Los distintos argumentos políticos tras la cooperación al desarrollo, en un contexto internacional marcado por la pandemia, permiten evaluar el potencial de la ayuda para el ejercicio del poder o la influencia internacional y su real incidencia en las poblaciones a las que va dirigida.
Según Iliana Olivié y Aitor Pérez (El Cano, 24 de octubre de 2018), en las últimas tres décadas, los Estudios del Desarrollo se han aproximado a la ayuda, sobre todo, desde la perspectiva de su gestión: ¿es eficaz?, ¿a qué sectores o países debería dirigirse?, ¿cómo combinar la ayuda bilateral y multilateral? Sin embargo, la actitud cuestionadora del gobierno de Trump hacia el multilateralismo, el fortalecimiento de donantes emergentes como China en el marco de la pandemia por COVID-19 y, en general, la globalización de la vulnerabilidad, requieren de una nueva perspectiva en el estudio de la ayuda.
En este sentido, surgen nuevas y viejas preguntas: ¿por qué los países ricos ayudan o dejan de ayudar a los países más pobres?, ¿cómo y por qué llegan a institucionalizarse estas políticas?, ¿cómo se vincula la ayuda con el conjunto de la acción exterior y con la política exterior de los países?, ¿es la ayuda una herramienta para el ejercicio del poder o de la influencia regional o global?
Según estos autores, los cimientos políticos de la ayuda son los mismos en todas partes: liderazgo, solidaridad, el cumplimiento de las normas internacionales y la acción de los distintos actores políticos locales,incluidas las ONG y los grupos de presión; lo que los lleva a concluir “que distintas dosis y combinaciones de estos ingredientes resultan en distintas modalidades de la ayuda, tanto en su naturaleza como en su volumen”.
La COVID-19 ha puesto en emergencia la salud de la población mundial, planteando un desafío que debe ser abordado a través de la solidaridad y la cooperación internacional. Como sucede con la ayuda al desarrollo, depende de unos pocos donantes y las narrativas que envuelven sus acciones son un fiel reflejo de la competencia geopolítica.
Sin duda, la nota más llamativa al respecto es el retiro de Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud. La que alguna vez fuera denominada la primera potencia mundial formalizó en julio su decisión de salir definitivamente del organismo multilateral, acción que se hará efectiva en un año. Trump acusó a China de presionar a la OMS para «engañar al mundo» sobre el virus y a la organización como tal de completa ineficacia. El gesto, además de poner en duda la viabilidad financiera de la institución en el mediano plazo, deja claro que la narrativa norteamericana sobre la ayuda para la salud está motivada politicamente en el marco de su rivalidad con China (BBC, 7 de julio de 2020).
Para Europa la salud en los ultimos años era, fundamentalmente, una cuestión de desarrollo humano y un aspecto esencial de la igualdad de género y la lucha contra el cambio climático. Ahora ha recobrado importancia el aspecto de la seguridad, marcando un regreso de las fronteras, que afecta sobre todo los derechos de migrantes y refugiados (Ortega, 2020).
En Asia destacan dos actores: China y Rusia. Obviamente, el discurso chino busca lavar de culpas a su administración por el anuncio tardío de la enfermedad originaria de la provincia de Wuhan. En el marco de la llamada «diplomacia de las mascarillas», Pekín envía donativos a países en dificultades que luchan contra el coronavirus, también a naciones de América Latina. En momentos en que Estados Unidos está enfocado en su propia crisis, algunos expertos consideran que la potencia asiática busca mejorar su posicionamiento global en la región (DW, julio, 2020).
Por su parte, Rusia está aprovechando esta coyuntura para posicionarse como donante de “ayuda técnica humanitaria”, con lo que busca reforzar su imagen de potencia en ascenso. No por nada forma parte de la carrera por fabricar una vacuna, de la que ya se autoproclamó vencedora. Ahora se mueve con destreza en el marco del llamado “nacionalismo de las vacunas”, que plantea a los Estados la necesidad de establecer acuerdos con el objetivo de producir y recibir las dosis necesarias para atender a su población. En algunos casos, como está sucediendo con Venezuela, estos acuerdos implican el uso de la población más vulnerable como “conejillos de Indias”. Mala cosa, pero no pareciera que hubiera mucho margen para maniobrar. En general, un reparto equitativo de las vacunas a nivel mundial es clave porque, al fin y al cabo, la pandemia no desaparecerá hasta que todos estemos inmunizados.
La somera revisión que hacemos de este interesante tema no estaría completa sin una mención a la ayuda cubana impersonada en sus médicos “de exportación”. En Venezuela, son muy criticados pues se sospecha de sus verdaderas intenciones y se cuestiona que ganen mucho más que los médicos locales, quienes, sin duda, están mejor preparados. Ahora, durante la pandemia, solo a ellos llegan los equipos de bioseguridad en un trato discriminatorio con base en la ideología.
Sin embargo, en lo que respecta a Venezuela, queremos referirnos, sobre todo, a la necesidad de llegar a acuerdos para el ingreso de la ayuda humanitaria en el marco de la Responsabilidad de Proteger (R2P), principio de relativa reciente incorporación en el Derecho Internacional Humanitario, que enfrenta algunos problemas para su implementación pues contraviene al tradicional principio de la soberanía de los Estados.
El tema vuelve a estar sobre la mesa gracias al Foro Interreligioso Social, instancia que reúne a comunidades e instituciones religiosas y organizaciones basadas en la fe, las cuales expresaron al unísono su preocupación por la poca incidencia que el ingreso de la ayuda humanitaria ha tenido en la población venezolana. No lo dicen, pero en su comunicado hay una queja implícita al hecho de que Maduro se niega a aceptar ayuda que no provenga de sus aliados, la cual distribuye con criterios proselitistas, entorpeciendo la labor de las ONG a las que considera peones del Imperio.
La verdad es que la política rige tanto la negativa del régimen a recibir ayuda de Europa o Estados Unidos como el manejo mediático de planes, por lo demás justos y necesarios, como el de “Héroes de la Salud” por parte del gobierno interino.
Urge poner a Venezuela y los venezolanos por encima de los intereses políticos. Lo que aquí ocurra será parte de la historia del Derecho Internacional Humanitario. En lo particular, no me cabe la menor duda de que consensuar la entrada del Programa Mundial de Alimentos, por ejemplo, con sus múltiples aristas (programas alimentarios, asistencia a niños, transferencias de efectivo, apoyo a productores, etc.), en coordinación con órganos del Estado en sus distintos niveles, y la participación de actores locales e internacionales, incluyendo a las ONG, es clave para la superación de la emergencia.
@mariagab2016