Con estupor se reciben en Venezuela y buena parte del mundo las declaraciones del presidente de Argentina, Alberto Fernández, quien se ha venido pronunciando recurrentemente con una intencionalidad muy clara de defensa permanente del régimen de Nicolás Maduro, hasta el punto de que uno puede llegar a realizarse muchas interrogantes, como la que da título a este artículo. Sus palabras traspasan el descaro y están forradas de intereses que podemos elucubrar, no muy sanos.
La defensa internacional de Venezuela parece estar al extremo sur del continente, a juzgar por las manifestaciones verbales de Fernández. Ante el evento, para nada concluido, del avión ese del que no sabemos si es iraní o venezolano, pero que si sabemos que no está autorizado a volar libremente, el mandatario bonaerense profirió con ligereza aun muy extrañamente no disculpada, ante el mundo, que ese avión no estaba fuera de orden ni había realizado nada anormal, o nada de lo que a la tripulación estaban acusando. Hoy, a medida que avanzan las distintas investigaciones, incluidas las de la justicia argentina, sabemos detalles insólitos acerca de la información contenida en el avión y hasta que uno de los tripulantes iraníes había transformado completamente su rostro. Pero Estados Unidos, Israel, Paraguay y Uruguay saben bien que la trama del avión varado no ha concluido ni va a concluir allí. ¿Protege Fernández las andanzas de Maduro y sus cómplices o socios iraníes? ¿Es Fernández socio no solo ideológico de Maduro? Ese señor le debe una extensa explicación a los venezolanos por su accionar y por sus palabras ocultadoras de la verdad.
En la Cumbre de las Américas, a la que Nicolás Maduro soñaba acudir, el presidente argentino, según aquel, iba a ser el vocero de Venezuela. Los medios recogieron su verborrea: «El silencio de los ausentes nos interpela», dijo. A nosotros debe interpelarnos la ligereza lingüística de Fernández permanente diaria y cuidadosamente. Su al parecer indispensable falta de silencio ante los crímenes y la maldad, para protegerlos. Salió en defensa de la presencia en la Cumbre de Nicaragua, Cuba y Venezuela. Ese señor le debe una extensa excusa a la humanidad.
Y si de humanidad se trata, volvió esta semana a fungir de lamedor, por tratar de ser decente, del régimen del terror en Venezuela, al señalar que en materia de derechos humanos «las cosas mejoraron muchísimo y esas denuncias ya no existen». Al criticar el extremadamente suave informe de despedida sobre Venezuela de la señora Michelle Bachelet, en el que sostiene parte de la cruda realidad que vivimos los venezolanos. ¿O piensa ese señor argentino que los casi 7 millones de coetáneos regados por el mundo, buena parte por cierto en la propia Argentina no existen tampoco? ¿Y son producto de qué? Por no hablar de los cientos de presos políticos y toda la situación crítica, como lo expresó el propio representante de esa nación del sur en la ONU, ante el informe suave de Bachelet.
¿Qué le pasa a Alberto Fernández? ¿Es corresponsable de las actuaciones de Maduro y otros que se producen en el continente? ¿O junto a Cristina es beneficiario de los maletines aquellos de los que los venezolanos pudimos ver apenas una muestra cuando Chávez? Recordemos que fue quien estuvo dispuesto a abrirle a Putin, nada menos, las puertas de América Latina. Le debe varias disculpas a Venezuela ese señor. Al continente y a la humanidad. Lamentable papel para alguien que debería defender la democracia y las libertades. Mala elección en su momento para nuestros amigos argentinos, la de ese detestable señor que ampara criminales de toda ralea en el continente.
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