Las revoluciones necesitan de héroes y gestas que permitan escribir la nueva historia, con la cual habrán de embriagarse sus hijos. La historia la escriben los vencedores, solemos escuchar, o la tergiversan decimos nosotros, según la ocasión. Buen ejemplo de lo anterior lo constituye la celebración de un nuevo aniversario del siempre triste episodio conocido como el Porteñazo.
De muchacho escuchamos muchos cuentos sobre la asonada militar que estallara el 2 de junio de 1962: El alzamiento de la Base Naval, el bombardeo del Fortín Solano, la destrucción de la antena de Radio Puerto Cabello, las acciones en el Liceo Miguel Peña y, por supuesto, los lamentables sucesos de la Alcantarilla, cuya crudeza e intensidad quedaron plasmados en numerosos documentos gráficos, el más célebre de los cuales captó al cura Luis María Padilla socorriendo al moribundo soldado, oportuno testimonio del reportero gráfico Héctor Rondón, más tarde galardonado con el Premio Pulitzer. Fracasado el intento, vino la persecución de los revoltosos, y muchos fueron los cuentos sobre los allanamientos en casa de familias y edificios, entre los que se encontraba el de mis padres, que estaba ubicado en Rancho Grande. Hasta donde supimos y escuchamos, siempre se trató de un golpe de Estado, en el que un puñado de oficiales de la infantería, influenciados por Fidel y su revolución, para esa fecha ya declarado comunista, pretendieron dar al traste con el gobierno constitucional que apenas iniciaba Rómulo Betancourt, arguyendo para ello el ritornelo de la injerencia imperialista, amén de los clichés de moda. ¡Se trató de un golpe de Estado, eso y nada más!
Sin embargo, los promotores de la nueva historia parecen tener una visión distinta de este alzamiento militar, que pretende convertir El Porteñazo en el evento que marca el comienzo de la democracia para los porteños. Los honores recaen sobre los revoltosos, antaño golpistas, hoy elevados a héroes de ocasión.
Después de todo, según se le mire, la historia la escriben o la tergiversan los vencedores, por más ignominiosa que esta resulte. Quienes hoy recuerdan esos acontecimientos con arengas a sus promotores olvidan que recompensan así a un grupo de golpistas que no solo insurgieron contra un gobierno constitucional y democráticamente electo, sino que, además, demostraron una extraordinaria torpeza militar, pues desde mucho antes del alzamiento todo el mundo conocía de su existencia menos los promotores mismos. No en balde nos recordaba Pompeyo Márquez que dicha asonada se reconocía como un grave error, pues se pretendía derrocar a un gobierno democrático por su supuesto fracaso, cuando apenas daba sus primeros pininos.
También demuestran lo apologistas el poco respeto por la población civil de Puerto Cabello, quien sufrió de manera brutal las acciones militares de uno y otro bando. Muchas bajas civiles produjeron las barridas de los francotiradores, mientras que muchos fueron objeto de persecución y tortura sofocada la rebelión de los infantes, aunque otros se empeñan en hablar de una asonada cívico-militar, a pesar de los pocos civiles que se sumaron a la acción. Más paradójico aún resulta ensalzar a los promotores de este alzamiento militar, que produjo la pérdida de un significativo número de jóvenes soldados que convencidos de defender a un gobierno legítimamente constituido y democráticamente electo, es decir, cumpliendo con su deber de respetar la Constitución, fueron emboscados y acribillados en la acción de la Alcantarilla.
A la mayoría nos cuesta celebrar la pérdida inútil de vidas humanas, así estas traten de ser justificadas por una nueva narrativa, que a veces no es otra cosa que la visión interesada y parcializada de quienes circunstancialmente la interpretan a conveniencia, para deleite de los incautos que ligeramente escuchan el cuento.
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@PepeSabatino