La historia demuestra que algunos o muchos de los hechos que parecían imposibles de ocurrir terminaron ocurriendo. El caso Siria/Al-Assad no aparecía como una alternativa a corto plazo; sin embargo, ocurrió y en su última etapa, con mayor velocidad de la que se podía anticipar. El que quiera entender que entienda.
Sin pretender extrapolar los elementos de la crisis siria a la situación venezolana, no podemos dejar de notar rasgos que pueden sugerir algún paralelismo. El que quiera entender que entienda.
Un régimen dictatorial, casi monárquico según el diseño de su fundador Hafez al-Assad, quien después de un golpe gobernó desde 1971 y dejó el mando tan solo cuando su titular fue reclamado por la Sayona en junio de 2000. Allí el libreto reclamaba la entrada en escena del hijo primogénito y heredero aparente, Basel, pero desafortunadamente había fallecido en un accidente automovilístico en 1994 y por eso Bashar, segundo hijo, médico oftalmólogo que cursaba la residencia en Londres, vio su vida redireccionada por esa circunstancia, por lo que regresó a Siria y asumió la carrera militar que lo llevaría a la jefatura del Estado a la muerte de su padre. Ese es el indomable patriota que hoy está en Moscú, mientras los sirios se debaten en el caos.
Hubo entonces quienes albergaron la esperanza de un giro a la flexibilización de las libertades y vigencia de los derechos humanos. No ocurrió así, sino que más bien se continuaron e incrementaron las prácticas represivas, el uso prohibido de armas químicas, prisiones, censura y demás métodos que lamentablemente (salvo las armas químicas hasta ahora) los venezolanos hemos venido a conocer en estos últimos años.
Pero –como decía el pintoresco presidente Luis Herrera Campins– “los militares son leales hasta que dejan de serlo”. Ello ocurrió en Siria en medio de una descomposición generalizada, enfrentamientos tribales, guerra civil, apoyo militar de Rusia e Irán como intervención extranjera (incluido Estados Unidos, que al día de hoy aún mantiene a 900 efectivos encargados de la prevención de luchas internas), etcétera.
Hoy lo anterior, combinado con el fuerte deterioro económico, la aparición de grupos armados, el masivo y determinante apoyo ruso y de los fundamentalistas de Irán han venido erosionando el apoyo y la lealtad que Al-Assad daba por sentada respecto de los militares.
Por el otro lado, unos rebeldes de cuya vocación libertaria no existen buenos augurios ni referencias aprovecharon la oportunidad para fortalecerse, armarse, ganar el poder en algunos lugares y finalmente llegar triunfantes a Damasco, lo cual se asemejaba al proceso cubano, cuando el primero de enero de 1959 Fidel Castro ingresó triunfante en La Habana proveniente de la Sierra Maestra.
Nosotros, como demócratas por vocación, quisiéramos concluir que fueron la presión nacional e internacional las que lograron la huida del tirano.
Lamentablemente a estas horas no estamos en condición de saber si los que llegan serán mejores o peores que los que se fueron, de manera que luce algo apresurado hacer algún vaticinio al respecto.
En el cuadro de actores al día de hoy parece que Rusia e Irán habrían quedado en el bando perdedor, pero a estas horas todavía no podemos saber hacia qué lado se inclina el fiel de la balanza. El tiempo dirá.
Líneas más arriba sugerimos la posibilidad de un paralelismo entre la situación de Siria y la de Venezuela en la actualidad. Hoy en ambos escenarios muchos dirigentes comparten la condición de militares, la técnica de la represión, el ultranacionalismo, el enfrentamiento con Occidente, etcétera. Sin embargo, en Siria hubo grupos rebeldes armados apoyados en parte por la población civil, de modo tal que a la hora de las chiquitas los militares prefirieron entregar las armas y uniformes para tomar las de Villadiego. El que quiera entender que entienda.
En Venezuela, donde se dan algunas coincidencias, no parece ni cercano ni probable que la rebelión popular ni la unidad opositora seria de cara a la transición presidencial vayan a ser un marco de acción para cuando proceda el traspaso constitucional del poder presidencial.
A estas alturas es bastante lo que ya se ha escrito y opinado sobre este tema, pero lo cierto es que a la fecha luce temprano para sacar conclusiones y no sería de extrañar que los grandes actores de la política mundial y del Medio Oriente ya anden buscando su acomodo en los nuevos escenarios que se montarán en nuestras propias narices, aunque al momento no parece aventurado afirmar que otros receptores de la espada del Libertador vayan a sufrir por la condición de “empavadas” de las réplicas de aquel símbolo histórico.
A título de experiencia, este columnista estuvo en 1988 en las Alturas del Golan (frontera sirio-israelí). Se trata de un promontorio lo suficientemente elevado como para que desde allí se puedan observar e intimidar a quienes laboran en las fértiles tierras de los valles de la Galilea israelí, florecientes de cultivos y verdor que yacen a merced de las casamatas y cañones sirios silenciados por el ejercito de Israel durante la guerra de 1967. Ver aquello y entender que Israel tiene el legítimo derecho a defenderse van de la mano.
Lamentable, pues, que quienes ocupan Miraflores otra vez hayan elegido ponerse del “lado que no es”. Una mayor dosis de aislamiento es lo que les espera.