamente una existencia, la llena de sentido, convirtiéndola uno mismo en audaz y creadora. La existencia auténtica se vive apasionadamente. Los tibios, los fríos, no se atreven a tomar riesgos ni a la fidelidad.
La idea es que avancemos por la vida provistos de unos principios y criterios, como los precedentes, para manejarnos en las diferentes y exigentes situaciones; eso sí, afirmando cada quien su voluntad y libre albedrío, escogiendo los propios, para aplicarlos en la construcción de su proyecto de vida.
¡No más prisioneros políticos, torturados, asesinados, ni exiliados!