Como se dice coloquialmente, vamos directo al grano, sin más preámbulos innecesarios; se trata de un libro excepcional en muchos aspectos que destaca de modo singular dentro del conjunto de la obra narrativa de la escritora rumano-argentina Alina Diaconú (Bucarest, Rumania, 1949) que vio la luz de su condición de libro en el mes de marzo del ya lejano año de 1989 bajo los auspicios editoriales del mítico Javier Vergara Editor S.A. en la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Esta asombrosa pieza narrativa de largo aliento de Diaconú ostenta tres centenares de páginas magistralmente escritas y su organización y distribución arquitectónica está distribuida de modo contrapuntístico en tres grandes segmentos capitulares, a saber: a.) Punto de Partida, b.) Hasta cierto punto, y un tercer y último momento narrativo titulado Punto y aparte.
Las dedicatorias expresamente consignadas en esta terriblemente hermosa novela no dan lugar a tan siquiera un ápice de dudas:“A los que nacieron en el Este y allí quedaron, a los que pudieron emprender un viaje que sólo sería de ida. A ellos. Y a todos los desterrados”. Una segunda y no menos memorable dedicatoria a sus “otras y lejanas
madres: Albertina Vegh, Teresa Vizi y Gabriela Duca. El epígrafe que a modo de paratexto exhorna los comienzos de esta novela pertenece a la inmortal Lou Andréas-Salomé: “Lo esencial se sabe de inmediato, o no se sabe nunca”.
También he de decirlo pronto: esta novela de Alina Diaconú exhibe sin ostentación un impecable tejido discursivo ceñidamente zurcido con un vocabulario sencillo pero jamás simple de nuestra lengua materna española. Los actantes principales o personajes protagónicos a saber; padre, Amapola, Alelí, Alisio, Tamara, Liuba, la Institutriz Miss y su sustituta Duduia, conforman una peculiar fratria vigorosamente emparentada por fuertes vínculos de consanguinidad que en su primer grado de parentesco constituyen un pequeño mundo inexpugnable desde el
punto de vista ético-morales y axiológicos en general gracias a la moral bismarkiana de hierro que impone la figura totémica del pater familia en evidente ausencia de la Madre, eterna viajera sin boleto de regreso a decir de la autora.
Desde las estructuras caracterológicas y los perfiles psicológicos de los complejos personajes invencionados por Diaconú en este “Penúltimo viaje” se observa un profundo y sagaz dominio de la autora de los abismos insondables de la psique humana, tanto de su etapa adolescente y juvenil como de la condición etaria adulta; en ello advierto una
similitud nada discreta de Diaconú con el gran psicólogo de la novela universal Fedor Dostowyesky y ello, por supuesto, no es decir poca cosa en esta materia tan escabrosa y peliaguda como la psicología de los personajes en la novela como maximización del artefacto moderno de la narración real e imaginaria de los acaeceres de la especie humana.
Alelí, en su temprano itinerario existencial como personaje ficcionalizado por Diaconú demuestra un raro e inusual talento hacia la danza; ex aequo, Amapola dibuja con asombrosa facilidad y canta y tararea las canciones eslavas con sorprendente facilidad. Alisio, en cambio, muestra un carácter y cierto temperamento un tanto retraído producto quizás de su natural e intrínseco ensimismamiento caracterológico y, también, quién puede saberlo, de la satisfacción de sus pulsiones sexuales iniciáticas por medio de sus clandestinas artes masturbatorias.
La autora de esta hermosísima experiencia narratológica postula, estoy asaz seguro de ello, una cierta poética de la novela cuando sostiene en cierto trayecto de la narración que: “No hay que confiar; sin embargo, en ningún camino…” Obviamente, la escritora en tanto creadora invencionera de un mundo aparte inicia su “viaje a Ítaca” por tierra y en tren recorriendo caminos que, como la esfera de Pascal, conducen a todas partes y a ninguna. Hasta las altas esferas del espíritu nos conduce la autora de esta portentosa novela, despertando en sus hipotéticos lectores sentimientos de inequívoca admiración sensitiva e intelectual. El episodio protagonizado por Tamara y Amapola cuando esta última descubre su menarquía es particularmente digna de atracción por lo sui generis en su tratamiento formal en el plano del discurso descriptivo y así como esa lacónica confitura narrativa abundan en el extenso trayecto de la novela tramas y subtramas anecdóticas tejidas y entretejidas con inobjetable maestría en el
manejo de las técnicas y estrategias de la poética del arte de novelar que ya revelaban a la novelista de hace tres décadas y media cuando vio la luz la primera edición del Penúltimo viaje.
