Hoy, en una Venezuela exhausta y depredada que colapsa en tiempo real, el liderazgo no pasa de ser una quimera. Lamentablemente los grandes partidos opositores, convertidos en carapachos por sus propios dirigentes y por el régimen no tienen, ni tendrán por un buen tiempo, la posibilidad de recuperarse para ser factores de decisión y poder en Venezuela. El régimen se ha aprovechado de las falencias internas provocadas por quienes los han manejado como franquicias personales para garantizarse cotos hegemónicos y provechos en una que otra prebenda.
La recuperación del país no está a la vuelta de la esquina. El país necesita que esas organizaciones dejen de ser sopas de letras con sus propios mundillos de pocas satisfacciones para el colectivo, pero de muchas intrigas y mezquindades; así como de pequeñas y grandes tiranías internas. Hoy varios de esos partidos carecen la autoridad política y moral para echarle en cara al chavismo su hegemonía, totalitarismo, despotismo y hasta deshonestidad a los chavistas cuando emblemáticos dirigentes opositores adolecen de esos mismos males y se niegan a cimentar sus organizaciones con valores y principios verdaderamente democráticos internos en los que haga gala la renovación natural de su dirigencia y se rindan cuentas a su militancia por sus desempeños. De esas precariedades se ha nutrido un régimen que teme a los fuertes, pero avasalla e irrespeta a los débiles; así causa estragos en los distintos niveles de dirección de los partidos políticos, anulándolos como instituciones al servicio del bien común. De allí que el ejemplo deba empezar por casa.
Su reconstrucción ha de ser fraguada por líderes venezolanos desprovistos de motivaciones subalternas. En la actualidad, dentro de Venezuela, con la excepción de María Corina Machado, Antonio Ledezma y otros pocos dirigentes nacionales, regionales y locales, no existe una auténtica dirigencia deslastrada de desmedidos personalismos y ambiciones.
Y es que el mal de la antipolítica que esto genera no es atribuible a las masas populares que por el contrario ansían un liderazgo real, coherente y eficiente que las encamine por la senda correcta, sin dobleces ni segundas intenciones, con temple y coraje para el logro. La gran mayoría de los partidos ha estado en mora con su propia militancia y también con sus dirigentes locales más vinculados con el ciudadano de a pie.
El sustrato popular y la activación de cuadros dirigenciales alternaron su rol protagónico en la escena política del periodo democrático que lideraron por 40 años AD y Copei. Esa versatilidad se fue perdiendo en la medida de la desconexión, que la hubo cuando dejaron de ser percibidos como posibles factores de poder en el país.
Una nueva realidad impuso condiciones distintas y por ello derivaron en pequeños aparatos o partidos bisagras destinados a sobrevivir con nuevos pares en coaliciones opositoras de corto vuelo. Los hechos del 11 de abril de 2002, las parlamentarias de 2015 y los acontecimientos que dieron vida al interinato en 2019, fueron políticamente subutilizados, en ninguna otra oportunidad han podido encarnar otras reales opciones de gobernanza; esos intentos se han diluido en una dinámica demoledora que los ha llevado al repliegue impotente o a un estado vegetativo persistente.
En estos términos difícilmente se podrá lograr que la oposición venezolana tenga la unidad de propósitos y estrategia para sacar a Maduro, como lo sugiere Felipe González. Su déficit muscular no les permite imponer la agenda para unas míticas elecciones presidenciales y parlamentarias con libertad y condiciones imprescindibles que planteó el ex mandatario español.
No nos extrañe que las elecciones parlamentarias del régimen y la puesta en escena de la instalación de ese Parlamento, impongan -bajo otros parámetros- la necesaria y sincera reconstrucción de las organizaciones partidistas opositoras, aun con la convicción de que esas condiciones señalan una ruta escabrosa y de largo aliento. Los partidos serán espacios vedados y por ende de dirección riesgosa; prácticamente se tendrá que reconstruir una oposición en condiciones de resistencia.
Tomar el testigo del liderazgo no será fácil, a quienes les corresponda tendrán que asumir el reto como lo asumió Churchill con sus célebres y crudas palabras ante la Cámara de los Comunes, el 13 de mayo de 1940 “Nada puedo ofrecer aparte de sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor” .
Solo así, con ese esfuerzo titánico, será tangible el respaldo de determinantes factores internos y un respaldo internacional que iría más allá de las sanciones y la retórica. Para comenzar contarían la materia prima de un descontento generalizado que haría recular al régimen. Al país le urge tener liderazgos y partidos que sean verdaderos referentes en la lucha por la democracia y la libertad.
@vabolivar
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