El arte corporal tiene sus orígenes en la prehistoria, vestigios arqueológicos nos demuestran que desde los albores del tiempo el hombre ha dedicado un especial interés a la decoración de su anatomía; dicha practica tenía sinnúmero motivaciones desde la manifestación religiosa a la exteriorización de su condición individual o identificación colectiva. En la antigua Alejandría se realizaron los primeros estudios sobre la morfología, en el Bajo Egipto se diseccionan cadáveres con el propósito de comprender los misterios de su funcionamiento.Posteriormente en la cultura grecorromana se exalta la glorificación con construcción de una estética clásica, tal como se puede constatar en la escultórica helénica en la que la conceptualización del hombre refleja una realidad perfecta.
La interpretación filosófica del humanismo resulta en una apreciación positiva del humano y las condiciones inherentes a su naturaleza racional, sin embargo la constante evolución del ente ha dado como resultado un trepidante curso a lo largo de la historia. En la transformación social, el sujeto pareciera se ha deslastrado de características propias del orden cultural que permitieron la progresión social y el sentido del existir. Es precisamente en estos campos en que el creador venezolano Iván Hernández Rojas ha conseguido establecer unos parámetros narrativos que nos ubican en un plano de conceptualización sobre nuestro rol en el Universo.
La expresividad que logra este artista escapa a las dimensiones corpóreas de sus modelos, quienes son transfigurados en la obra en sí.La imagen se expanden a un campo visual rico y generoso; los cuerpos soportan la fuerza impresa por Hernández y su discurso cobra una profundidad volumétricamente haciéndolos íntimos y reflexivos. Iván Hernández ejecuta con destreza y lograda técnica una pintura atractiva, desafía la realidad y construye una exclusiva trascendencia con cada palmo de los torsos nutridos de color. Lo efímero de su trazo subiste en la emocionalidad que despierta su vigoroso performance, una diáfana estampa que proyecta una intención tercamente enraizada en lo sensorial y que apuesta a una condensación a lo interior, su arte permea capas y consigue refugio más allá de la piel.
Este incansable artista nos expresa con soltura una interpretación acertada y contundente de su relación con la plástica y el ejercicio creativo que enmarca su trabajo: “Me considero un artista dramático visual integral. La única diferencia entre mi trabajo y el de otros artistas consiste en que lo realizo sobre soportes vivos, así, como el actor que se desdobla para ser efímeramente otro, a mí me apasiona proyectar en la piel de los modelos mis inquietudes y propuestas plásticas”. La constante necesidad de comunicar su visión la sintetiza como un torbellino lúdico, enmarcado en un dramático simbolismo que guía a una trepidante exploración espontanea y ajena a los límites que impone el rigor de las normas pictóricas.
En la contemporaneidad se han impuesto una percepción superficial del valor expresivo del cuerpo humano, actualmente, es interpretado como una derivación de su fundamento estético a un bien de consumo. Como nunca antes el ser humano ha sido tan temáticamente absorbido por la explotación visual, integrándose indiscriminadamente a patrones no propios del humanismo. Desde la década de los setenta del siglo XX surgen postulados que exigen una confrontación de ideas y fundamentos, por lo que Hernández plantea con su obra una desconstrucción del humanismo tradicional y se abre paso a un planteamiento estético más subjetivo y nos presenta a un hombre simbiótico, uno que forzosamente nos conduce a una reconstrucción epistemológica de la razón, la emoción y la consciencia.
La plástica con la que comunica su mensaje, parte de una consciente comprensión de las posibilidades pictóricas que logra establecer desde un vasto territorio que desborda al soporte y al ahora; el resultado es una poderosa fragmentación de un todo que escapa a las proporciones establecidas por la lógica de la materia. “El cuerpo humano es un infinito territorio de piel que siente, respira y palpita, brindándome todas las posibilidades expresivas y de vida en sí mismo”.
Uno de los logros más relevantes en la creación de Hernández es la capacidad de exponer y señalarla realidad, no como la percibimos sino como la imaginamos, transformando volúmenes y colores en una propuesta vigorosa e intensamente evocativa, lo que facilita la comunicación con el espectador y lo conecta con un aluvión de sensaciones. Este artista caraqueño se muestra como un lúdico juglar que nos ubica en equidistantes puntos cartesianos y de manera progresiva nos convoca a una convivencia entre las manifestaciones primitivas y las más estridentes proyecciones distópicas.
Iván Hernández nos brinda una oportunidad de traspasar barreras ontológicas y configurar un lenguaje desprovisto de vocablos. La contemplación de su arte nos conecta con la esencia misma de la vida estructurando la transformación del individuo. Como ofrenda nos brinda una visualización integral del ser en su lucha constante con la evolución y vislumbra un camino angustiante y etéreo. En sus modelos habitan los temores, las penas, las voces milenarias que han cuajado nuestra identidad, pero principalmente muestra esa voluntad con la que el humano se abre paso y enfatiza la permeabilidad en el tiempo a través de su existencia.
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