El populismo es una amenaza de alcance global contra las democracias. Se nos presenta con doble filo, uno de derecha y otro de izquierda. Ambas aristas son cortantes y fatales, capaces de aniquilar valores y hacer sucumbir principios. Encuentran brechas en los escombros de las instituciones frágiles y derrumbadas. Es esa una de las ventajas que saben aprovechar cuando se resquebraja la base del Estado de Derecho de cualquier país del mundo. Por ahí se van metiendo. Se valen de la virtud del sistema democrático para incursionar en procesos electorales, en los que hacen gala de un discurso que apunta hacia las emociones y no a las razones de la gente para creer en algunos postulados.
Cuando, gracias a sus argucias e imposturas, les ponen las manos a los poderes públicos, los van torciendo, dejándolos vacíos de contenidos, huecos, sin reglas del juego que se suponen existir, como códigos que garanticen un buen funcionamiento del entramado institucional de cualquier nación con un Estado garantista de la sana convivencia en sociedad. Comienza entonces a hacerse sentir la cuchilla que desata sus aspas para tasajear el derecho de la libertad de expresión, pues en el populismo solo se debe escuchar la voz del falso mesías que es equivalente a la voz del pueblo que solo él representa. De esos escondrijos del populismo emerge la verdadera personalidad del líder que se hace diestro en entonar arengas salvacionistas aderezadas con las neo consignas trepadas en las banderas del progresismo: la tentación autoritaria. La intención siempre ha sido conquistar el poder a costa d lo que sea para luego entronizarse en el para siempre.
Mientras existan brechas sociales, injusticias y pobreza, los populistas tendrán en ese cuadro de contradicciones, un suculento caldo de cultivo para especular, confundir, promover odios, rencores y luchas de clases. Nunca tendrán planes para reducir el desempleo, pero sí demostrarán sus habilidades para soliviantar a los trabajadores informales, poniéndolos en contra de los emprendedores, autónomos, industriales, comerciantes, agricultores y ganaderos. La propiedad privada es uno de sus objetivos a demoler. Mientras más vulnerable sea la economía del país y más pobre vaya siendo la ciudadanía, más fácil será colocar en medio de la confusión e incertidumbre sus desvencijados clichés revolucionarios. Y la deuda externa que prometen saldar más bien se agiganta y el déficits fiscal que decían que debía remediarse se hace, contrariamente, endémico, y las instituciones bancarias de las naciones se transforman en imprentas para emitir dinero inorgánico y el signo monetario que juraban fortalecer lo pulverizaran y diluyen.
Los populistas son diestros en hacer de la crisis de servicios públicos una bandera para sus andanzas golpistas, eventos insurreccionales o como guion para empinarse en tribunas para lucir como académicos moderados, mientras acompañan con gráficos sus emotivas exposiciones sobre el cambio climático, los monopolios tecnológicos, la violencia de género, la igualdad de las personas en todos los sentidos, la escasez de agua, de luz, o los destartalados servicios de salud o de educación de un país. Pero no les pidamos que arreglen esas carencias, porque no saben de eficiencia, no saben de buena gerencia, lo suyo es agitar, mientras experimentan la mutación de descamisados a potentados por obra y gracia de la corrupción que estimulan en una suerte de alianza pervertida entre funcionarios y empresarios.
Ese maleficio anda suelto y es capaz de brincar los charcos de mares que separan a los continentes. Es una amenaza planetaria que solo podemos contener con una mejor educación, formando ciudadanos, con lecciones de moral y cívica para que estén vacunados contra esa pandemia populista que ataca sin avisar.
@alcaldeledezma
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