Que el destino no hace acuerdos, reza un poema de Jorge Luis Borges. Las casi seiscientas páginas de la autobiografía de Juan Manuel Santos, recién publicada y promocionada, esta vez con la ayuda de un abonado lameculos a quien le hacen ruido las cosas al caer, así lo confirma. Porque La batalla por la paz, más que un recuento veraz del transcurso y apuros para confeccionar la retorcida componenda entre Timochenko, jefe de la banda criminal FARC y un Juan Manuel Santos desautorizado y vencido por el pueblo de Colombia en el plebiscito (La soberanía reside exclusivamente en el pueblo, del cual emana el poder público) del 2 de octubre de 2016, es un extenso recuento de sus intrigas y trapisondas, demostrando a sus parientes que, a pesar de ser un segundón desheredado, se haría multimillonario y otearía el olimpo, intentando elegirse secretario general de Naciones Unidas en reemplazo del coreano Ban Ki-moon, para lo cual había mercadeado con una política noruega, alta funcionaria de la petrolera estatal Equinor/Statoil y sus empleados, un Premio Nobel de Paz el 10 de diciembre de aquel año. El mismo poema de Borges dice que “suelen al hombre perder la soberbia y la codicia”. Santos es la llaga viva dantesca de sendas simonías.
Los Cárteles de la Toga colombianos
Dividido en 5 apartes y 38 capítulos, La batalla por la paz es también un recuento del surgimiento de los grupos subversivos, creando para los lectores un contexto histórico previo a los diálogos con la banda criminal en La Habana, conversaciones ultrasecretas en las cuales se pactaron alianzas que hoy sirven para chantajear a las cortes de justicia y mantienen contra las cuerdas al propio Juan Manuel Santos, que debe mover ficha cada vez que alguno de sus protegidos se ve amenazado.
Luego se ocupa de episodios como la campaña presidencial de 2010, que por poco pierde de no haber mediado Álvaro Uribe, incluso dejando que imitaran su voz en las propagandas de la campaña santista, a manos del corrupto y desquiciado lituano colaborador de las FARC; justifica su voltereta ideológica respecto de Chávez, contra quien había escrito más de un centenar de artículos y luego convirtió en su nuevo mejor amigo; su enigmático entendimiento con Rafael Correa, que el diputado Fernando Balda explica acusando a Santos de colaborar en su secuestro para entregarlo al ecuatoriano, después del ajusticiamiento de Raúl Reyes; y el vil asesinato de Alfonso Cano, entregado por Catatumbo y Márquez, escoltado apenas por un par de perros, Conan y Pirulo,y casi ciego. Se sabe que fue capturado vivo y Santos dio la orden de ejecutarlo mientras veía el todo en una pantalla gigantesca. Algo había tenido que aprender Santos de su camarada Obama.
La parte final recuenta la campaña releccionista de 2014 cuando inventó un hacker para destruir a Oscar Iván Zuluaga, y su apuro por pactar con la banda terrorista antes que se venciera el período del secretario de Naciones Unidas Ban Ki-moon; la pérdida y el robo del plebiscito; su entrega total a las FARC para ganar el Premio Nobel y el vergonzoso discurso plagado de mentiras que selló el raponazo del galardón, prometiendo regalar el importe a unos pobres, cosa que tampoco nunca hizo.
Juan Manuel Santos, patrono de los corruptos colombianos
Un buen trecho de estos anales esculpe su efigie de estadista predestinado a dar “paz” a Colombia, con la ayuda, no confesada, de hechiceros reclutados por esa gran lechuza que fungió de ministra de sapiencia los ocho años de su mandato. César Gaviria, aparejador de la cárcel de Pablo Escobar donde asesinó y empaló a los hermanos Fernando y Mario Galeano Berrio, luego de la creación de una constituyente que borró de la carta la extradición, lo hizo ministro y designado a la presidencia, a cambio de protegerle los años por venir, de filtraciones sobre sus gustos carnales y económicos en la gran prensa.
