Su vocación es aplastar sin miramientos. No entienden de otra cosa que no sea la de reventarles las costillas al adversario, sin duda son la peor demostración de incivilidad de nuestra historia contemporánea.
Hasta el régimen tiránico de Marcos Pérez Jiménez llegó a mostrar alguna consideración por ciertos personajes políticos, pero con la actual felonía no existe el mínimo rasgo de querer una convivencia. Son el rencor incubado durante décadas en seres mediocres, envenados por un odio profundo por la sociedad democrática. Se sostienen en una revancha contra la vida y las instituciones libres.
El veneno que corre por sus venas los hace diabólicos especímenes que conducen al país hasta el desastre, que seamos un campo de exterminio general no les importa, al contrario, auspician la crisis para ganar ventaja entre ciudadanos desperdigados; los que están hartos de ver cómo se desbaratan las esperanzas entre políticos que responden al juego asqueroso de estos rufianes.
Libran una guerra suicida defendiendo unos arcaicos principios, que solo tienen respaldo en gobiernos criminales. Son los adeptos de cuanto disparatado enfile baterías en contra de los valores que enaltecen al hombre. Sus inspiradores son los peores ejemplos. Es la distorsión de los valores la que les da aliento para proseguir con la obra de la cizaña.
Las cosas que han hecho con el país están a la vista. No se necesitan grandes análisis para entender que estamos viviendo el horror. La decadencia manifiesta en la realidad nacional nos volvió una nación vulnerable. Somos el epicentro del negocio del narcotráfico internacional, socios del terrorismo y auspiciadores de las peores causas.
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