OPINIÓN

El poder

por Rafael Ramírez Rafael Ramírez

Con relación al poder, se ha escrito y reflexionado desde tiempos remotos. Los grandes pensadores y creadores de la historia han dedicado buena parte de su esfuerzo a tratar este tema.

En el ámbito de las ideas políticas y la ideología, su tratamiento ha sido exhaustivo, no sólo por el interés que concita en la organización de la sociedad, sistemas políticos y económicos, sino porque las manifestaciones del mismo, sea de un poder constructivo, virtuoso y transformador, o de uno negativo, destructivo, retrógrado y violento, tienen severas implicaciones en el destino del humanidad.

No pretendo, por supuesto, equipararme a ninguno de estos importantes teóricos. Pero dada la terrible crisis, caos y fractura espiritual que atraviesa nuestro país, me viene a la mente la necesidad de hacer algunas reflexiones, partiendo de nuestra experiencia reciente y, muy particularmente, de la mía propia en el poder, con el gobierno del presidente Chávez.

Así, quien lea estas líneas, puede hacer una comparación y apreciar la gran diferencia entre el poder durante el gobierno de Chávez y el poder actual.

Me correspondió el hecho extraordinario de ser protagonista del proceso de cambios revolucionarios durante el período de la revolución bolivariana, liderada por el presidente Chávez.

Aunque he militado en el campo revolucionario desde muy corta edad —a los 15 años—, no fue sino con el comandante Chávez, en Miraflores, que el pueblo llegó al poder, donde lo mejor del pensamiento de Bolívar y Fabricio Ojeda fue la base sobre la cual se erigió su teoría y práctica revolucionaria.

Un primer comentario, entonces, es que, para que el poder sea revolucionario, debe tener una teoría y una práctica revolucionaria. Puede parecer una perogrullada, pero éste es un elemento fundamental, porque de lo contrario —y es lo que sucede actualmente— el poder en sí mismo lo que hace es sostener y reproducir los valores y el sistema hegemónico en la sociedad o el mundo, en este caso, el capitalismo.

Otro elemento que habría que agregar, es que, desde una visión revolucionaria, el poder con Chávez era virtuoso, constructivo. En el gobierno, junto al presidente Chávez, pudimos desarrollar un esfuerzo transformador, prefigurando una nueva sociedad y un nuevo sistema económico más justo, equitativo y humano: el socialismo. Teníamos una meta y un propósito, que se reflejaba en el Vivir Bien del pueblo venezolano.

El gobierno de Chávez en el poder, al corresponderse a un poder revolucionario, era un instrumento del pueblo para impulsar la revolución, la movilización popular y la justicia social. El gobierno respondía a los intereses populares, no al de las élites, ni a las transnacionales.

Luego, un aspecto fundamental es que, el poder de Chávez, se basaba en el pueblo. Estaba legitimado permanentemente por el mismo, en ejercicio pleno de la soberanía popular, que no sólamente estaba expresada en el voto, sino en su participación directa en el proceso transformador del país, en la aplicación del concepto de una Democracia Revolucionaria, Participativa y Protagónica.

Por ello, el gobierno de Chávez nunca recurrió a la represión, ni a la violación de los derechos humanos, como Política de Estado. Los principios humanistas y la autoridad de Chávez le permitían superar, con el pueblo, la desestabilización política y económica, en ejercicio de la Política con P mayúscula; y, por supuesto, con la efectividad de su gobierno, como demostramos en la ocasión del sabotaje petrolero.

En el caso de Chávez, el poder, además, se sostenía en la asertividad y el carisma de su liderazgo, y en una autoridad indiscutible como presidente del país. Siempre estuvo subordinado a las instituciones del Estado que, muchas veces, se oponían abiertamente a su gobierno (como el caso del TSJ y los “militares preñados de buenas intenciones” en el 2002).

El presidente Chávez, siendo un militar con un extraordinario liderazgo en este sector, se sometía permanentemente al control popular del ámbito civil; así seguía un concepto profundamente bolivariano, pues el Libertador, que concentraba en sí mismo el poder militar y la autoridad política, se subordinó de forma sucesiva al Congreso de Angostura y luego, de la Gran Colombia, en lo que era parte de su Doctrina Bolivariana en relación con el poder.

El gobierno de Chávez contaba con un equipo de ministros. Los más importantes de éstos, con competencia y capacidad para llevar adelante la gestión gubernamental y la marcha del país. Basta revisar el desempeño de los mismos y sus resultados (visibles, auditados y fiscalizados), para verificar este hecho.

Sin embargo, hay que decir que la lucha de Chávez era permanente, para que el gobierno lo acompañara en su objetivo de hacer una revolución al ritmo urgente de aquello que no se puede posponer. Nosotros siempre estuvimos en la vanguardia, junto a Chávez y sus objetivos. Eso nos generó el rechazo y la animadversión de la llamada “derecha endógena” o “chavismo sin Chávez”, que luego llegó al poder de la mano del madurismo.

