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El plan iraní no acaba de funcionar

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En más de una ocasión me he referido desde esta columna a la inteligencia y sofisticación de la estrategia iraní en el conjunto de Oriente Medio. Con el tiempo transcurrido desde el brutal atentado ejecutado por Hamás en el sur de Israel, causa directa del conflicto bélico que hoy se desarrolla en la Franja de Gaza, podemos comenzar a evaluar los efectos de su ejecución y, por lo tanto, adelantar unas primeras conclusiones sobre su éxito o fracaso. El que una estrategia sea inteligente no garantiza su éxito.

Israel se encuentra bajo un conjunto de presiones. Una parte de la población exige anteponer el rescate de los secuestrados a la lógica de las operaciones militares. Si el gobierno hiciera literalmente caso a esas exigencias, Hamás ganaría la guerra, puesto que las hostilidades quedarían detenidas y, a cambio de los ciudadanos retenidos, el grupo islamista lograría la liberación de en torno a 6.000 presos de las cárceles israelíes. Estados Unidos y una parte de los miembros de la Alianza Atlántica piden una menor contundencia, para así limitar el número de bajas civiles entre los gazatíes. De hacerlo las autoridades militares tendrían que asumir una prolongación del conflicto y un número mayor de bajas propias, dos efectos que, a su vez, generarían más presiones para un cambio que redundaría en favor de los intereses de Hamás. El Tribunal de La Haya amenaza con condenar a Israel por genocidio si continúa haciendo lo único factible para derrotar a Hamás, siguiendo una lógica por la que Estados Unidos y el Reino Unido serían catalogados como genocidas por su comportamiento durante la II Guerra Mundial.

Nada de esto es casual. Asistimos a un encadenamiento de hechos y circunstancias, estudiadas durante años por la Guardia Revolucionaria iraní, con el fin de atrapar a Israel en la lógica occidental, forzando su divorcio respecto de su propio entorno cultural y político. Es evidente que acusaciones semejantes no perturban, o perturbarían, lo más mínimo a Rusia, China o Irán, pero sí al bloque occidental, incapaz ya de soportar la barbarie implícita en cualquier acción militar.

En paralelo Irán utiliza a entidades afines para atacar a Estados Unidos y a sus aliados. Los destacamentos norteamericanos en la región han sufrido más de ciento cincuenta ataques directos, provocando un número significativo de bajas. La, en otra hora, gran potencia americana sufre en nuestros días una seria crisis de autoridad, ganada a pulso por sus dirigentes. El retraimiento de Obama y el acuerdo nuclear suscrito con Irán; el nacionalismo y aislacionismo de Trump; la vergonzosa salida de Afganistán; los vaivenes en la relación con Irán y Arabia Saudí; la inexistencia, en fin, de una estrategia de Estados Unidos en el mundo anima a sus opositores, en este caso a Irán, a mostrar músculo y a enviar un mensaje claro al Capitolio: están dispuestos a provocar una crisis regional si continúan apoyando a Israel, una pieza que deben dejar caer por su propio interés. El hecho de que nos encontremos en plena campaña electoral es una circunstancia extraordinariamente favorable que los iraníes tienen que aprovechar.

Siendo todo lo anterior positivo para los intereses iraníes, la realidad es que, hoy por hoy, los efectos no son todo lo favorables que desearían. Han conseguido frenar el acerca-miento de los gobiernos árabes a Israel, el proceso que gira en torno a los Acuerdos Abraham, provocando en la calle árabe la solidaridad con los gazatíes y la condena, cuando no odio, a los judíos y a sus aliados occidentales. En términos generales podemos afirmar que de cada diez árabes siete apoyan a Hamás en estos momentos. Sin embargo, los gobiernos árabes se mantienen en su posición original, más convencidos que nunca de que su enemigo son Irán y los islamistas y que su aliado natural es Israel. Cuanto más amenace Irán y cuanto más imprevisible resulte la política de Estados Unidos más firme será el vínculo entre Israel y sus vecinos. Algo semejante hallamos en Europa. A pesar de las desacertadas declaraciones de Borrell, los gobiernos de referencia no se engañan en lo fundamental. Está en juego la estabilidad regional y la supervivencia de los Estados más afines a nosotros.

Queda mucha crisis por delante y la prudencia aconseja evitar hacer pronósticos. Irán está jugando muy fuerte y ya no puede dar marcha atrás fácilmente. De cómo actúe Estados Unidos dependerá en gran medida el comportamiento del régimen de los ayatolás. Lo único seguro es la gravedad del conflicto y su condición de ser un teatro más en los intentos de poner fin a la influencia occidental en el mundo.

Artículo publicado en el diario El Debate de España

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