En tiempo de crisis se esgrime el tema del relevo generacional, como una panacea, sin pensarse en la idea de su coexistencia. En la Venezuela republicana ha sido una constante, a partir de 1928, cuando los estudiantes de la Universidad Central de Venezuela, hicieron de una fiesta, la más interesante jornada cívica del siglo XX. Con el tiempo, uno de sus integrantes, Rómulo Betancourt, la vería retratada en el personaje Santos Luzardo en la novela de Rómulo Gallegos Doña Bárbara.
«Su carácter le forjó el tropel de una generación animada de firme conciencia de su fuerza y de su destino. Universitario, abogado, hombre versados en ciencia y en filosofía, no intenta desarraigarse del ambiente y emigrar a Europa, con una libra de diplomático en las valijas, al adquirir el diploma doctoral. Retorna a la llanura nativa. Regresa al cariño de la tierra, a la llanura venezolana».
Ortega y Gasset la calificó en su ensayo La idea de generación como: «Una sensibilidad vital que son decisivas en historia y se presentan bajo la forma de generaciones» que «en todo momento el hombre vive en un mundo de convicciones, que conviven en una época: es el espíritu del tiempo».
De lo generacional se ha escrito mucho y el doctor José Rodriguez Iturbe en su libro El reto revolucionario (1969) nos habla de: ..»La generación Auroral (1810) las generaciones de la tragedia (1828-1935…La generación del rescate (1928,1936) la generación del 36 y la del 58 como la del cambio y victoria…
«Donde la juventud de AD se desboca… no le dio tiempo al tiempo el MIR brilla hoy menos que un fósforos».
Ramón Escovar Salom dejó escrito que: «Gran parte de las características del proceso político que se inicia a raíz del derrocamiento de la última dictadura venezolana en 1958, está vinculada al conflicto generacional. Diversas divisiones han surgido en el seno de los partidos políticos, en algunas ocasiones por la rivalidad generacional que por fundamentales controversias ideológicas». Allí está la dirigencia juvenil de las décadas de los sesenta, ochenta y noventa del siglo XX, hasta aparecer la «Diente Roto» que pintara don Pedro Emilio Coll. Se trata, de la no inverosímil historia de un joven, evidentemente de la generación del siglo XXI. Un tal Juan Peña, guapetón de barrio, a quien le rompieron un diente y para cuya recuperación se distraía pasándose su lengua por el molar que preocupaba a su madre, hasta que el médico le dijo: «Estamos en presencia de un caso fenomenal: su hijo de usted, mi estimable señora, sufre de lo que hoy llamamos el mal de pensar; en una palabra, su hijo es un filósofo precoz, un genio tal vez…Creció Juan Peña en medio de libros abiertos ante sus ojos, pero que no leía, distraído por la tarea de su lengua ocupada en tocar la pequeña sierra del diente roto —sin pensar…Pasaron meses y años, y Juan Peña fue diputado, académico, ministro, y estaba a punto de ser coronado presidente de la República, cuando la apoplejía lo sorprendió acariciándose su diente roto con la punta de la lengua… Y doblaron las campanas, y fue decretado un riguroso duelo nacional; un orador lloró en una fúnebre oración a nombre de la patria, y cayeron rosas y lágrimas sobre la tumba del grande hombre que no había tenido tiempo de pensar». El no pensar por el país sino ¿en el cuánto hay para eso? es característico de una generación clientelar a la imagen y semejanza del Diente Roto de Pedro Emilio, resultando que ahora, el doctor Leomagno Flores, presidente Honorario de Accion Democrática, revive el tema del «relevo generacional» y nos imaginamos de los «Dientes Rotos» que no, a su generación de los años setenta, la ignorada, precisamente en nuestro partido, habiéndose preparado honesta e intelectualmente, incluyéndote a ti, a Héctor Alonso López, Antonio Ledezma, Domingo Alberto Rangel, Rafael Quiroz, Eduardo Morales Gil, dentro y fuera, mis paisanos, los Ramones Aveledo y Escovar León y muchos más, salvo la generación CLAP y la clientelar de Juan Guaidó, Capriles Radonski, Ramos D’Agostino, Borges, Leopoldo López y Rosales. Al respecto, debe quedar claro, que el relevo generacional no se decreta, se da, se promueve, porque no se trata del «calendario», como dijera Rómulo Betancourt.
¡Te suicidaste Leo!
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