El denominado chavismo ha devenido en una cúpula insólitamente torpe. En lo que va quedando ya no hay ni vestigios resaltantes. El desempeño de la verdadera política encierra definiciones antiguas, y estudia al gobierno, la autoridad, las leyes y a los individuos, como integrantes de un eje transversal en los grupos humanos.
Para una real y eficiente actividad en la sociedad se requiere conocer los grandes acontecimientos históricos y sus autores; cómo la actividad humana debe ofrecer forma y sentido a esta. Lo traduce la obra inacabada de Lefort.
Por ende, practicar esa genuina política requiere sentido de la realidad, de lo cual carece la camarilla usurpadora del poder en Venezuela.
La etapa electoral ha desnudado a estos capitostes, acostumbrados al abuso de poder sin miramientos constitucionales ni legales.
El psiquiatra, jefe de campaña, requiere con urgencia un psiquiatra; es un ser absolutamente desfasado y sin noción alguna de la política como ciencia, disciplina que en siglos ha demostrado su eficacia, bajo parámetros imprescindibles: honestidad, verdad y valentía. Importante destacar que los valores se transmiten y se siembran con actuaciones que incluso, traspasan obstáculos y trabas; mejor ejemplo, lo ocurrido al final de esta semana con el acto de recibimiento, con entusiasmo y esperanza, a una persona luchadora que ha llegado a los más recónditos lugares de la geografía nacional, superando obstáculos, hasta embarcarse en una curiara, tal como ocurrió hace pocas horas. Hechos que recogen la existencia entre dos modelos de país. Existe una marcada diferencia entre las actuaciones de dos representaciones.
Bajo un primer escenario, los creyentes en la libertad recogen los mejores frutos en la respuesta popular: participación masiva, ansias de cambio, alegría, ganas de futuro. Basta mirar el sol de mayo llanero. La realidad es innegable y visible, producto de las actuaciones acertadas por una parte y totalmente desacertadas por la otra.
La alegría también es visible en los cuarteles, cansados ya del atropello de los altos mandos, de uniformes con bolsillos salteadores.
Los trabajadores de las heridas empresas de Guayana ordenaron a un tropel de la guardia nacional abandonar sus instalaciones.
En el otro escenario, el PSUV deambula en destartalados buses sin pueblo, con la ambulancia detrás; el mazo del jefe es una estilla deambulante.
Debe entenderse que hacer campaña sin pueblo sólo genera confusión y desesperación. La psicosis de la derrota recorre Miraflores cuando observan las concentraciones en Amazonas y Apure, que reúne cerca del 80% de la población. Ante tan arrasadora realidad, el régimen ordena acciones temerarias, como el circo de Cabello, que gira sobre sí mismo, cual trompo loco y desorbitado.
En el PSUV no se puede decir que hay un vacío; la verdad es que no existe. Hasta los mercenarios ya quieren marcharse. El partido y el régimen son una estructura bodón: “charco o laguna pantanosa”.
La líder surcando los ríos en canoa -embarcación de los indígenas de América del Sur-, los comanditos, los obreros de Guayana, desafiando a la abusadora guardia nacional, la oficialidad sorprendida ante un jefe loco delirando con uniforme asustado, son observados por las multitudes que ansiosas esperan el final de esta caverna surrealista.
La psicología podría ayudar al estudio de la cúpula chavista; tal vez, adaptando su proceder a lo que se conoce como “el síndrome del emperador”: “dificultad para mostrar culpa, incapacidad para aprender de los errores y habituales conductas de desafíos, mentiras e incluso actos crueles”.
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