OPINIÓN

El polvo fino del cemento

por Antonio Ledezma Antonio Ledezma

Construcción del puente sobre el lago de Maracaibo

Para que tengamos una idea aproximada de lo que representa la utilización del hormigón y su inseparable aliado, el cemento, entre coloco en esta narrativa la espectacular obra del puente General Rafael Urdaneta, un regio viaducto de 8.678 metros de longitud, también conocido como el Puente sobre el Lago, estructura que ha sido motivo de inspiración para poetas y gaiteros zulianos. Ese puente fue edificado en la administración del presidente Rómulo Betancourt, siendo puesto en servicio el 24 de agosto de 1962, llegando a ser catalogado como el puente más largo del mundo en su tipo y una de las mas colosales estructuras de hormigón armado construidas.

Los diseñadores se pasearon por varias alternativas a la hora de concebir y construir el puente, una de ellas usar el acero, pero ese tipo de armazones exigen un mantenimiento riguroso, teniendo la característica del clima húmedo de la zona, fue así como surgió la contrapuesta de utilizar el cemento, un material más económico y que además daría pie a garantizar las exigencias estéticas de la obra.

Cuando se desarrolló el proceso de licitación logró ventaja el Consorcio Precomprimidos y Julio Berger A.G, el profesional encargado del diseño fue el ingeniero venezolano Paul Lustgarten y la coordinación se dejó a cargo del ingeniero italiano Ricardo Morandi. La ubicación comprende entre la parte sur del estrecho de Maracaibo, que conecta la Costa Oriental del Lago Maracaibo con la occidental.

Fue así como desde entonces se muestra señorial, con sus pedestales anclados a una profundidad de 60 metros sobre el lago de Maracaibo, constantemente iluminado por la maravilla del relámpago del Catatumbo, ese puente atirantado fruto de la mezcla del hormigón armado y el concreto. Esa obra acarreó un desembolso al Estado venezolano de 97 millones de dólares americanos.

Para poder construirlo se requirieron los siguientes materiales: 3.000.000 de sacos de cemento de 46 kilogramos, 20.000 toneladas de cabillas, acero corriente y especial, 67.483 metros lineales de pilotes de perforación redondos, con un diámetro exterior de 1,35 metros y una capacidad portante de más de 675 toneladas, 25.668 metros lineales de pilotes de hinca redondos, con un diámetro exterior de 91,4 centímetros y una capacidad portante de menos de 675 toneladas, 6.338 metros lineales de pilotes de hinca cuadrados, de 50 x 50 centímetros, macizos y de una capacidad portante de 75 toneladas.

En la etapa de mayor actividad se emplearon 2.630 trabajadores. 30% de los técnicos que trabajaron en las obras eran venezolanos. Para las pilas centrales se utilizaron 10 grúas torres, cuatro de las cuales alcanzaban alturas de 100 metros. Para los trabajos lacustres, se emplearon 13 remolcadores, 19 lanchas, 50 gabarras y una cantidad considerable de lanchas pequeñas con motores fuera de borda. Las excavaciones requeridas fueron de tal magnitud que con la tierra removida se hubiesen podido rellenar los túneles de la autopista Caracas-La Guaira.

Todos estos datos y muchas más referencias sobran en Wikipedia y textos consultados, que nos permitirán sacar números para después realizar una simple ecuación matemática, y saber cuántas toneladas de carbono salieron de esos 3 millones de sacos de cemento contentivo, cada uno, de 46 kg. Otros gases que seguramente se agregaron fueron los emitidos por los motores encendidos de las lanchas y gabarras.

Lo que pretendo con esas citas, que igual han podido estar referidas al puente sobre el Orinoco, o los miles de puentes levantados en medio de todas las carreteras de Venezuela para permitir el paso sobre ríos de los Llanos o del oriente del país, es que la contaminación ambiental viene acechándonos desde hace muchas décadas. Que la contaminación ambiental y sus secuelas del cambio climático, los estragos de la deforestación, la manera irregular del uso de los suelos que terminan degradándolo, los atentados contra las cuencas hidrográficas que van disminuyendo las fuentes hídricas, los ataques a la biodiversidad y las nefastas consecuencias que se ponen de manifiesto en la extinción progresiva de especies que vienen siendo víctimas de tráfico ilegal.

En todos los ámbitos se habla de esa calamidad y hasta los escritores asumen una nueva narrativa a la hora de ventilar las causas y consecuencias del cambio climático. Ricardo Barontini y Pierre Schoentjes así lo comentan en un trabajo publicado en la Razón y Fe (Pág, 156), una revista de cultura fundada en 1901 con una óptica cristiana. Para estos analistas “estos temas están empujando a los escritores a asumir nuevos retos narrativos, ya que la extinción de especies, la contaminación generalizada y la crisis climática son ahora realidades que deben integrarse en las historias. Desde el punto de vista literario, se plantea la cuestión de cómo la atención al medio ambiente puede cambiar la forma misma de la novela contemporánea, y cómo este cambio puede contribuir a la difusión de un nuevo imaginario de nuestra relación con el ecosistema global”.