Desde el ministerio, como responsable del sector petrolero, una vez consolidado el poder político del gobierno bolivariano, tras la derrota del golpe de Estado y el sabotaje petrolero, en 2004, iniciamos la batalla por la conquista de la Plena Soberanía Petrolera. Y aquí surge otra reflexión importante.

Para poder transformar el país y hacer una revolución, primero hay que existir y tener una teoría revolucionaria (insistimos en este punto).  Nosotros, una vez consolidado el gobierno Bolivariano, avanzamos con la Plena Soberanía Petrolera; teníamos la preparación técnico-política y una idea clara, una teoría, de lo que debía hacer una Revolución con el control del petróleo.

Estábamos enfrentando a los intereses más poderosos del planeta, el de las transnacionales petroleras; y lo hicimos bien. En una acción de gobierno, que solo fue posible por la existencia de un gobierno revolucionario en el poder, pudimos revertir la entrega de nuestra soberanía sobre los hidrocarburos —ocurrida durante la Apertura Petrolera— y subordinar, bajo nuestra Constitución y leyes, a 31 de las 33 empresas internacionales que operaban en nuestro país. Lo hicimos con determinación y capacidad técnico-política; recuperamos, para nuestro pueblo, las reservas más grandes de petróleo del planeta. Para eso es el poder. Con nuestra acción, fortalecíamos el Poder Nacional, que luego nos permitió desplegar la obra de gobierno e incidir en el mundo.

En 12 años mantuvimos la producción petrolera estable en 3 millones de barriles diarios. Pdvsa se convirtió en un poderoso instrumento del Estado en el ejercicio de soberanía sobre el petróleo, para colocarlo al servicio del pueblo.  Nuestro objetivo fue recuperar la soberanía para hacer uso de la renta petrolera y, así, pagar la deuda social, luchar contra la exclusión, la pobreza  y la desigualdad; luego, con la misma, construir el modelo económico alternativo al rentismo petrolero, que no es el capitalismo, sino el socialismo. Para eso es el poder.

El poder de Chávez se hizo virtuoso, cuando utilizamos el petróleo para crear todas las Misiones Sociales, ante el pesar de la oligarquía y las élites que siempre se beneficiaron de la renta petrolera, que nos atacaban de manera despiadada. Utilizamos el petróleo para financiar las Misiones de Salud, de Educación, de Alimentación, de Cultura, de Vivienda, hacer universidades, escuelas, liceos, hospitales, para eso es el poder. Un poder popular, un poder revolucionario.

Cuando utilizamos todo el poder del Estado y el petróleo, para hacer 600.000 viviendas en solo 2 años, en la Gran Misión Vivienda Venezuela; cuando graduamos a 800.000 vencedores de la Misión Ribas; cuando transformábamos cuarteles en universidades; cuando construimos parques eólicos y centrales eléctricas; cuando entregamos las sedes de Pdvsa a las universidades; cuando nuestros trabajadores petroleros en los distritos sociales se colocaron a la vanguardia de la lucha contra la pobreza y la exclusión; cuando con La Estancia, llevamos la cultura y el arte a los nuevos espacios públicos en el país, para todo el pueblo; estábamos ejerciendo el poder virtuoso, el poder revolucionario, el poder para el pueblo.

Tantas cosas se hicieron con Chávez, con el poder revolucionario, o mejor dicho, con un gobierno revolucionario en el poder. El país y el pueblo experimentaron un período extraordinario de crecimiento, inclusión, solidaridad, bienestar y cambios estructurales. Teníamos un sueño, teníamos un plan: el Plan de la Patria.

Hacer una revolución y mantenerla como tal es una tarea difícil. Ésta siempre fue la preocupación y la tragedia de grandes revolucionarios en el mundo. Se ha escrito y analizado cómo actúan los mecanismos del poder, para acabar con una revolución. El libro Rebelión en la Granja de George Orwell es un escrito de validez universal y, probablemente, el testimonio más trágico del los mismos; es la obra de Trotski antes de su asesinato: La revolución traicionada.

Y la revolución bolivariana fue traicionada. Su poder virtuoso fue derrocado. La Quinta República no existe más; tampoco el Poder Popular, ni el Plan de la Patria. El país está en ruinas y el pueblo, sumido en la pobreza y desesperanza, escapa derrotado, atravesando el camino de los Andes o el Darién.

Pero el pensamiento de Chávez está allí, en el corazón de los humildes, con una vigencia extraordinaria en sus elementos fundamentales. De la teoría y la práctica de Chávez, del poder virtuoso de su gobierno, tenemos los elementos y la experiencia para salir de este laberinto; o más bien, de este abismo.

Para tener el poder nuevamente, para retomar el camino de Chávez, debemos existir; y para ello, tenemos que reivindicar nuestra identidad chavista y profundamente bolivariana, reunificarnos y luchar por el poder, conquistarlo, para ponerlo al servicio del pueblo. Son las tareas urgentes, para la reconstrucción de la patria.