OPINIÓN

¡El populismo revolucionario en tiempos de elecciones!

por Marcos Hernández López Marcos Hernández López

El término populismo se ha usado en política con dos acepciones diferentes; una de ellas tiene un significado positivo, pero principalmente se usa con una connotación negativa. En algunos casos se identifica erróneamente el populismo con la demagogia: mientras esta última está referida al discurso del político buscando influir en las emociones de los electores, el populismo está referido a las medidas que toma un político, buscando la aceptación de los votantes.

Desde una mirada crítica, el populismo como enfoque de la política económica de los gobiernos intervencionistas tiene como objetivo defender el bienestar del “pueblo”, comprometiendo el gasto público, sin incentivar el crecimiento macroeconómico, pero con una intención de mejorar la distribución del ingreso a favor de los sectores más desposeídos de la sociedad, es significativo resaltar que es un modelo donde los intereses políticos se anteponen a los intereses económicos de la sociedad.

Las experiencias sociohistóricas de América Latina son ejemplos donde se ha fundado el populismo en la política económica-social de los gobiernos, revelan rasgos afines. Es significativo valorar tomando la abstracción de Karelys Abarca, en la que plantea “que el populismo logra espacio en primer lugar en terrenos que están abonados aquellos países donde en determinado momento se presentan síntomas de depresión económica, fracasos de políticas liberales y descontento social. En segundo lugar, durante la fase de implantación de la política populista, se busca la reactivación de la economía solo con grandes discursos a las masas y promesas de mejoras en la distribución del ingreso a través de políticas de gasto expansivo, subsidios e incrementos de ingresos de las clases menos favorecidas”.

En Venezuela la práctica del populismo ha servido para conservar gobiernos, pero concretamente cuando emergió la llamada Quinta República un proyecto político sustentado en el socialismo del siglo XXI, por Hugo Chávez Frías, se inició una fase desconstrucción en las políticas sociales, económicas y educativas con el propósito de establecer un cambio con tono nebulosos que proponía cambios en la constitución de práctica del modelo socialista, pero que en lo concreto no era más que el modelo populista. Si algún líder latinoamericano contemporáneo se emparenta con la figura de Juan Domingo Perón, en términos de esa doble característica, es el fallecido presidente. Efectivamente, desde que la escena venezolana fue copada con su presencia, Chávez revitalizó la práctica política populista a través de un discurso cargado de emocionalidad que sintonizó eficazmente con la población.

A partir del año 1999, Venezuela entra en una etapa de un nuevo proyecto político que desde la mirada crítica y reflexiva tenía claro su propósito en su propuesta de gobierno.

La construcción de este modelo pasó por una fase de adecuación en la que el objetivo primordial era vitalizar el proceso revolucionario entre el año 1999-2004, el gobierno de Chávez estratégicamente apuntó su discurso a frase clave propia del populismo tal como: independencia nacional, con Chávez manda el pueblo, soberanía del pueblo, beneficio colectivo e igualdad de oportunidades para el pueblo, el pueblo debe decidir los asuntos nacionales, no a la injerencia internacional, nueva conciencia de clase e igualdad y renovación ideológica.

Lo grave, el concepto de populismo es tan complejo, lo han visto como una especie de patria cuyo rasgo distintivo es la equiparación del país y el pueblo, pareciendo este último al universo social integrado por la gente. El patriotismo inducido por Maduro agota sus esfuerzos en dar la sensación de unión con el pueblo, teniendo como los protagonistas a los excluidos, es decir, en nombre de estas personas Nicolás Maduro se erige como el defensor de los intereses nacionales frente a la inevitable invasión del imperio norteamericano.

Quedó revelado Maduro en el constructor de su crisis económica, estratégicamente sustituyó la producción por importación, ejemplo los CLAP, lo que quebró a la mayoría de los productores nacionales. Maduro aun con los pocos dólares que le entran al país mantiene una visión distorsionada e interesada de lo que se debería hacer ante una aguda crisis económica. Sin duda, todo tiene una clara intención: el populismo se mueve que la gente dependa de las “bondades” del Estado venezolano o en su defecto de la revolución bolivariana. 70% de la gente no conoce los alcances económicos y sociales que pueda arrojar una robusta macroeconomía, el pueblo piensa con pragmatismo en su lucha existencial humana, derivándose una realidad concreta: ¡El populismo es muy popular y gana hasta elecciones! Finalmente, el acceso a la presidencia de la república de Nicolás Maduro ha puesto de relieve, por contraste, el enorme peso que tuvo la condición carismática de Hugo Chávez en el curso de la revolución bolivariana. La ausencia de ese don especial en su sucesor y el reconocimiento de la misma, tanto por el propio elegido como por el gobierno, da sentido a los continuos esfuerzos por manufacturar su carisma recurriendo a la figura populista muchas veces de su mentor. Tal maniobra recuerda a la que la revolución rusa ensayara con Stalin a partir de Lenin.

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