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El plebiscito español

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España elecciones presidente del Gobierno, Pedro Sánchez,

EFE

Para quien no conozca en detalle la geografía española, entrar a describir el mapa geográfico-político que resultó de las elecciones regionales -municipales y autonómicas-  del domingo pasado es una tarea poco útil, aunque nos ha dejado boquiabiertos a quienes asistimos a los comicios desde la propia Madre Patria.

La síntesis es que los españoles decidieron, en un proceso electoral que nos produce una envidia inenarrable por su orden, confiabilidad y simplicidad, hacer un giro de 180 grados, cambiar la orientación política del país, retornar a la ortodoxia, acabar con el despilfarro, penalizar a las izquierdas, terminar con el sanchismo y enterrar a Podemos, todo al mismo tiempo.

De este varapalo al PSOE sale sólidamente triunfadora la derecha moderada del país. La votación no fue otra cosa sino un plebiscito en forma sobre la figura de Pedro Sánchez y el repudio de su política y ejecutorias. Desde su posición de jefe del gobierno, el hombre utilizó cuanto recurso tuvo a mano para apuntalar a sus candidatos en cada una de las dependencias a las que se trasladó en las últimas semanas haciendo un uso equivocado e ilícito de los recursos públicos. Tal solidaridad solo le sirvió para estigmatizar a los suyos y no pudo ponerle barrera al tsunami azul -el color del PP- que es hoy festejado en el país.

El ego y la arrogancia del individuo, su ausencia total de escrúpulos para aceptar a lo largo de su gestión las exigencias de pequeñas minorías inmorales como Bildu y Podemos con el único fin de mantenerse atornillado en el poder, fueron leídas por la población como lo que eran en su esencia: una afrenta a una colectividad trabajadora, comprometida con el país, valiente como la que más frente a las dificultades, valoradora de su historia democrática, inclusiva y generosa. En lo económico cada español sitió en bolsillo propio las consecuencias de políticas dispendiosas y no quiso hacerse solidario de prebendas sociales de última hora diseñadas no para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos sino para que la dádiva fuera la base de su permanencia en el poder.

La carta bajo la manga, la que de nuevo apunta a seguir instalado a costa de lo que sea en el despacho de la Moncloa, ha sido la de llamar a elecciones generales en apenas 54 días, el mínimo permitido por el ordenamiento electoral español. La movida apunta a tratar de impedir el descoyuntamiento del Partido Socialista que tendría lugar en la espera de 6 meses que separaría el electorado de una contienda a fin de año, a detener el cuestionamiento interno de su figura, a parar la hemorragia de apegos, a impedir e intentar conservar algo de la favorabilidad que pudo haber alcanzado en el poder.

Para el izquierdismo planetario la defenestración del PSOE y la muerte de Podemos es una lección que debe ser observada con detalle. El populismo barato no es una estrategia que paga. En las democracias el pueblo penaliza la oferta hueca, la falta de moralidad, los dislates en el ejercicio del poder y las alianzas inconvenientes. El ejemplo de los españoles en las urnas es un llamado de alerta a iniciativas como el Foro de Sao Paulo que sigue apuntalando políticos tan siniestros y equivocados como Luiz Inácio Lula da Silva, Gustavo Petro, Nicolás Maduro y Andrés Manuel López Obrador.

España ha señalado un nuevo rumbo. España merece lo mejor, por eso votaron los españoles…

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