Quería llegar hasta el pesebre en donde me habían dicho que había nacido el Niño Jesús, por eso subí cargado de regalos sobre cajas de cartón de distintos tamaños, que estaban forradas con papel crepé verde. Allí, tropecé con un pastorcito de yeso medio escarapelado por el tiempo, quien guiaba a un rebaño de ovejas también de yeso y también escarapeladas. Las ovejas, cubiertas por algodón ahora amarillento, habían sido hechas treinta años atrás por las manos de una niña de seis años.
―Pastorcillo! –dije en voz alta– ¿podría indicarme en dónde nació el Niño Jesús?
―Mire, señor, yo tengo años saliendo en este nacimiento y realmente no lo sé. Nunca he podido llegar hasta allá.
―Pero, ¿en dónde queda hasta allá?
―¡Allaaá…! Lo que pasa es que como soy de yeso no puedo levantar la mano, por eso no puedo señalar. ¡Pero es allá! –dijo indicando con la boca– Siga la estrella que está guindando del techo y llegará… ¿Sabe? Le voy a contar algo. Estoy feliz porque tengo la impresión de que este año sí voy a llegar a la ciudad de Belén y por primera vez voy a ver al Niño Jesús.
―Seguí caminando y me topé con una hermosa niña quien, con un barco de papel periódico, jugaba en un lago de espejo.
―¡Hola!, ¿cómo estás? –le dije.
―Hola, Claudio –contestó la niña con mucha familiaridad.
―¿Me conoces?
―¡Por supuesto! Tú eres Claudio Nazoa, el de ¡Coooman hueeevos! Y yo, soy Tuti, tu amiga. ¿Te acuerdas de mí?
―Ahhh… sí, claro, ¡Tuti! Pero tú eres una mujer grande en la vida real.
―Claudio, la vida real es esta… Allá soy una niña grande y aquí, una mujer grande niña.
―No entiendo.
―Te explico. Tú y yo estamos en un cuento de Navidad y buscamos, en este nacimiento el pesebre en donde nació el Niño Jesús.
―Pero, ¿tú eres de yeso?
―Igual que tú. Somos figuritas de un nacimiento que mi mamá Carolina saca todos los años de una caja de cartón. Lo que pasa es que nunca nos habían puesto juntos.
―Pero, fíjate –comenté confundido– yo tanto tiempo pensando que era de carne y hueso y resulta que soy de yeso. Y tú eres una muñequita de yeso que parece de trapo. ¿Crees que de verdad podemos llegar al lugar en donde nació el Niño Jesús?
―¡Claro…! Hace rato pasaron por acá los tres reyes magos y me dijeron que siguiera aquella estrella de papel aluminio que hizo mi tío Antonio.
―Pero, para llegar allá –dije nervioso– tenemos que cruzar este lago de espejo lleno de paticos de goma.
―No te preocupes por eso, Claudio. Yo hice este barco de papel. Móntate conmigo y vamos a la otra orilla. Allí hay aserrín verde y arbolitos que huelen a puro pino. ¡Te va a encantar!
Sin pensarlo, me monté con Tuti en aquel frágil barco de papel periódico que ella conducía como una experta capitana. Cuando llegamos a la otra orilla, vimos a otros pastorcitos de yeso llevando sobre sus hombros ovejas hechas de virutas de madera y algodón, otros llevaban leña y otros, hogazas de pan y jarras de vino. Y sí, era verdad, olía a puro pino.
―¿Adónde van? –le preguntó Tuti a los pastorcitos.
―¿Cómo qué adónde vamos? ¿Es que acaso no se han enterado de la noticia? –dijo con asombro un pastorcito remendado con cinta de pegar– ¡Salió publicado en todos los barquitos de papel periódico! ¡Ha nacido un niño muy importante en aquel pesebre y le llevamos estos regalos!
―Pero, ustedes no se mueven –les dije.
―Ustedes tampoco –contestó otro pastorcito.