Estos contenidos deben ser tratados y ventilados diariamente en las escuelas, en el seno de las familias y, de manera didáctica, a través de los medios de comunicación social. Decirle a la gente que su salud está en riesgo, que no se trata de conocimientos de uso exclusivo para especialistas o científicos que hablan con propiedad de los efectos del ozono troposférico y de esas partículas llamadas “polvo fino” que contaminan y terminan convirtiendo a los seres humanos en victimas de mortalidad prematura, o por lo menos de afecciones respiratorias o de alergias. Así traté de hacerlo en mis funciones de alcalde de la ciudad de Caracas a partir del año 1996, elaborando y editando una Cartilla Ecológica fruto del trabajo en conjunto de los más acreditados especialistas en el tema ambiental. Esa cartilla fue puesta en las manos de los miles de educadores que atendían a miles de niños en los preescolares patrocinados por la institución a mi cargo. La idea consistió en que diariamente se le hablaba a los alumnos del abecedario y se aprovechaba de explicarle que con la letra “b” se escribe basura, con la “d” desecho y con la “r” reciclar. Fue un método sencillo pero práctico y efectivo para involucrar a ese niño con la temática medioambiental.

En mi artículo de la semana pasada viajé al pasado para recordar que en dos de las tres entradas a San Juan de Los Morros, estaban instaladas unas fábricas de cemento, de cuyas chimeneas salían monóxido de carbono, dióxido de carbono, óxidos de nitrógeno, dióxido de azufre, mercurio (metales pesados), dioxinas y furanos. Es un polvo muy dañino para la salud de las personas por su contenido de cal y alcalinidad, en contacto con el agua, ese polvo afecta la piel, los ojos y los pulmones.

En la obra La economía venezolana en el siglo XX, un trabajo académico coordinado por los profesores Tomás Straka y Fernando Spiritu, el Dr. Lorenzo González Casas nos recuerda que “en contraste con las noticias favorables de la expansión de la industria hay otras asociadas a la contaminación ambiental, pues el cemento está en todos lados, incluido el sistema respiratorio y la piel de las personas que trabajan o habitan en las cercanías de las plantas. Ello provocó en muchos países la movilización de la población como ocurriera en La Vega y Valencia. En el caso de la primera, el problema se advertía a partir de la década de 1930, cuando se presentaron quejas y denuncias que condujeron a estudios de impacto ambiental donde se mostraban diferentes patologías en los empleados y habitantes de sectores vecinos (se calculaba que emanaban tres kilogramos de polvo por cada tonelada de cemento producido), así́ como deterioro del paisaje, de la vialidad y la producción de ruido” (Noriega y Machillanda, 1978. Pág, 160).

La preocupación de la gente era razonable. Esas fábricas cementeras operaban solo con insuficientes filtros para reducir la cantidad de polvo que emitían los hornos y los molinos y que solo existía una norma que limitaba el polvo de cemento en chimenea hasta 40%. Algunas cosas han cambiado para bien en la actualidad y la mayoría de los hornos de las empresas cementeras de Venezuela están utilizando gas natural, lo cual hace que las emisiones de gases peligrosos disminuyan, así como el CE2 por su baja huella.

Lo cierto es que, cada vez que se pone en uso una tonelada de cemento, bien sea para edificar una escuela, carreteras, calles, aceras, o las estructuras en las que se empotraran las turbinas eólicas, o para llevar adelante una obra relacionada con una represa para generar energía hidroeléctrica, como la que está pendiente de concluir en Tocoma, o la existente, el embalse de Guri, se emiten gases de efecto invernadero.

Hoy todos debemos estar al tanto de que por cada tonelada de cemento se emite una tonelada de carbono. Más específico ha sido el profesor Yet-Ming Chiang, a cargo de la catedra de Ciencias e Ingeniería de materiales en Massachusetts Institute of Technology (MIT), quien viene por años realizando un trabajo investigativo que permita fabricar cemento sin producir emisiones de efecto invernadero. Yet-Ming Chiang ha influido en el desarrollo de nuevos materiales para el almacenamiento, la transferencia y la alimentación de energía de una variedad de dispositivos y vehículos diferentes.

La angustia del profesor Chiang se manifiesta al advertir que «aproximadamente 1 kilogramo de dióxido de carbono se libera por cada kilogramo de cemento que se fabrica. Eso suma de 3 a 4 gigatoneladas (miles de millones de toneladas) de cemento y de emisiones de dióxido de carbono, producidas anualmente en la actualidad, y las estimaciones es que esa cantidad aumentará. Se espera que el número de edificios en todo el mundo se duplique para 2060, lo que equivale a construir una nueva ciudad de Nueva York cada 30 días».