-II-
Esta novela de Diaconú exhibe una pecualir tesitura verbal, un orden del discurso sintáctico que comporta de suyo no sólo rigor expresivo sino -y ello es menester subrayarlo especialmente- que hay a lo largo de sus tres centenares de páginas un lirismo y una cadencia expresiva muy sensatamente bien administrada. En lo atinente a la tematización narrativa, la autora aborda el nunca suficientemente agotado tema candente de la realidad socio-política de la Europa del Este durante la larga noche de los regímenes totalitarios que asolaron los países satélites de la extinta URSS bajo la égida tutelar del padrecito Stalin. Gracias al personaje de la Abuela que previamente había
logrado viajar hacia el Oeste (Venecia, Italia, París, Bruselas, Sevilla…) y las remembranzas y añoranzas que le despierta la hojeada de un álbum familiar el lector puede acceder por la imaginación a un vasto mundo allende la mítica “cortina de hierro” que odiosamente mantuvo un “Muro de Berlín” edificado con gruesos e inexpugnables
adoquines del dogma ateológico marxista. La existencia de la corbata encarnada y la Unión de Jóvenes y la Casta con todos sus abigarrados rituales ceremoniales de iniciación y posterior rigurosa y estricta observancia brindan elementos simbólicos a quienes tienen la fortuna de acceder a la lectura de esta joya narrativa para recrear un período innegablemente oscuro de la Europa del Este.
Hay episodios particularmente importantes para ciertos eventuales e hipotéticos lectores como es mi caso: La amonestación disciplinaria y posterior suspensión de privilegios sociales de índole material al personaje de Padre obviamente da la medida de las bochornosas e inmorales asimetrías e inequidades que intrínsecamente comporta el
paradigma socioproductivo y político de la tristemente conocida como “formación económico-social socialista” o paradigma civilizatorio comunista de raigambre “prosoviética”.
La novela de Alina Diaconú tiene un inobjetable carácter histórico testimonial y deja constancia escrita –verba volant scrip manent– para la posteridad de los decenios venideros y, por qué no de los siglos, pues, homo sapiens tiene más futuro que pasado.
Es una verdad egipcíaca del tamaño de la pirámide de Keops, “la Cúpula” y “la Casta” perduran y permanecen a lo largo de los tiempos; sólo experimentan cambios y metamorfosis para garantizar su reproductibilidad y mutabilidad a escala ampliada; no obstante, su esencia primera y primaria se conserva micromolecularmente en su naturaleza fundacional. Esto lo sabe asaz la novelista y su novela es prueba irrefutable de ello. Es menester hacer una salvedad,
El penúltimo viaje no es en modo alguno una novela de carácter político ni necesariamente ostenta un sesgo de naturaleza política. Empero, atención: no elude la índole política de la imaginación estética y la encara sin subrogar los poderes creadores de la imaginación literaria a los fardos de la realidad fáctica o empírica del acontecer
histórico.
“Dos cuartos ocupados por gente extraña, enviada por la Intendencia. Padre se quedó sin su escritorio, y los niños sin su lugar de estudio”. (pág.96) Este par de líneas bastan para quitar el velo de la colectivización forzada y la estatización compulsiva de la vida familiar y privada del ciudadano en las sociedades totalitarias zurdópatas.
La delación, los sobornos, el comedimiento de lo que se dice ante extraños, la escasez de comida, la represión permanente del big brother pendiendo sobre la cabeza del ciudadano…
Esa barajita está repetida hasta el cansancio; todos conocemos de qué va ese sueño trunco trocado en distopía. La novela de Diaconú siempre va a estar ahí para recordarlo por si se nos olvida.
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