―Pero yo siento que me muevo –repliqué extrañado.
Tuti, riendo divertida, me lo aclara todo.
―Claudio, lo que pasa es que mi mamá todos los días del mes de diciembre nos mueve un poquitico y por eso nosotros creemos que caminamos.
―Pero, Tuti… ¡nosotros estamos vivos!
―Sí. Vivimos cada vez que alguien de buen corazón nos mira y nos hace sentir que estamos vivos.
En ese momento se escucha fuerte una voz de mujer y una puerta que se abre.
―Pasen. Miren qué lindo me quedó el nacimiento este año.
―Shisss… es Carolina, mi mamá. –susurró Tuti– Le está enseñando el nacimiento a unos amigos. No te muevas Claudio que se echa a perder la ilusión.
―Fíjense –dice Carolina señalando dos figuritas del nacimiento– esta es Tuti y este es Claudio Nazoa… Voy a arrimarlos un poquito más… el 24 de diciembre, ellos amanecerán dentro del pesebre… Déjenme acercar también a los reyes magos y a este pastorcito, aunque no lo crean siempre olvido moverlo a él, pero este año por fin lo pondré frente al Niño Jesús.
―Viste, Claudio, –susurró Tuti– ¡esa es mi mamá y no sabes cuánto la amo! Ella, mi familia y sus amigos, son quienes cada año nos dan vida.
―Qué increíble, Tuti, y qué bonito descubrir que tú y yo somos figuritas de un nacimiento.
Muchas luces, durante varias noches, se prendieron y apagaron llenando de colores el ambiente. Cuando menos lo pensamos, Tuti y yo estábamos frente a una casita más chiquita que nosotros. Allí había un corral en donde unos cochinos de corcho y de palillos más grandes que la casa reían emocionados mientras comían una manzana de plástico.
―¿Será aquí? –le pregunté a Tuti.
―Nooo… aquí no es –Tuti, muy segura, señaló hacía una casita muy humilde hecha con paletas de helados y techo de paja de escoba vieja. Afuera, tres elegantes reyes magos, junto a tres camellos, esperaban impacientes para entregar sus regalos al niño recién nacido.
―¡Es allí! –dijo emocionada– llevo 30 años, desde que era una niña de 6, viniendo a este sitio… y tú también.
―¿Yo? –contesté sorprendido.
―¡Sí! Tú también –repitió con énfasis.
―¿Y por qué no me había dado cuenta?
―Porque no me conocías. En este nacimiento yo soy la única que sabe que todos somos figuritas que ha puesto mi madre durante todos y cada uno de los años de mi vida.
Tomé a Tuti de la mano y juntos, poco a poco, nos acercamos hacia donde estaban la mula y el buey. Allí, iluminados con una luz especial, vimos a la Virgen María, a San José, y a un pequeño y hermoso niño que acababa de nacer. Mientras, Carolina y Antonio, hacían llover escarcha sobre ellos y nosotros.
―Por ese niño que ves allí –dijo Tuti– todos los seres humanos dejamos de ser figuritas de yeso, plástico, trapo y corcho, para tener un corazón de verdad que cree en la Navidad y en la gente buena,
―Tienes razón, Tuti. Gracias por dejarme ser parte de esta historia tan bella.
Me acerqué a Tuti y la abracé. En ese momento llegó Carolina. Ya no éramos de yeso. Ya no éramos figuritas del nacimiento. Estábamos afuera, en la sala de la casa de Tuti. Su madre, sonriendo, siempre sonríe aunque esté triste, me ofreció una copa de vino tinto y dijo:
―Tuti, ¿le enseñaste el nacimiento a Claudio?
Tuti, con voz dulce, me susurró al oído su hermoso secreto.
―Claudio, recuerda que en esta vida yo soy una mujer chiquita con la dulzura y el corazón de una niña que, y eso será para siempre, jamás dejará de creer que existe el Niño Jesús.
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