OPINIÓN

El placer de leer

por Jesús Peñalver Jesús Peñalver

“No hay libro tan enteramente malo,

que no tenga algo bueno.” Plinio,

citado por Gregorio Marañón

Lamento se hayan detenido las anuales ediciones de Ferias del Libro o FestiLecturas en el municipio Chacao,  ocasiones en que la ciudad vivía una experiencia maravillosa, lugar de encuentro y de reencuentros. Literatura variada, el café compartido, la merienda, los bautizos, las tertulias, la música, y en fin, todo cuanto pudiera generar sosiego y esparcimiento en una ciudad convulsionada.

Por horas y por días, en una semana, en cierto modo nos olvidábamos de tanta duda y desazón, para darle paso a la dicha de la ciudad y sus gentes que necesitan, ante tanta angustia, ofreciéndole eventos de tal naturaleza. Muchos fueron los homenajeados, cuyos méritos lo valían.

Con base en la nostalgia y en la necesidad de que haya y se repitan eventos de esa índole, decidí escribir esta nota, suerte de cúmulo de aristas sobre el libro, fundamentalmente, y de la conveniencia del hecho maravilloso de leer.

Cuando se recordaba la afición de José Balza por la lectura, desde su temprana edad, éste refirió que él nunca veía (nunca vio) a nadie leer, a pesar de que se reunían a eso, pero él lo que hacía era cabalmente leer, de modo que no tenía chance de ver a otros hacerlo: “Yo no sé si los otros leían, yo nos los veía porque yo solo me dedicaba a leer”.

Rodolfo Izaguirre refiere en una entrevista, que al preguntársele a Salvador Garmendia por el libro más importante que haya leído en su vida, el célebre barbudo respondió: “El libro Mantilla, porque en él aprendí a leer”.

Por cierto, quien pergeña esta nota aprendió a leer –cuenta mi madre- con un periódico y precisamente con la palabra “Maracaibo”. A ella le agradezco –lo que no hice entonces- haber puesto en mis manos Cien años de soledad cuando apenas contaba con once años. No entendí nada. Ahora sí. Igual gesto amoroso hizo cuando me regaló la colección completa del poeta cumanés el grande Andrés Eloy Blanco.

Dice Elías Calixto Pompa: “Es puerta de la luz un libro abierto”, y tiene razón, eso creo. Alguien tiene que abrirla o inducir al futuro lector a que lo haga. Cuando desde el hogar y la primaria escuela se ha despertado la afición por los libros, el camino será menos complicado a la hora de seleccionar las lecturas del agrado. Se trata de la formación del espíritu y el fomento de la lectura.

A Tomás de Aquino se le atribuye la frase: «Temo al hombre de un solo libro» (Timeo hominem unius libri), a él, quien conocía muy bien los radicalismos de la Edad Media y las mentes estrechas de los difamadores.

Oportuna frase para referirnos, mutatis mutandis, a la secta de enfurecidos fanáticos que aprendieron una sola consigna, se cristalizan en un solo eslogan y no se afanarán en comprender y discutir lo distinto para que no se les quebrante su único y desesperado esquema.

En el famoso poema de Andrés Eloy Blanco, vemos como “el niño pobre renuncia al juguete caro y el ciego ante el libro abierto”.

Luis Beltrán Prieto Figueroa, el maestro, se asombraba de que los jóvenes no lean, y le producía desconcierto ver a los adultos pasar con displicencia su mirada apenas, sobre el diario donde buscan la noticia sensacional o la lista de espectáculos.

Que lo dijera el maestro insular no es poca cosa, y aún en los días que corren debe recobrar mayor significación tamaño aserto. De allí que veamos con satisfacción la proliferación de editoriales, la consolidación de otras y el surgimiento de muchas independientes tratando de difundir el libro, con mayor razón que los perfumes y los confites.

Sólo nos aficionamos, sólo nos dejamos cautivar por las cosas gratas que conocemos y el libro pasa muchas veces como un desconocido o como una ingrata y fastidiosa mercancía.

Sé de un artista que cuando fue por vez primera a un serrallo, quizá a inaugurar su sexualidad, en el lugar no se consumó otra cosa más que no fuera la entrega de un libro y una flor a la doncella.

La gente ignora los maravillosos tesoros que los libros encierran, los alucinantes paisajes que por sus páginas despliegan sus feéricos matices capaces de conquistar a los buscadores de ocultas y lejanas maravillas.

Ojalá podamos volver a Altamira a abrir la puerta de entrada para un contacto más estrecho con la lectura. Puede ser también a cualquier otro amble e idóneo lugar de la ciudad.

Me niego a acudir a los templetes oficiales, porque sé que las clases dominantes conocen el poder del arte, aunque finjan ignorarlo, también las trapisondas para incorporar al artista a su entorno. Aquellas aprovechan el poder que ostentan e incorporan también a su entorno a escritores, deportistas y otros que les aplaudan.

Los sátrapas saben que un cargo, privilegio, o sinecura, puede obrar como agua fría sobre el ímpetu idealista de las intenciones buenas. En sus cortes de brillan lúgubres payasos capaces de componer poemas y manejar palabras.

Vergüenza  da el servilismo de intelectuales que se venden  a la satrapía por un plato de lentejas. Intelectuales o artistas de alquiler, dispuestos a recoger la limosna del déspota de turno.

Al artista hay que pagarle; pero cuando se trueca la conciencia y la dignidad por monedas, la vergüenza es propia y ajena.  Dice bien Rafael Cadenas, nuestro poeta mayor: “No seas juglar de ningún caudillo”

Se puede ser un  gran escritor y un pequeño hombre; un gran escritor y un enano miserable.  Se puede ser un revolucionario y tener la pesebrera colmada de pienso para el invierno.

La barbarie prefiere espejos complacientes, a aquellos de la madrastra que les diga la verdad sobre sus fechorías y fealdades.

Ojalá podamos vernos otra vez en lugares y circunstancias que nos hagan felices. Donde respiremos libertad, democracia y los aires buenos del mejor país que podemos y nos merecemos ser.

El pretexto de un libro, la fiesta de una feria o el texto contenido en cúmulos de letras que nos dicen tanto.