El asunto, a la hora de definir o describir lo indescriptible, prácticamente también indefinible, de este régimen grotesco llega siempre a lo semántico. ¿Con cuáles palabras dar cuenta de lo que desgraciadamente nos ocurre? Uno se pasea por términos gruesos como abominable u hórrido y parecieran no calzar. Eso en cuanto a voquibles relacionados con los sentimientos, los apasionamientos en la búsqueda hasta ahora incesante de decir de algún modo algo que dé cuenta directa, cuasi perfecta, de la realidad circundante o personal.
Con relación a lo político, llamarlo dictadura suena blandengue, cuando menos. No es una dictadura. Algunos líderes políticos, analistas y periodistas lucen muy claros al respecto, dentro y fuera del país. Si uno compara esto con la dictadura de Pérez Jiménez o algún otro de aquella época del dominio latinoamericano de los sables, queda cojitranco. Esto resulta más profundo y más deleznable. Dictablanda, por lo tanto, debe ser descartado de antemano, de raíz, por completo. Es más. Mucho más. Es más duro y profundo. Régimen es, en cuanto busca someter, como una dieta, y en cuanto a que no existe fórmula de gobierno que en principio no lo sea. Ahora: ¿es un régimen criminal? Claro. Hasta la, medio neutral y medio favorable para todo gobierno en ejercicio, Organización de Naciones Unidas ha determinado en varios informes la criminalidad del régimen. Lo que está a la vista anteojos no necesita. ¿Régimen asesino? Por supuesto, como son arteras manos y mentes en ejercicio directo las de los cumplimientos de mandatos sanguinarios: el Sebin y las FAES, encabezando la lista donde no lucen como únicos agentes de las encomiendas. Pero un asesino mata por voluntad propia o por encargo, como es el caso funesto de los sicarios, del poder, o no, sin mucho más allá. Tal vez en procura de obtener un respeto-miedo hacia su persona. Pero hasta ahí.
Podríamos decir tiranos. A mí este señalamiento últimamente me ha atraído para llamarlos. Pero tampoco va. Tirano le decían al loco de Aguirre quien encabezó una idealista, temeraria y sanguinaria ruta que lo llevó al parricidio; al suicidio, a la vez. Hasta Bolívar usó esa voz para sí. Existen marcas históricas de tiranos «pasables». Obviamente resulta insuficiente para arropar esto. Secuestradores se aproxima enormemente. Ya que todos estamos sometidos y secuestrados, sin duda alguna.
¿Cómo arrimar palabras a la definición de este desproporcionado despropósito? Lo único que se aproxima a la comprensión de los hechos a la vez políticos, sociales, criminales, es el del terrorismo. Es el término más englobador de este prolongado entuerto que padecemos. A sabiendas de que el despótico, cruel, inhumano, desajustado a la naturaleza, como queramos referirlo, terrorismo de Estado ha tenido sus elocuentes y acertados estudios y una vida conceptual óptima en el conocimiento de la teoría (y la práctica) socio-política; no creo que le quepa a la posibilidad clarificadora de las palabras, del pensamiento, otra palabra más cercana. No es cuestión de juegos semánticos. A ello hay que sumarle, como guinda de la torta, el narcotráfico y las guerrillas. El cóctel es repudiable a todas luces. Estamos pues inmersos no en una determinación lingüística, sino en el más sanguinario y sádico uso instrumental del poder.
El terrorismo de Estado no solo ejecuta sus muy mal sanas fechorías. No le basta la realización «perfecta», por elaborada, de las torturas, de los asesinatos, de las prisiones, de los tratos crueles y degradantes, del miedo directo infundido a las víctimas. Del horror de la huida, tal vez solo comparable a cuando los caraqueños emprendieron aquella escapada a oriente, cuando la independencia. Todos debemos sentirnos aterrados por escuchar o, peor aún, por ver la concreción de sus actos. No solo son los hechos, sino también los mensajes que de ellos se derivan, es la expansión del conocimiento de la ocurrencia de esos actos. Buscan paralizarnos para permanecer indefinidamente. Tremenda estrategia.
Así que, para no lucir cortos, desestimemos cualquier otro nombramiento del régimen que no sea el de terrorista. Difícil tiempo nos tocó con la instauración de individuos de esta calaña humana en el poder, como nunca antes en Venezuela y casi que en la humanidad, por tanto tiempo. Denominarlos apropiadamente nos coloca en la circunstancia de enfrentarlos mejor. Nuestra obligación es seguirlos combatiendo por todos los medios posibles. Aquí no vale el úneteles si no puedes contra ellos.