OPINIÓN

El péndulo colombiano

por Beatriz De Majo Beatriz De Majo

Foto AFP

Apenas llegamos en este momento a la mitad del período presidencial de Gustavo Petro y Colombia comienza a pensar en las elecciones de 2026. Ya se barajan fichas de posibles candidatos a sucederlo y los políticos consideran que el momento de la caída de popularidad de Gustavo Petro dentro del electorado debe ser capitalizado a favor de la oposición. No les falta razón porque el líder cordobés se ha equivocado tanto en sus ejecutorias en los pasados dos años que la población viene siendo presa de desencanto aceleradamente. Hoy por hoy, el hombre apenas cuenta con la aprobación de uno de cada tres de sus conciudadanos.

En este punto es bueno recordar que el actual jefe del Estado alcanzó la magistratura en segunda vuelta electoral con apenas 51% de los votos, razón suficiente para que su esfuerzo por hacerse de mayor apego de parte de la ciudadanía sea imperativo.

El pésimo desempeño de la seguridad, la devastación de la economía y la corrupción son las tres vertientes en las que han decidido apoyarse sus detractores para armar una primera iniciativa liderada por tres agrupaciones políticas de derecha. También este movimiento de concientización nacional se sustenta en el resultado de las pasadas elecciones regionales en las que las principales alcaldías y gobernaciones fueron a parar en manos de estructuras políticas tradicionales o tuvieron un aporte mayoritario de parte de ellas. Bogotá fue donde más arraigo perdió Petro y es claro para todos que esta es la plaza electoral determinante en el país.

Muchos son los que opinan que lo que ocurre en Colombia es un retorno temprano del status quo.

Así pues, el pulso electoral está activado. El gobierno no se presenta con ejecutorias sólidas sino más bien Gustavo Petro ha conseguido singularizarse por haber sido el eje de un conjunto de reveses políticos por los que terminará por pagar un alto precio electoral. Sus proyectos de salud, pensiones, tributario y laboral han dejado descontentos en todas partes, pero sobre todo es su posición en materia de seguridad y defensa un terreno en el que se ha dedicado a debilitar las fuerzas armadas, lo que le está valiendo un elevado desapego colectivo. Ni hablar de la relación con el gobierno de Nicolás Maduro, por la que le adversan constantemente sus agentes de seguridad al considerar que el presidente deliberadamente se empeña en vulnerar lo que es el eje de la subsistencia de todo Estado. Todo lo anterior sin hacer mención de asuntos que no son menores como los escándalos sobre el ingreso de fondos ilegales en su campaña y aquellos en los que su familia se han visto envueltos. Su polémica y antipática actitud personal en torno a las formalidades tampoco le ganan amigos.

Frente a estas debilidades manifiestas del petrismo, el hombre ha emprendido tareas con el fin de atornillarse dentro del electorado con iniciativas de la más clara vocación populista. Uno es el proyecto de entregar subsidios a los jóvenes a cambio de que no matar. Otro es el subsidio a los mayores que intenta consagrar a través de una innecesaria e inconveniente reforma pensional. También ha propuesto una unión de las izquierdas en una sola fuerza política, un proyecto que aún no termina de cuajar.

Así pues, al haber transcurrido dos años sin que avance el país en todos los terrenos, el conjunto de la oposición se encamina ya hacia alianzas que permitan a los partidos del establishment retomar la fuerza de otras épocas y proponer un cambio sustantivo de ese estado de cosas.

El 6 de marzo está convocada una movilización masiva, la “Marcha de las Mayorías”. Sus organizadores aseguran: “El gobierno de Gustavo Petro está destruyendo el país. Si no reaccionamos a tiempo, lo perderemos todo”