OPINIÓN

El samurái andrógino 

por Eugenio Fouz Eugenio Fouz

“Tengo el ala clavada por cien clavos» (César Vallejo).

No estamos contentos. Ponerse de acuerdo resulta difícil. En este país nuestro hay gente a la que casi todo le parece mal. El pasado viernes, 23 de julio, comenzaron los Juegos Olímpicos de Tokio a las 8:00 pm (hora local en Japón). A pesar del hecho de vivir la experiencia ahora mismo, este año 2021, sí hemos resuelto denominarlos Tokio 2020 porque iban a celebrarse el año pasado. Otros escribirán acerca de los juegos, los vencedores y los podios, yo quiero tratar algo anecdótico, previo a los Juegos Olímpicos.

Un equipo de dibujantes japoneses, entre ellos Kamaya Yamamoto, decide crear anime samurai –guerreros adolescentes– para la difusión del espíritu olímpico de cada uno de los países que asiste a los Juegos de  Tokio dotándolos así de un toque oriental, japonés. Según leemos en la crónica de la corresponsal de la BBC en Tokio  Sofia Bettiza («Tokyo Olympics: Japanese artists reimagine countries as anime samurai«; BBC.com/ Tokyo, July 2021), los artistas japoneses reinventan a los países participantes en personajes anime samurai. En la crónica, Bettiza explica que los dibujantes estudian la historia y las banderas de cada nación antes de elaborar su retrato arquetípico.

Pues bien, casualidad o no, la primera de las figuras compartidas en el enlace de la BBC muestra el ícono elegido para España y Sri Lanka. Dos guerreros erguidos de corte oriental. El rubio guerrero ceilanés (a la derecha)  ofrece una postura serena. Su mano izquierda descansa en el puño de lo que podría ser un sable o gran espada curva odachi. La otra mano levanta una copa o algo parecido a un recipiente o amuleto. Aunque no se ve en la imagen, un cachorro de león pasea pacífico junto a sus pies.

Por otro lado, el samurái español (a la izquierda) tiene el pelo negro que cae en tiras sobre las orejas y el pelo largo recogido en una coleta como una mujer. Los colores rojo y amarillo de la bandera española predominan en su indumentaria. A mí me gusta el rostro andrógino del samurái español, una mezcla de «bishonen» (joven hermoso) y «bishojo» (joven hermosa) propios del anime japonés. El gesto y la pose del ambiguo jovencito que nos mira desde el azul de sus ojos recuerda a una bailaora de flamenco, con la muñeca girada hacia sí misma, y oh, la mano siniestra sostiene una muleta de torero o torera.

La imagen de la crónica subrayada por un pie de foto que explica el descontento al que me refería ahí arriba: «Spain’s character underwent a second attempt after some negative feedback, while Sri Lanka’s proved popular» (el personaje español fue sometido a un segundo intento después de recibir comentarios negativos, mientras que el de Sri Lanka resultó popular). Imagino los comentarios desfavorables a la imagen femenina (el macho español e ibérico), el aire flamenco (no somos todos bailarines), torera (no al maltrato animal); pero también imagino los votos favorables al personaje actual. Afortunadamente no siempre es así.

A los españoles nos caracteriza el desacuerdo, la disidencia y el inconformismo. Nunca llueve a gusto de todos. Lo que para unos significa un acierto o algo hermoso, para otros es un esperpento. Al contrario que los franceses que ven en lo suyo lo mejor, a nosotros, los españoles, nos sucede que nos cuesta vernos y, sobre todo, ver lo bueno en lo que somos.