OPINIÓN

El rompecabezas global

por Asdrúbal Aguiar Asdrúbal Aguiar

Imaginando las características del Nuevo Orden Global pasada la cuarentena, cabe decir que el derecho a la vida se ha jerarquizado sobre el resto de los derechos, a pesar de que una sociedad relativista hasta ayer intenta disponer de la misma vida, sea para crearla, sea para destruirla en su génesis o al considerarla inútil. En la circunstancia sobran quienes desde el atalaya del poder se escudan tras la vida para afirmar sus autoritarismos, negadores de la misma vida con dignidad.

La pandemia muestra, así, dos variables que buscan sobreponerse y exacerban sus realidades. Las erige como entes. Una es el ecosistema digital, que le permite al mundo funcionar mientras las gentes medran en sus encierros. La otra es la naturaleza, que avanza y desafía al hombre que la habita, casi reclamándole se incline y mire hacia la Tierra, no más hacia el zenit que alberga a los dioses pues le hace creer que es el dios de lo creado.

Se trata de un fenómeno extraño. Los símbolos de la precariedad y la genialidad se juntan cómplices –el hábitat y el andamiaje digital– para desplazar al genio finito que es el mismo hombre.

El asunto no es nuevo. Adquiere relieve bajo el coronavirus. Las narrativas pugnan desde la Gran Ruptura en 1989 –el final de la experiencia del socialismo real y el ingreso del mundo a la sociedad de la información– y al iniciarse la larga transición que culmina en 2019 con un Gran Frenazo.

La masacre de Tiananmén (China) impone el capitalismo dictatorial y amaga la libertad y la violencia destructiva del Caracazo muestra al hombre como disoluto e irresponsable, ávido de protectores. Son ambas las premisas del Foro de São Paulo (Sao Paulo, 1990, y México, 1991) y sus propuestas revisionistas: recuperar las identidades culturales e históricas de los pueblos, y lograr la “preservación del medio ambiente, …, por las nacionalidades y etnias que sufren la opresión y discriminación de nuestras sociedades”. Es su respuesta al orden global, mientras sus socios denuncian anticipadamente que Estados Unidos y el Occidente alegarán como “coartada” la lucha contra el narcoterrorismo para acallarlos.

La Declaración del Milenio de la ONU (2000) acto seguido fija como paradigmas el respeto a la naturaleza y la responsabilidad común de los gobiernos en la gestión económica y social del mundo. Mas la periodista Flora Lewis, testigo de la mesa que la precede advierte que el debate entre los gobernantes se redujo a presentar al “Occidente contra el resto del mundo”. Papa Ratzinger, antes de su renuncia, advierte el peligro de que este se avergüence de sus raíces judeocristianas.

El terrorismo de origen musulmán destruye luego los cimientos del Derecho Internacional con sus ataques a las Torres Gemelas de Nueva York (2001), a Atocha en Madrid (2004) y a Londres (2005). Deja a la vera 3.250 víctimas y 8.540 heridos.

Hugo Chávez, quien ejerce el poder en Venezuela con el apoyo sincronizado de Cuba y el mundo árabe hace propia la premisa del Foro. Condena que Estados Unidos pretenda “romper principios sagrados de soberanía de los pueblos” como reacción ante el terrorismo. Y a la sazón José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del gobierno español, beneficiario de los atentados, propone ante la ONU resolver a través del “diálogo, la tolerancia y el entendimiento”. Junto al presidente turco Recep Tayyip Erdoǧan plantea la Alianza de Civilizaciones en 2004, a fin de diluir el sentido humano del Diálogo de Civilizaciones propuesto por Mohammad Jatamí en 1998 ante el choque predicho por Samuel Hungtinton.

La ONU, tras el estira y encoge cristaliza la idea de la Responsabilidad de Proteger (R2P) ante los “crímenes de guerra, la depuración étnica y los crímenes de lesa humanidad”. Un lustro después, sensiblemente, el presidente Barack Obama se suma a la Alianza de Zapatero y Erdoǧan.

La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, pasado otro lustro invisibiliza en la práctica a la democracia y al Estado de Derecho y sitúa como ejes del orden esperado “un mundo donde la humanidad viva en armonía con la naturaleza” y en el que “la interconexión mundial brinde grandes posibilidades para acelerar el progreso humano”.

El debate acerca el calentamiento global –que desaparece ante la resurrección de la naturaleza bajo el coronavirus– y la violencia popular sin discurso compartido pero direccionada hacia los “sólidos” de la modernidad y creencias occidentales ocupan la antesala del Gran Frenazo, desde Santiago de Chile hasta Hong Kong. La prensa prefiere hablar de la “violencia económica”, “sexual” y de “género”, “doméstica” como “psicológica”, o el “acoso” o el “ciberacoso”.

A todas estas, el Foro de São Paulo junto al Partido de la Izquierda Europea, a mediados de 2019 ratifican desde Caracas su narrativa. La explotan sobre las redes. Consideran a la Unión Europea incapaz para “que sea respetuosa de la naturaleza” y reclama el derecho de los migrantes maltratados y humillados por Estados Unidos, tanto como se compromete a sostener “una pedagogía comunicacional” para enfrentar al capital financiero que busca controlar la tecnología para establecer un “consenso social” permeable a sus intereses.

Que papa Francisco, en medio de la pandemia, declare: “No estamos más en la cristiandad… no somos los más escuchados…” o que rescate de la literatura indígena y neomarxista el “buen vivir” para que el hombre se metabolice con la naturaleza y ajuste su libertad a las leyes de esta, es una redundancia.

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