OPINIÓN

El plan chino para la paz y la OTAN

por Carlos Alberto Montaner Carlos Alberto Montaner
Puti

Putin recibió de manos del jefe de la diplomacia china, Wang Yi, el plan para la paz

China ha presentado un plan de paz para Ucrania con doce objetivos. China se propone revitalizar los mecanismos de derecho internacional, impedir la guerra nuclear en todas las circunstancias, declarar un “alto el fuego” en el conflicto “ucranio”, como se dice hoy día, o “ucraniano”, como se ha dicho siempre, y hasta restaurar las ciudades, puentes, carreteras, instituciones educativas, hospitales y viviendas.

Lo único que no se puede reemplazar son las vidas. Las de los ucranios y las de los conscriptos rusos. Nadie les dedicará una oración, ni un pensamiento, ni se contempla en el documento chino qué hacer con las tropas mercenarias que operan en el bando ruso. Se trata de soldados u oficiales muy bien pagados que recorren el mapa de las carnicerías públicas bajo la bandera pirata del Grupo Wagner —con calavera incluida— o expresidiarios que han canjeado sus vidas de pobres locos y asesinos malvados, por la posibilidad de quedar libres tras la contienda.

Francamente, he leído y releído el documento una docena de veces y, pese a mi escepticismo, todavía no le he encontrado el “truco” por ninguna parte. No existe una declaración formal de quién es el agresor y quién es el agredido, pero eso se deduce del contexto. Sabía que China era pro-Rusia y anti-Ucrania por afinidad entre las dos dictaduras, y se me ocurrió que Rusia le ha pedido a China que intervenga para sacarle las castañas del fuego. Y se me ocurrió, también, que Biden fue a Kiev a pedirle que existía una oportunidad de paz en el plan chino y que Zelenski no debía desaprovecharla. Las sanciones habían funcionado.

Lo que no le funciona a Rusia es el chantaje nuclear. Charles de Gaulle, que se cansó del paraguas gringo en 1960, pensó que era suficiente con 300 bombas para destruir todas las ciudades de más de 20.000 habitantes en Rusia, además de la capital y San Petersburgo. Casi todo dependía de la precisión en el “delivery”.

La “force de frappe” era eso. De Gaulle apostó por una fuerza disuasoria. Los franceses no podían tener miles de ojivas nucleares, ni falta que les hacía. Luego vinieron los aviones “Mirage 2000 N” y los submarinos “Triomphant”. Basta uno, llamado Le Terrible de esos submarinos, que atesora en sus 138 pies de eslora suficientes explosivos para destruir totalmente a Moscú y a San Petersburgo. Cada uno de esos submarinos tiene más poder de fuego que todas las flotas combinadas de la Segunda Guerra Mundial.

Efectivamente, Rusia puede pulverizar a Francia, ¿pero a qué costo? ¿Puede intercambiar Moscú por París a sabiendas de que llega el final del país más grande del mundo? Por eso no hay mucha temeridad en alegar que basta con tener una fuerza disuasoria disponible. Ni siquiera es posible tirar la primera piedra nuclear sin que te cocinen a fuego no tan lento. A la señora Thatcher, una primera ministra de hierro, o de acero inoxidable, como afirmaban los partidarios más irreductibles, se le ocurrió mencionar que estaba oyendo el tiroteo de las Malvinas con el dedo en sus armas atómicas y se la comieron viva los ingleses. Los argentinos se protegían con su indefensión. Doña Margaret no volvió a hablar del asunto y salió reelecta.

Un tipo tan despiadado como Putin sacó el tema a propósito de la resistencia de Ucrania y lo molieron a palos. Uno de los discretos sistemas de medición de la opinión pública —tiene tres y los consulta con frecuencia—, le contó que, mayoritariamente, su país no estaba de acuerdo en utilizar armas nucleares nunca. Fue entonces cuando Putin declaró que jamás utilizaría las armas atómicas primero. Era un santo varón. Cuando canceló el compromiso con Estados Unidos de vigilarse mutuamente, dijo con su lenguaje corporal algo que era cierto, especialmente si se trataba de un cínico inveterado: los pactos se firman para romperse, como los matrimonios. De lo contrario, bastaba un apretón de manos y mirarse a los ojos. En este caso se refería a un tratado de no proliferación de armas nucleares. El último que existía.

Da igual. Si no se puede utilizar el armamento atómico ni para amedrentar al adversario es un arma inútil. No le sirve a Rusia porque Francia, Inglaterra o Israel pueden destruirla y Estados Unidos presidir el desguace del enorme país, con el agravante de que es una entidad que data del siglo XVIII, es decir: desde ayer mismo. Y no le sirve a Estados Unidos porque es demencial continuar apilando las armas nucleares, por lo mucho que cuestan. El destino de ese panorama es terminar en una organización que vele por el fin real del armamento atómico.

Lo que es una bendición es la OTAN. La OTAN permite que la Unión Europea exista y que se cobije bajo esas siglas un país disparatado como Montenegro. Donald Trump se preguntaba, en 2018, por qué tenían que morir los norteamericanos por un país que ni siquiera eran capaces de descubrir en un mapa mudo. Primero, porque muchos menos sabían de la existencia del archiduque Fernando y murieron 117.000 en la Primera Guerra Mundial. “Son los principios, estúpido”, diría James Carville. 7% de los estadounidenses es incapaz de localizar a Estados Unidos en un mapa mudo. Segundo, porque los norteamericanos están dispuestos a morir antes que aprender geografía.

La OTAN es muy importante. España, Portugal y Grecia son hoy defensoras de la OTAN por lo mucho que les conviene la Institución para preservar la democracia. Los gobernantes de Polonia y Hungría se comportarían aún peor si no existiera la OTAN. Hace unos años conversé con Boris Yeltsin y le pregunté si Rusia podría caber en la OTAN. Se quedó sorprendido con la pregunta. Pensó unos segundos y me respondió. “Sí. Si es una condición para entrar en la Unión Europea nos someteríamos a ella”. Tal vez me deje llevar por el entusiasmo, pero acaso el plan chino de desarme sirva para solucionar todos los problemas pendientes. A finales de 1943 Estados Unidos supo que iba a ganar la Segunda Guerra Mundial y fomentaron una reunión internacional que se conoce como “Bretton Woods” (1944) por el nombre del hotel en que se reunieron. Lo que quedaba del siglo XX y del XXI fueron ambos americanos por Bretton Woods y la estabilidad que le concedieron al planeta. Hay que reeditar ese episodio.