La independencia del Perú del reino de España, a pesar de inscribirse en el proceso libertario de toda América Latina, no deja de ser particular en lo atinente a la identificación de sí el Libertador fue el caraqueño Simón Bolívar, el argentino José de San Martín o el cumanés Antonio José de Sucre y Alcalá, calificado como “el Gran Mariscal de Ayacucho”. El último llegó a ser su presidente, al igual que de Bolivia, otro de los países de “la gesta independentista”, conjuntamente con Colombia, Venezuela y Ecuador. Las cinco naciones guerreadas por sus propios ejércitos y la cooperación entre unos y otros. La interpretación de lo que era la soberanía que solía esgrimirse no del todo clara, discutiéndose si se mantenía el virreinato.
La pretensión de sacudirse de la “Corona” suponía transitar por un vasto territorio, “Nueva España”, bajo el dominio nada más y nada menos que durante tres largos siglos por “el imperio español”, el cual el historiador británico Hugh Thomas considera como “una de las más grandes creaciones políticas europeas” y una de las “magnas aventuras de la humanidad”. La apreciación induce a la duda de que sí la causa determinante de la reacción independentista de las colonias americanas tiene su única fuente en la invasión de Napoleón Bonaparte rubricada como “La guerra peninsular”. Era la lucha entre imperios, el francés quería sustituir al español.La determinante reacción de las provincias colonizadas ha debido ser más bien “la expoliación que de ellas venía haciendo la denominada “Madre Patria”. Esto lleva a pensar que con Bonaparte o sin él, el proceso independentista, de todas maneras, se hubiese llevado a cabo.
El comportamiento dilemático, ha de tenerse presente, que no se quedó en “proclamas”, pues España decide luchar por sus pretensiones, convencida de que tenía “el legítimo derecho” de la propiedad “sui generis” de la cual se había adueñado por “haberla descubierto” y en una escala importante domesticada. Del otro lado, la justicia que merecían los conquistados, presuntamente, preparados para ello, de dirigir sus destinos. El costo, enorme, de una denominada “guerra de Independencia”, por toda la espaciosa tierra, en procura de un presunto “republicanismo”, la única aparente contraprestación. Desde aquella ya lejana época hasta nuestros días hemos luchado con denodado esfuerzo faltándonos todavía un inmenso trecho por recorrer. Ese es el presente del Perú, no distinto, por cierto, al de las restantes naciones de América Latina y mucho más de la Central.
La “Constitución política” elaborada por un Congreso Constituyente Democrático, fue votada mediante “referéndum popular” del 31 de octubre de 1993. El preámbulo “El Congreso Constituyente Democrático, invocando a Dios Todopoderoso, obedeciendo el mandato del pueblo peruano y recordando el sacrificio de todas las generaciones que nos han precedido en nuestra patria, ha resuelto dar la siguiente Constitución”, evidencia de una tradición ensalzando el anhelo por la edificación de una república próspera y apegada a la ley. Un extenso Título I, con cuatro Capítulos delineadores de los derechos de los peruanos elegantemente redactados. Lógicamente la concepción del Perú como “República democrática, social, independiente y soberana”. No deja de ser oportuno recalcar con respecto a las definiciones, casi sacramentales en todas las constituciones, a las cuales acude “el constituyente peruano, observando que las fuentes definen a “las repúblicas” como opuestas a los gobiernos injustos, como el despotismo o la tiranía”. El Perú es o será, también, por mandato constitucional, una “República social” y no únicamente política, señalamiento entendido como “la democracia en general, por todas partes y no limitada a una convocatoria a votar cada determinado número de años, para luego morar en la “más absoluta pasividad”. Es la subordinación al interés colectivo no exclusivamente de las políticas públicas, sino, también, las desigualdades y las estructuras de subordinación humanas. Asimismo, la carta magna, califica a Perú como república independiente, derivación, como es notorio, de haberse liberado de España, el pasado, pero con respecto al presente y futuro no ser “colonia”. El artículo 43 termina finalmente reiterando al “país de los incas” como república soberana, para Jean Bodin, titular de “poder no únicamente absoluto, sino, también, perpetuo. El Perú se da por tanto sus propias leyes, no ha de recibirlas de otro.
En lo atinente a la situación actual conviene señalar que el Fondo Monetario Internacional ha calificado al Perú entre las economías más sólidas para el 2022, con un crecimiento del PBI en 4,6%, superado únicamente por Estados Unidos con 5,2% y Canadá, 4,9%. Una manifestación, en principio, antagónica de lo que sucede, pero en cuya identificación no hay criterio unánime. Es el mismo escenario al analizarse las causas por las cuales la democracia confronta tantas dificultades para llegar a consolidarse, al unísono en toda América Latina, en la Central y lamentablemente en otras partes del mundo. Experiencia de que el ejercicio de la libertad nunca ha sido fácil.
Se lee, también, que en los últimos 30 años Perú contabiliza 6 presidentes y todos “salpicados por escándalos, Fujimori, Kuczynski, Vizcarra, García, Toledo y Humala y que 3 siguen privados de libertad y uno se suicidó antes de ser detenido. Al país se atribuye, asimismo, la dinámica capacidad para despedir a los Jefes de Estado, razón para haberse ganado el remoquete de “la agitación política”, así como de la frase “En Perú es más fácil vacar al presidente que condenar a un asesino”. Ha de recordarse, como axioma del enredo, que Alberto Fujimori le ganó las elecciones presidenciales a Mario Vargas Llosa, a pesar de que, como reconoce el propio Nobel, Adam Smith, Jose Ortega, Friedrich von Hayek, Karl Popper, Raymond Aron, Isaiah Berlin y Jean-François Revel influyeron en sus consignas como candidato dirigidas a “privilegiar al individuo frente a la tribu, la nación, la clase o el partido y la consolidación de la libertad de expresión como valor fundamental para la democracia. Desencantado de la denominada “Revolución cubana” en la cual percibió un “socialismo no sectario” recuerda “la invasión de Bahía de Cochinos” y la “rima” “Nikita, mariquita, lo que se da, no se quita”. El desastre que es hoy aquel experimento en la patria de Martí terminó en una ruptura con la dictadura castrista que ya percibía. En La llamada de la tribu, el pensador narra su adiós al comunismo, nomenclatura que ha servido “de todo y para todo”, hasta el extremo de que no es desacertado afirmar que hay consistentes diferencias entre “comunismo y desastres”, como pareciera, precisamente, “la hecatombe” en la otrora “bella Cuba”, así como en Nicaragua y pare usted de contar. Una constatación de que “el apropiamiento del Estado” es de consecuencias impredecibles.
En unas extrañas elecciones se ve envuelto el Perú de Miguel Grau, Francisco Bolognesi, Andrés Avelino Cáceres y José Quiñones González, reconocidos como héroes. Pedro Castillo es proclamado Presidente después de más de un mes del proceso electoral. Además de la banda presidencial, Perucho se encasqueta un sombrero de anchas alas, prenda usada en “Chota”, su ciudad natal, no para gobernar, sino cometer todas las tipologías de desviaciones, incluyendo un presunto “golpe de Estado”. Por decisión del Congreso se acaba de producir su destitución, en principio, conforme al artículo 113, ordinal 5, de la carta magna, en concordancia con el 117, acordándose, inclusive su enjuiciamiento y detención. Es probable que haya perdido hasta el sombrero.
Bolívar, San Martín y Sucre, enterados de la noticia, ríen. Y al unísono.
El primero expresa con sarcasmo “Esto es hoy. Pero no sabemos cómo será el mañana”.
Comentarios, bienvenidos.
@LuisBGuerra