Santos no se cansa de enumerar nombres de personajes con quienes, dice, haber entablado asuntos. Hay un desfile melancólico de profesores de universidades famosas y de países que, como Suráfrica o Irlanda, y otros donde hubo guerras intestinas. En ellas se va encontrando con Fulano, con Zutano, todos ellos Libertadores de sus repúblicas a cambio de nada, solo de la gloria. Su inmensa alma es capaz de reunir los más temibles asesinos con bienaventurados. A Raúl Reyes y Víctor Carranza con un tal Rodrigo Rivera y ese justo mártir del calvario de la pulcritud, Antanas Mockus. Lentamente vemos emerger la estatua que se erige a sí mismo, él, que es Churchill, él, que es Mandela, él, la misma esencia del premio Nobel de Paz; él, que va a ser pronto George Catlett Marshall porque, decimos nosotros, nunca desearía correr la suerte Dag Hammarskjöld, aun cuando la mereciera.
Luego viene su ininterrumpida cadena de perfidias a la diestra y la siniestra. Se reúne con Carlos Castaño, otra vez en compañía del funesto Alvaro Leyva, quien le acompañará sin duda hasta la tumba, a fin de derrocar a Ernesto Samper, a quien encuentra debilitado por sus vínculos con la mafia, pero sostiene que está a la búsqueda de la paz con las FARC. Lo ha desmentido por enésima vez el propio Samper hace poco [06/05/2019]: “Se trata de la conspiración que organizó Santos contra mi gobierno alrededor de un supuesto proceso paralelo de paz… en la cual trataba de convencer a Raúl Reyes de que aceptara, como parte de su mesiánico plan, la exigencia de mi retiro del gobierno para dar paso a uno de transición que, suponíamos, deseaba encabezar el propio Santos”.
Las FARC se declaran pobres de solemnidad
A continuación, se concede la idea de la fracasada paz del Caguán, que él llama, luego de compararse con el famoso general norteamericano, “Un plan Marshall para Colombia”, del cual se desmarca olvidando que en una carta, a la Comisión Nacional de Conciliación en 1997, había sugerido la creación de la zona de distensión: “Una vez integrado el gobierno, el señor presidente, en su condición de director de fuerza pública y Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas de la República, procedería a ordenar el despeje de una área previamente acordada del territorio nacional en conflicto, o lo que es igual, a efectuar el retiro de la fuerza pública del espacio geográfico predeterminado. Esta área se convertiría en zona de distensión y diálogo a fin de facilitar, con plenas garantías y total seguridad, el encuentro de representantes del gobierno, del Congreso, de la sociedad civil y de la Comisión de Conciliación Nacional con los insurgentes”. Y señala que gracias a que Pastrana lo nombró ministro de Hacienda, la gobernabilidad en ruinas del presidente, pudo salvarse.
Entonces se transfiere el Plan Colombia, porque como ministro de Pastrana, “Me propuse dotar, a las fuerzas armadas, del presupuesto mínimo para aumentar y profesionalizar la correlación de poderío y capacidad bélica que comenzara a inclinarse a favor del Estado”. El PC, que duró unos 15 años, fue ideado por Pastrana y Clinton. Hasta 2016, cuando fraguó la componenda Santos FARC, se había invertido unos 9.600 millones de dólares del gobierno americano más otros 131.000 millones de dólares del gobierno de Colombia, que había logrado, con los cultivos ilícitos, reducirlos a unas 40.000 hectáreas. Hoy son 208.000 las hectáreas de esos cultivos, gracias al pacto de La Habana y al Cartel de la Toga, que, en manguala, entre la Corte Suprema de Justicia y la Constitucional han prohibido la erradicación con fungicidas fomentando la producción de miles de toneladas de coca. Las FARC nunca entregaron las rutas, ni los cristalizadores, ni las caletas con dinero, ni han reparado a las víctimas de sus crímenes y han seguido delinquiendo, como lo demuestra el caso Santrich y las ausencias de Iván Márquez, el Paisa y otros comandantes.
Santos elude en estas memorias el hilo conductor de sus ambiciones para llegar hasta la Secretaría General de las Naciones Unidas, pero se ocupa de dos de sus más groseras trapisondas para obtener el Premio Nobel y luego dar el salto definitivo, que el referéndum de octubre de 2016 frustró: el asesinato de Alfonso Cano, negociado con el verdadero jefe de las FARC, Pablo Catatumbo, y la entrega del trabajo de Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo, a los abogados de Catatumbo, en la cabeza del mamerto Enrique Santiago y ese enfermo crónico de codicia Roy Barreras, diseñadores de la Jurisdicción Especial para la Paz, una Corte para demoler las Fuerzas Armadas, desprestigiarlas y desmotivarlas, encarcelar a Álvaro Uribe, y al servicio de la facción FARC-IANA que comanda el guardián de los secretos de la reelección de Santos y los ingresos de los dineros de Odebrecht a su campaña.
