Hace unos días, el exministro de Asuntos Exteriores del gobierno de Rajoy, García Margallo, presentó en el Cercle de Economía su último libro España en su laberinto. Sus reflexiones nostálgicas me impactaron al extremo de imponerme una reflexión desafiante. “¿En qué momento se había jodido el Perú?” se interroga el personaje Santiago Zavala en la novela de Vargas Llosa. Un interrogante que fluctuaba en el discurso de García Margallo, sin duda uno de las cabezas más brillantes del centro-derecha español.
Confirmo que me duele –y mucho– una pregunta semejante, cuando desde los males de España que Ortega y Gasset ya analizó en sus ensayos: La redención de las provincias y España invertebrada 90 años atrás y todo apunta a una regresión a idénticos escenarios. Un reverso de país obcecado por recordar viejas –y ojalá lejanas– peripecias del odio, la incomprensión, la lucha de clases, el exceso doctrinario, la ausencia de respeto al otro… en fin, todo aquello que vivieron nuestros abuelos y que los necios de hoy parecen empeñados en repetir.
No encuentro en mi experiencia vital un precedente semejante de estupidez humana, aunque Herodoto ya avisaba hace más de dos milenios atrás, que “los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”, en una paráfrasis de Ortega y Gasset sobre la advertencia del sabio clásico griego. Si de necios es cometer errores ya sabidos, más insensato es repetirlos. Si fuimos sabios y generosos en la Transición, ¿por qué ahora nos dejamos arrebatar por tan majaderos líderes, tan mediocres políticos? A mi entender es la peor clase política desde los años del Plan de Estabilización de Ullastres en 1959.
En 2004 en un Congreso de Mujeres Católicas en Roma, desarrollé una ponencia sobre la nueva estrategia marxista tras la implosión del sistema soviético y el comunismo de 1989. En mi teoría, apuntaba que el neomarxismo ubica a la mujer en el nexo revolucionario acotado sobre la clase obrera. Su confrontación seguiría siendo idéntica, pero con el conflicto de los sexos como causa operativa. Lógico: si cambia la conciencia e identidad de la mujer, cambia la familia y la sociedad. No existe un poder más revolucionario que la mujer en acción, y el feminismo desafía los límites de la biología y de la antropología. Y es exactamente la convulsión que a la que da sentido Pablo Iglesias y sus postulados de postadolescentes desatados.
El pésimo gobierno que desquicia España actualmente es el factor más inquietante de lo que puede venir, y apunta en el horizonte gracias a esa decadencia de los valores que parece acompañar una oposición limitadamente consistente y afectada del relativismo galaico que parece ofrecer Núñez Feijóo, continuador del peor líder que tuvo el PP: Mariano Rajoy. Si pésimo es el gobierno, ¿cabe esperar consistencia en quienes no parecen aportar solidez frente al panorama sociopolítico y económico como en el que nos encontramos? ¿Y los fundamentos humanistas?
Poco a poco se adivina en nuestro presente el imperio del relativismo moral y la flacidez sin energías, que en 1956 definiría el filósofo alemán Günther Anders, cuando alertaba sobre “el condicionamiento colectivo” de una baja cualidad de la educación, entreteniendo a la sociedad con el sexo, la superficialidad, la despreocupación, el vaciamiento de valores, y la pasiva condescendencia –añado yo– tan propia de ese laissez faire, laisez passer del relativismo galaico. Según la versión infantiloide de un Rajoy que ni supo siquiera defender el gobierno que las urnas le otorgaron. Malos tiempos los de hoy, porque no generan líderes. Apelo al clásico latino juvenal con su “pan y circo” ¿Cuándo se jodió lo nuestro…?
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