Bien se sabe que en Venezuela nadie se puede sentir seguro. Con base en esa comprobada premisa, se plantea el retorno del presidente Juan Guaidó. Él ha dicho que “asume los riesgos implícitos en esta responsabilidad”. Eso no significa que se muestre como un superhombre, que no experimente miedo alguno. Nada de eso. Más bien, lo que cobra trascendencia es que cuando se acusan los escalofríos que produce ese sentimiento, lo que más vale es atreverse a desafiarlo y eso es lo que hacen, a diario, millones de venezolanos acosados por el hamponato que se ha repartido el territorio nacional. Como bien lo ha caracterizado el analista David Morán, “Venezuela está somalizada”. Y esa es la verdad. Dolorosa, pero cierta.
Las bandas de todo orden que operan en suelo patrio mantienen en “jaque mate” a la ciudadanía. Por el sur, hacen de las suyas los grupos afectos al ELN o a las FARC, que después de ser desplazados del ámbito colombiano, donde vienen haciendo estragos desde hace más de 6 décadas, hoy se mueven a sus anchas en por lo menos 12 estados venezolanos. En la explotación irregular del Arco Minero meten sus manos los huéspedes del régimen venezolano: los terroristas de Hezbolá. No pueden faltar los pranes y garimpeiros asociados a esa corporación criminal que encabeza Maduro.
Pido que aprecien que digo que «Maduro encabeza la corporación criminal». Porque no la controla. Y no puede controlarla, porque en esas mafias hay muchos capos que se sienten con poder para imponer sus caprichos. Por eso cuando Diosdado Cabello aseguró, en su letrina televisada, que “a Guaidó no le pasará nada una vez que retorne al país” no es garantía de que ciertamente no se atrevan a agredir, de alguna manera, a nuestro presidente legítimo. De repente a Maduro le dan la orden desde La Habana de que lo haga preso, o en un arrebato, propio de los talibanes, a Tareck el Aissami se le antoja organizar un atentado. Todo es posible en un país sitiado por grupos delictuales.
Saben que esta no es noticia nueva, es la recopilación de episodios manchados de sangre derramada por estudiantes, periodistas, líderes políticos, sindicalistas, empresarios y más de 330.000 ciudadanos dados de baja por la furia de la violencia, que con toda impunidad, desarrollan los colectivos que sirven a ese régimen fallido o las células que se dedican a extorsionar, a robos y hurtos de vehículos o celulares, a secuestros o a ejecutar sicariatos, una modalidad importada a Venezuela desde que Chávez asumió el poder.
Por todo lo antes dicho hay que tomar las previsiones. La jugada de Guaidó, de salir sorpresivamente hacia Colombia, dejó mal parado a un régimen que hace aspavientos de “tener todo bajo control”. Mentira. Todo lo controla es el hampa que terminará devorándoselos a ellos mismos. Y eso es muy peligroso también para los venezolanos que ninguna relación sostenemos con ese malandraje. De allí que confío en que el equipo que trabaja en el entorno de Guaidó calcule todos los riesgos y ventajas de las vías que se exploran para el retorno. Así están las cosas en un país en situación especialísima. Estamos en medio de una tormenta desatada por la condición de fallido de ese régimen que estamos dispuestos a desalojar de los poderes que usurpan.
Por último, reitero mi llamado a todos los venezolanos a movilizarse. Ya lo hicimos los miembros de la diáspora en cada uno de los países que visitó Guaidó, también cumplieron su rol los líderes más destacados del mundo. Toca ahora a los ciudadanos venezolanos hacer lo que les corresponde ahora que Guaidó regresó a Venezuela.
Mi opinión es que debe insistirse en provocar el cese de la usurpación para consolidar un gobierno de transición que se aboque a organizar elecciones realmente libres y soberanas. Otro escenario, como el de las parlamentarias, está descuadrado de la estrategia que más conviene defender para el interés primario de los venezolanos. Para comprender mejor esta referencia, les recomiendo leer el artículo “La falacia de las elecciones parlamentarias”, suscrito por el doctor @PerkinsRocha.