Enrique Santos y Timochenko deciden crear la Justicia Especial
Todo plagado de mentiras: Que la paz que él firmó es sin impunidad, que las FARC han dejado de existir, que a su campaña nunca entró dinero de Odebrecht, que la JEP no da impunidad a nadie, que habrá cárcel para los máximos responsables de las FARC, que para negar la extradición del turco Walid Mackled a Estados Unidos no hay tratado con ese país, pero que para solicitar la de Andrés Felipe Arias a Colombia si existe, que el cese al fuego con las FARC fue perfecto, que en su gobierno no hubo un solo funcionario preso por corrupción, que los guerrilleros de las FARC no iban a recibir sueldos de 1,8 millones de pesos, que muchos países van a adoptar la JEP por él pactada, que las llamadas circunscripciones para la paz son para favorecer a las víctimas y no para que las FARC tengan 26 votos en las cámaras, que las FARC entregaron todas las armas, que las FARC están en bancarrota, que los beneficios de su paz se verán en meses y no en años, que los jefes de la banda criminal no tendrían curules gratis, que los partidos de izquierda nunca hicieron parte de su gobierno ni los sobornó día y noche, que las FARC están desarmadas, que los cabecillas de la banda no tendrán amnistías por violaciones y reclutamiento de menores, que él nunca ha traicionado a Álvaro Uribe, que si no firmaba la paz con las FARC habría guerra urbana, que si no ganaba el plebiscito renunciaba, que Colombia está creciendo luego de su paz al 8%, que él es el peor enemigo que tienen las FARC, que él no iba a negociar nada que el pueblo colombiano desaprobara, etc., etc. 586 páginas de marrullas.
Sería dispendioso y agobiante refutar de conjunto las “verdades” que Santos incluye en sus memorias. Para comprobar que todo lo que hizo fue contra Colombia y a favor del grupo terrorista, baste copiar una parte de las respuestas que Timochenko dio a un grupo de periodistas el 14 de julio de 2018, donde anuncia el comportamiento de las cortes de justicia para con ellos, como ha sucedido en las últimas dos semanas, cuando la JEP dejó libre al narco Santrich, “porque no pudieron determinar la fecha de sus delitos” y la Corte Suprema confirmó la medida diciendo que era Senador, sin haberse posesionado nunca. Santrich ya libre, ha declarado a todo el mundo, que él nunca podrá ser extraditado a los Estados Unidos. No dice por qué. Sabe más del diablo por viejo que por diablo.
“Este es un tribunal único, dijo el patriarca de la banda. Una experiencia única en el mundo, creado por los mismos insurgentes, en que los mismos insurgentes contribuyeron a su creación para someterse a ese tribunal. No hay antecedentes en el mundo en ese sentido. Yo decía incluso cuando me tocó presentarme y lo quiero reiterar aquí, ante la opinión, ante los medios, la emoción que sentí de ver plasmado ya en la práctica eso que fue tan duro, tan difícil de construir en La Habana. Y yo les quiero recordar a todos sobre ese tema que cuando no salíamos, cuando no se lograba un acuerdo en la mesa, el presidente envió a su hermano Enrique Santos Calderón a conversar conmigo para buscar una salida. Y fue en esa reunión donde decidimos lo de integrar una comisión de seis, tres nombrados por la guerrilla y tres por el Estado. Y, hete aquí donde surge este sistema integral de verdad, justicia, reparación y no repetición. Y estamos creando derecho, un nuevo derecho que es ejemplo para el mundo y que va a ser una referencia que yo creo que es el legado más importante que le podemos dejar al mundo”.
Y Álvaro Uribe confirmó el 31 de mayo pasado por qué tenía razón el asesino y narcotraficante: “El gobierno Santos prometió que no elevaría los acuerdos de La Habana a la Constitución, incumplió su promesa, los elevó y la conmoción interior no puede suspender la Constitución.”
El último número de la revista Semana trae en su portada la imagen del criminal, convertido ahora en héroe. Colombia se hunde.