OPINIÓN

El populismo de Trump hace aguas en el decisivo Midwest

por Leopoldo Martínez Nucete Leopoldo Martínez Nucete

Esta semana los demócratas celebraron su segunda jornada de debates por la candidatura presidencial en Detroit, Michigan, lugar tan simbólico como el elegido para la primera ronda de debates: Miami, sitio emblemático porque el estado de la Florida es de comportamiento pendular en las elecciones. Digámoslo de una vez, sin este estado Trump no puede ganar la reelección presidencial. Las encuestas de la Universidad de Quinnipiac muestran dos tendencias: 1) menos de 41% de los ciudadanos en Florida creen que Trump debe reelegirse; y 2) todos los candidatos demócratas le ganarían en Florida (Biden, el mejor colocado, derrotándolo por 9%). Mientras que los sondeos de Latino Decision sindican que, salvo en la comunidad cubano-americana (dividida en partes iguales entre demócratas y republicanos,  con los más jóvenes a favor de los demócratas), el voto hispano es abiertamente adverso a Trump, muy particularmente el boricua en el corredor central de dicho estado. Más aún, un estudio dirigido por el profesor Eduardo Gamarra, de Florida International University, sobre el comportamiento electoral de la diáspora venezolana, revela que, si bien se reconoce y agradece los esfuerzos de Trump en la búsqueda de una solución para Venezuela, 60% de los encuestados se inclina por los demócratas y, entre otras prioridades, toma cuerpo la idea de apoyar a quienes promueven el TPS (protección migratoria temporal) para los venezolanos, iniciativa abanderada por el partido y los legisladores demócratas, ante la oposición republicana y la irrestricta negativa de la Casa Blanca. Fue, precisamente, para afianzar en esa tendencia que los primeros debates demócratas convocaron el activismo de todos sus candidatos en Florida.

El caso de Michigan es diferente, aunque de similar simbolismo. El Midwest americano (que se extiende desde Ohio hasta Wisconsin, pasando por Pensilvania y Michigan), es un mosaico donde se entremezclan ámbitos  agrarios con urbes y suburbios de sectores industriales tradicionales, algunos como el automotriz, en franca recuperación gracias a las políticas del presidente Obama, así como otras industrias que enfrentan tanto la competencia de China como los efectos de la robotización o automatización que ha desplazado mano de obra calificada, por décadas sostén de millones de familias en la subregión. Naturalmente, en este corredor industrial son muy importantes los sindicatos, veta de inclinación demócrata.

Los demócratas han dominado tradicionalmente las elecciones presidenciales en Wisconsin, Michigan y Pensilvania, con excepción de las dos veces que favorecieron abanderados republicanos: Reagan y Trump. Ohio ha sido un hueso más difícil de roer, pues suele tener, como Florida, un comportamiento pendular, de tendencia republicana en momentos críticos. Las encuestas apuntan a que, aplicadas al tablero de los colegios electorales, Trump no puede ganar sin Florida y que necesitaría repetir como, en 2016, en el grueso del Midwest, si no puede compensar con otras conquistas electorales en estados cuesta arriba para él.

Los demócratas podrían ganar sin Florida, pero –y esto es lo más importante–, si recuperan al menos dos del trío Pensilvania, Michigan y Wisconsin, con los mismos estados que ganó Hillary Clinton, en 2016, se alzan con la Presidencia. Incluso, los demócratas podrían perder Florida o algún otro estado que sumaron en la cuenta en 2016, pero si suman a Ohio también derrotarían a Trump. He aquí el peso del debate en Detroit como ciudad emblemática del Midwest.

Otra encuesta, la del Glengariff Group, advierte que Trump no está bien en el Midwest y que en Michigan menos de 36% de los electores estaría de acuerdo con su reelección. De hecho, las elecciones de mitad de período, en 2018, expresaron la fuerza del “comeback” demócrata, incluso en lugares como Wisconsin, donde se retomó el control de la gobernación. Pero algo muy revelador y sintomático, en Ohio, el más difícil de los estados del Midwest para los demócratas, la medición arrojó algo desvastador para Trump: allí perdería contra Joe Biden por 9% (al igual que en Florida). En realidad, los sectores de clase trabajadora industrial que apoyaron a Trump o no votaron por Hillary Clinton (bien porque se abstuvieron o porque prefirieron las opciones minoritarias de Gary Johnson o Jill Stein), no están viendo concretarse la oferta de Trump en términos prácticos. Hay crecimiento económico, pero sin mejoras salariales, y tampoco aumentan las plazas de trabajo en la industria tradicional, como prometió Trump con sus “guerras arancelarias o comerciales” con China o México. Una gira hace poco a Milwaukee nos mostró algo más, el índice de embargos a granjas de productos lácteos (rubro en que ese estado es líder nacional) alcanzó un récord histórico, incluso han aumentado los suicidios entre las familias de granjeros. La causa está en las guerras arancelarias de Trump, que han traído como consecuencia que en retaliación los países en conflicto impusieran aranceles a los quesos de Wisconsin. Trump no termina de entender que su retórica populista se estrella contra la realidad: está ciego ante la inviabilidad económica de lo que propone para buscar votos.

En Detroit vimos dos días de propuestas y argumentaciones entre demócratas sobre cómo abordar los asuntos que interesan a ese vital sector (económica y políticamente) de la geografía estadounidense. También vimos a los precandidatos en sus estrategias para posicionarse mejor frente al líder de las encuestas que sigue siendo por mucho Joe Biden. Algo está claro: el descontento con respecto a Trump crece y su discurso va quedando al desnudo. El desafío demócrata es conciliar posiciones a partir del debate y las primarias, así como buscar votos con entusiasmo y en unidad para poner fin a una Presidencia disfuncional y atípica, además de nociva para la democracia y para la clase trabajadora americana.

@lecumberry