¿Las soluciones? Una sería capturar el dióxido de carbono durante su proceso de fabricación e inyectarlo de nuevo en el material de construcción antes de su utilización. Otra solución es usar agua de mar y el dióxido de carbono emitido por centrales eléctricas y capturarlos, con lo cual sería posible reducir en 70% las emisiones. Observemos como ya en España se está sustituyendo 70% de los combustibles fósiles que utilizaban en sus hornos para producir cemento, por residuos de todo tipo, entre otros la biomasa. Todo dentro del esquema de las tres R: Reducir, Reciclar y Reutilizar.  Eso ha permitido aminorar las emisiones de SO2 y de CE2. En otras áreas industriales se preparan para producir hidrógeno verde en el marco de una política que respalda la Unión Europea para lograr producir combustibles sostenibles.

Desde las Naciones Unidas se comunica que el Programa para el Ambiente (Pnuma) está destinando cuantiosos recursos financieros para indagar respecto a otras alternativas al carbonato de calcio, arrojando como primeros resultados la posibilidad de que el AL203, reconocido como bauxita o mineral de aluminio, que tiene como característica poseer grandes cantidades de óxido de aluminio. Esos minerales los tiene Venezuela en abundancia.

Otra alternativa es emplear la arcilla que según los técnicos agrega resistencia y reduce las emisiones en el cemento. El portal quimica.es, líder del sector químico y sus proveedores en Suramérica, México y España, ofrece abundante información sobre esta fórmula o novedades de la química, la química fina y la petroquímica. Soy uno de los 2,6 millones de usuarios.

Allí pude leer que la arcilla Belterra representaría la piedra angular de esa atractiva iniciativa concebida por los geólogos brasileños, conjuntamente con el equipo de MLU, concluyendo que la alternativa sería “no usar bauxita pura, sino una sobrecarga: arcilla Belterra”. El razonamiento defendido por el especialista Herbert Pöllmann radica en que “la capa de arcilla puede tener hasta 30 metros de espesor y cubre los depósitos de bauxita en las regiones tropicales de la Tierra, por ejemplo, en la cuenca del Amazonas”.

Destacan los especialistas“el contenido de suficientes minerales con un agregado de aluminio para garantizar un cemento de buena calidad. También está disponible en grandes cantidades y puede procesarse sin tratamiento adicional”.Otra ventaja radica en que la arcilla Belterra debe eliminarse de todos modos, por lo que no tiene que extraerse solo para la producción de cemento.

Una precisión a tener en cuenta es que,“aunque el cemento no se puede producir completamente sin carbonato de calcio, al menos de 50% a 60% de la piedra caliza puede ser reemplazada por arcilla Belterra”.

Otra posibilidad está en el reciclaje de hormigón endurecido de edificios demolidos, todo con la idea de reducir las emisiones de gases. El hormigón triturado no es solo una opción viable para reemplazar la arena de construcción, que ahora escasea, sino que también podría reducir las emisiones asociadas con el hormigón.

En Canadá, la Startup Carbon Cure Technologies, ha indicado que trabaja en una posibilidad atractiva como sería incrustar CO2 en el concreto fresco, con la finalidad de fortalecerlo en la medida en que va atrapando el carbono a través de un proceso de mineralización.

Cada día queda en evidencia que para levantar la mayoría de las infraestructuras, que van desde represas, puentes, hormigones, etc., están supeditadas al cemento Portland. Mientras tanto tres de los más gigantescos consorcios cementeros que operan en diferentes partes del mundo como lo son Heidelberg Cement, más el grupo suizo Lafarge Holcim y Cemex, están comprometidos a cumplir la meta de reducir drásticamente el número de emisiones para el año 2030, haciendo posible la conversión hacia carbono neutro para el 2050.

Lo que se desprende de este relato es que, tal como lo advierte en su análisis el Dr. Lorenzo González Casas, “al igual que el petróleo, el cemento fue el combustible de un proyecto de país moderno y urbano, el cemento actuó́ como carburante principal de una industria de la construcción que brindaría las evidencias materiales de ese proyecto modernizador, convirtiendo sus rituales de transformación en lugares concretos y de concreto. El ascenso en la popularidad del cemento fue indetenible, si para el año 1875, el consumo apenas pasó de 12 toneladas, poco de un siglo más tarde, en 1973 se llega a casi 3,5 millones”. (La economía venezolana en el siglo XX. Página 155).

En definitiva, el camino hacia la transición energética implica un reto para Venezuela que va más allá de nuestra conocida condición de país poseedor de recursos naturales no renovables como petróleo, gas y carbón. Tenemos que asumir ese desafío sin complejo alguno. Fuimos capaces de desarrollar exitosas empresas para explotar nuestro petróleo, basta mencionar Pdvsa. Fuimos creativos y audaces, inventamos la Orimulsión, se levantó el Intevep, la CVP y fundamos la OPEP. Contamos hoy en día con un maravilloso talento humano adentro y otros millones repartidos por el mundo en forma de diáspora. ¿Por qué no vamos a ser capaces de innovar en la creación de empresas generadoras de energías limpias? Claro está, no solo son suficientes los planes ni las buenas intenciones, será indispensable contar con un gobierno auténticamente democrático con líderes comprometidos con estos formidables cambios.

@Alcaldeledezma