El año 1997 experimenté una crisis depresiva inducida por un nefasto personaje del Rectorado  de la Universidad de los Andes, quien, luego de citarme a su novísimo despacho donde ejercería funciones de «director de Relaciones Interinstitucionales», al primero que tuvo como inaudito e inexplicable objetivo de guerra fue a mí. Quería destruirme, sin dudas. Me maltrató psicológicamente con inimaginable severidad y mencionaba, mientras lo hacía, a mis adoradas hijas.

-Te dejaré en la calle y tus bebés lindas, que sueles traer al Rectorado, morirán de hambre junto contigo y esposa –amenazaba, con rostro de matón todopoderoso.

Abandoné su oficina dejándolo vociferar su arrogancia. Las palabras del malnacido chocaban contra las paredes y su griterío infame fue escuchado por las secretarias que solían expresarme su admiración por mis aptitudes de padre-madre que asombrarían a todas las autoridades académicas. Siempre fui amable con todas, jamás las ofendí, las recuerdo con cariño. Me vieron compungido, pero no cabizbajo.

Salí del Edificio Central del Rectorado. Me dirigí hacia el Hospital Universitario de los Andes (HULA), donde mi amigo y fans de mi obra literaria Evaristo Valero, quien era director del «Doctorado en Psiquiatría», me atendió rápido pero sorprendido por mi «visita de paciente» [así inferí cuando miraba fijo sus ojos].

-Qué sucede, Alberto, cuéntame –interrogó mi ya extinto amigo.

Le narré detalladamente mi encuentro con alias «Pedro Pesadilla» [designado por Michel Rodríguez Villenave, a quien ayudé a lograr convertirse en rector y me había traicionado]. Minutos después me invitó a acompañarlo a almorzar fuera de su consultorio, en el Mesón del Extremeño, un restaurante situado en el Paseo de las Ferias (Mérida-Venezuela). Ya instalados, sacó una libreta, bolígrafo y sello del HULA. De puño y letra redactó un diagnóstico en redor de mi súbita y peligrosa afectación depresiva. Al final informaba a las autoridades de la Universidad de los Andes que, desde ese momento, yo estaría a cargo de su autoridad como médico psiquiatra por tiempo indefinido.

-Nunca más ningún canalla golpeará tu psiquis de esa forma tan ignominiosa –me palmeó el hombro izquierdo mientras firmaba el dictamen psiquiátrico-. No regresarás al ámbito universitario, tu vida peligra allá. Te mantendré a salvo.

A partir de ese día me alejé de mi lugar de trabajo e inmergí en eso terrible que llaman ostracismo. Me incomuniqué del mundo exterior, tenía una soga con el «nudo nogal» lista para usarla en el momento preciso. Empero, de súbito, un prominente poeta de la Escuela de Letras, cuyo nombre fue https://www.buscabiografias.com/biografia/verDetalle/1619/Ramon%20Palomares, comenzó a llamarme por teléfono, con persistencia. En los ámbitos políticos-culturales de la universidad se rumoraba sobre el lamentable suceso relacionado conmigo,

-No te suicides, Jiménez Ure –musitaba como si se tratase de un ángel salvador enviado por Entidad Oculta-. Tus niñas te necesitan, la universidad también. No te vayas de este mundo, hermano.

Yo había escrito un ensayo sobre sus libros https://books.google.co.ve/books/about/El_Reino_Paisano_Adi%C3%B3s_Escuque_y_Otros.html?id=5_3dNAEACAAJ, entre los más de 2.000 repartidos por revistas y diarios del mundo durante mi carrera literaria.

Fui invitado a estar presente en el homenaje que autoridades del gobierno nacional hicieron al poeta Ramón Palomares, al cual asistí junto con un selecto grupo de hacedores de cultura que lo conocieron y veneraron. Fuera del púlpito confesé, a su hermosa viuda y destacada dama de la Sociedad Merideña, que su esposo fue un formidable intelectual. Me persuadió de no cometer suicidio en el curso de aquellos aciagos días que experimenté bajo asedio de Tenebris. Infinita, maravillosa mi quietud y comunión con todos ahí. El Sector Valle Grande de Mérida ya tiene un santo de la poética nacional con capilla. El destino me deparaba ser uno de los privilegiados testigos de ese extraordinario evento espiritual, realizado por autoridades del gobierno de Venezuela e impulsado por nuestro admirado poeta-fiscal Tarek William Saab. Fue un acto que enalteció la inteligencia de la república.

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@jurescritor 


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