A María Corina Machado
“La carga” es ese contrapeso, a ratos asfixiante, inherente al poder político, el penoso trabajo entre bastidores que consume el tiempo, la paciencia y el talento de los gobernantes. Es en cierta forma la parte ingrata del fascinante ejercicio del poder, es la faena a la sombra sin la cual no es posible el brillo, ni siquiera las candilejas de la función visible, aplaudible, exterior.
Aquellos vigorosos caudillos que personificaron la universalidad del poder, temporal y espiritual, los sultanes-califas, durante los seis siglos que existió el Imperio Otomano, utilizaban la expresión para designar al Gran Visir, que no presidía las ceremonias, ni mandaba los ejércitos, ni lucía los más grandes penachos, pero sin el cual nada de lo trascendente sería posible, por eso eran: los portadores de la carga.
En la Venezuela de hoy, exangüe, agotada, malherida, esa “carga” se vislumbra agobiante, que duda puede caber de ello, con una población deliberada y constantemente inducida al deplorable papel de mendicante, de “carne de cañón” de un régimen, apátrida y complaciente hacia lo más desprestigiado de la comunidad internacional y lo más repulsivo de la panoplia delictiva.
La muy reciente elección primaria de la oposición no desconcertó a nadie, en cuanto a la escogencia de la candidata, en cambio nos sorprendió a todos por la magnitud de la concurrencia y el mandato inequívoco que emitió, que ha sorprendido a propios y extraños.
Los venezolanos elegimos en forma taxativa y clara, la clase del adalid en quien deseamos confiar la reconstrucción del país, no solo del país material y tangible, sino también del rescate de un esquema de valores, morales y éticos, sin los cuales el mejor pueblo se convierte en estercolero. La tarea es gigantesca, el reto es acuciante. No se trata de un mal o regular gobierno más, se trata de quien dirige la cruzada de salvación del país, de quien tiene la madera de construir equipos y escucharlos y dirigirlos exitosamente, en medio de esta deletérea tormenta, de este mar de los sargazos en el que nos metió la enfebrecida miopía de los unos y la reblandecida irresponsabilidad de los otros.
María Corina responde muy bien al arquetipo del verdadero político que retratara magistralmente Ortega y Gasset, en su ensayo Mirabeau o el político, que los políticos venezolanos cometen el error de no leer (si es que leen alguna cosa). Las palabras esos signos magníficos y peligrosos no tienen valores absolutos. Moldeables y maravillosas pueden prestar su esencia mágica a la boca engañosa del farsante y del demagogo o materializarse en puro metal noble en el verdadero político, en el hombre o mujer de Estado que las asume con el respeto que debe tener de si mismo, de su país y de la circunstancia que pretende asumir, pero sabiendo que mas allá de la presentación, hay que fijarse en la ”hoja de vida” de quien las emite. A mi juicio, el resultado del domingo 22 de octubre evidencia que estos 25 años de desvarío no nos impidieron definir y decantar ciudadanos e “imágenes”, estos 25 años de pesar e incuria ”hechos en socialismo” nos aguzaron la mente y la vista.
Elegimos bien, la candidata tiene todo el bagaje y la formación que podemos desear y no solo el académico y político, sino el familiar imbricado en los mejores valores de la venezolanidad, el trabajo y la honestidad. Adelante María Corina, cuenta con el país que te eligió y que tiene el deber de aligerar tu carga gigantesca. Dios ayude a Venezuela.
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