Se le atribuye al cineasta Mario Handler la máxima según la cual “una película no debiera verse nunca por primera vez”. La afirmación cobra sentido en estos días aciagos para el espectador exigente. Hace un tiempo, el muy estimable Martin Scorsese -un cinéfilo fanático- despotricaba contra la industria, tan inclinada a gastar millones y millones en esa detestable veta de la taquilla: las películas de superhéroes. Hablaba con el corazón. A pesar de sus éxitos de crítica y su incuestionable solvencia, no le era tan fácil conseguir fondos. La cita y la reflexión vienen a cuento por la deplorable oferta de la cartelera comercial. Las salas de arte y ensayo resisten gracias a Dios.
La dificultad para escribir sobre algo que no sea la vuelta del detective suelto en Hollywood, algún superhéroe (hay tantos que este cronista ha perdido la cuenta) ha tenido a la larga, una consecuencia feliz: la vuelta a los clásicos. Otra digresión me lleva a un diálogo con uno de esos filósofos urbanos que disfrazan su labor hermenéutica sobre el mundo actual, tras el volante de un uber o un taxi. El que salvaba los obstáculos del tráfico infernal de Santo Domingo un martes de mañana, me confesó entusiasta que su gran placer era ver los clásicos del cine. Pregunta obligada de mi parte, ¿cuáles clásicos? La sonrisa le iluminó la cara:
-¡Titanic!
Tal vez fue esa respuesta la que me llevó a claudicar en mis intentos de buscar y descartar tanta receta conocida y gastada en el maravilloso mundo del streaming, lo cual entre otras cosas, consumía uno de mis bienes, más preciados. El tiempo. Revisar los clásicos (incluyamos al Titanic en la categoría en homenaje a mi amigo el taxista) tiene al menos dos ventajas inobjetables. Uno, estamos invirtiendo el tiempo reservado a esa ceremonia religiosa de ver cine en un producto de probada, probadísima calidad. Dos, si es un verdadero clásico, la prueba ácida de su pertenencia a esta categoría está en los detalles que en una segunda (en mi caso séptima u octava) visión aflorarán con la sonrisa traviesa de un niño jugando al escondite.
Permítanme revisar algunas de las joyas de las últimas semanas. Sunset Boulevard (1950, El ocaso de una estrella) de Billy Wilder hacía honor a aquel axioma del director “en la primera escena, agarra al espectador por el cuello y no lo sueltes”. Wilder sacrificaba el final obvio de su drama empezando el relato con el testimonio en primera persona de un cadáver en la piscina de la olvidada diva del cine mudo Norma Desmond. El final es una frase de antología de esas que hicieron la gloria del gran Billy. Ya que vi por …ésima vez Some like it hot (1959, Una eva y dos adanes) solo por el gusto de comprobar que las carcajadas siguen ahí, tan intactas como las curvas de Marilyn, esa archienemiga de las líneas rectas y los ángulos. Imperdible principio y final además. Mucho más sombría The lost week end (1945, Días sin huella) era una exploración en el mundo del alcoholismo, un descenso a los infiernos como pocas veces se ha visto en el cine. Jules Dassin tuvo que exiliarse en Europa perseguido por la histeria Macartista y en Inglaterra dirigió uno de sus mejores trabajos en el policial, Night and the city (1950, La noche y la ciudad), una historia de peleadores de lucha libre, un perdedor magníficamente encarnado por Richard Widmark y la bellísima Gene Tierney como sufrida esposa. Nueva York era en los setenta y ochenta una ciudad oscura y peligrosa. Martin Scorsese terminó de consagrarse en 1976 con Taxi driver un filme oscuro que hurgaba en los desechos de la noche neoyorkina vista a través de los ojos del taxista del título, un ex veterano de Vietnam que pendulaba entre el crimen político, el patético admirador de una bella operadora política para terminar siendo el justiciero vengador de una prostituta infantil, la adolescente Jodie Foster. Sigue siendo una obra mayor de un director que pocas veces decaería. Por cierto tres años antes Scorsese atisbaba al reconocimiento público con Mean Streets (1973, Calles peligrosas) una película igualmente neoyorquina, con un argumento raquítico que mantenía el interés del espectador en base a personajes de poca monta del bajo mundo de la ciudad. Vale la pena verlas una a continuación de la otra porque buena parte de los temas que Scorsese abordaría en su filmografía posterior, están agazapados ahí.
Un consejo, busquen los clásicos. Están cerca, en un DVD olvidado, en YouTube o incluso a desgano sepultados en el streaming. Tienen ese encanto del vino bien añejado, la posibilidad de verlos y volver a verlos para invertir el maravilloso tiempo de cine en películas que redescubrimos con la ingenuidad de la primera vez.