Hugo Chávez entendió muy bien la mentalidad acomodaticia, facilona y de dudosa moral de tantos venezolanos y con la discrecionalidad en el manejo de los dineros públicos corrompió a muchos como instrumento de dominación. Una receta vieja, pero efectiva. Pero se le fue la mano. Ahora la corrupción está en todas partes. Desde el ministro hasta el bachaquero, desde el empresario hasta el cajero del supermercado.
Los corruptos no son solo ladrones, también son asesinos. Las muertes de quienes han fallecido por falta de medicamentos, de material quirúrgico -y otros tantos bienes de primera necesidad,-tienen las rúbricas de quienes sin pudor alguno se robaron los fondos destinados para resolver esas situaciones. Además de corruptos, ¡asesinos!
¿Qué clase de sociedad somos? Aquí no habrá un cambio real hasta tanto –no me cansaré de decirlo– el dinero deje de ser el vehículo de ascenso social. Cambiaremos de gobierno y seguiremos en las mismas. Porque quien cambia la realidad es el ser humano, no las instituciones. ¿Qué más tendrá que pasar para que cambiemos?
Hay personas que diferencian entre un corrupto y un delincuente, sin darse cuenta de que un corrupto es un delincuente. La corrupción en Venezuela es un eje transversal a toda la sociedad, no importa el nivel económico que se tenga, ni el grado educativo que se haya alcanzado. Delincuentes hay desde el estrato más pobre al estrato más rico, desde los negros como los carbones hasta los blancos como las ranas.
Sin embargo, el estereotipo del malandro de barrio permanece en el subconsciente colectivo y la gente prejuzga “por la pinta”. Ahí sí somos racistas y clasistas, por desgracia. Nadie piensa que los mayores delincuentes no están en las cárceles, están fuera de ellas, arropados por una sociedad corrompida, donde el dinero lava desde currículos hasta prontuarios y les abre las puertas de los clubes, los colegios, las iglesias y hasta de sus casas.
El “patria-o-muertismo” es exigido cada vez con menos pudor: recuerdo por ejemplo a Diosdado Cabello, uno de los más agresivos de los rojos, en la asamblea del PSUV de la región occidental en el estado Falcón a finales de 2014, donde instó a los asistentes a prepararse para “resistir todos los ataques para preservar la revolución porque es la única que garantiza la paz y la felicidad a nuestros hijos”; a dejar a un lado las divisiones y “ser chavistas rajaos”.
Y añadió —en el típico tonito de matón de barrio que adopta cuando quiere asustar— “aquí no es el cargo de uno o del otro sino la esperanza de un pueblo. Aquí tienen que acabarse los grupos y lo único que tiene que haber es chavistas rajaos”… Y remató exigiendo “suprema lealtad” al legado de Hugo Chávez y les recordó “que la sola duda en combate es traición” ¡Huy, huy, huy!
¡Hay que ser bien caradura para pedir suprema lealtad a un pueblo que está pasando el trabajo hereje!
¿Cómo se le pide “suprema lealtad” a una madre cuyo hijo ha sido asesinado por bandas de maleantes que circulan impunes porque la “revolución” los armó? ¿Cómo se le pide “suprema lealtad” a quien llega con un familiar agonizante a la emergencia de un hospital y se encuentra que hay personas en la misma situación tiradas en el piso, porque no hay camillas ni camas? ¿O a quienes los ruletean de un hospital para otro porque no hay reactivos para hacer los exámenes, ni medicinas para calmar o curar sus dolencias, ni anestesia si necesitan operarse?
¿Cómo se le pide “suprema lealtad” a quienes no les alcanza para comprar un paquete de pañales (¿sabrá Cabello lo poco que dura un paquete de pañales?), o fórmula de bebés, o leche, o harina de maíz, o café, o champú, o pasta de dientes, o papel toilette, o cualquier otro producto de la cesta básica?
¿Cómo se le pide “suprema lealtad” a quien tiene todo que perder y nada que ganar cuando se encuentra con un aparato de gobierno avasallador? ¿Cómo se le pide “suprema lealtad” a quienes en cada diligencia en los organismos públicos se topa frente a frente con la corrupción más descarada que jamás haya habido en Venezuela?
¿Cómo se le pide “suprema lealtad” a quien quiere denunciar su inconformidad y lo que se encuentra es una orden de “aguanta callado”?
¿Cómo se le pide “suprema lealtad” a quien quiere vivir en paz y lo que encuentra, además de la inseguridad que nos agobia- es un lenguaje bélico: combates, batallas, frente, guerras?
El capitán Cabello como que no ha aprendido que esto no es un combate ni una batalla, menos una guerra. Es solo un peor que pésimo gobierno. Dicen que la duda ofende… Solo a veces. Cabello ofende a quienes tilda de traidores cuando tienen todas las razones del mundo para mandarlo al mismísimo carajo.
¿Pero por qué pasan estas cosas?… Hace unos años escuché dos historias que me dieron la respuesta.
En la primera, el hijo de unos amigos míos había salido una noche con sus compañeros. Todos estaban armados de escopetas de plástico (de esas que tienen un gran contenedor de agua) y fueron mojando a su paso a cuanto transeúnte encontraron, hasta que una patrulla de PoliChacao los detuvo y se los llevó presos. El muchacho llamó a sus padres “para que lo fueran a buscar”, pero la respuesta de su padre fue “que lo dejen detenido, para que aprenda”.
En la otra historia, un muchacho que estaba pasando la Semana Santa en un club de playa violó la entrada de una cancha de tenis recién asfaltada, se puso unos patines de línea y literalmente la destrozó mientras patinaba y dejaba sus huellas. Cuando llamaron a los padres a informarles del daño que había causado el joven, el papá bajó en bata, chequera en mano, preguntó que cuánto costaba “esa vaina”, pagó y gritó que lo dejaran dormir en paz. Que lo que el muchacho destrozara, él lo pagaría al final de las vacaciones.
“Si quieres hacer de tu hijo un delincuente, dale todo lo que te pida”. Hay familias en las que el dinero está considerado como el pasaporte al éxito y las personas que tienen dinero son intocables, no importa cómo hayan obtenido ni cómo mantengan sus fortunas.
La democracia no puede existir en un ambiente de corrupción, esta pone en riesgo la moral de todo el país. Y en un país inmoral puede pasar cualquier cosa. Lo sabemos por experiencia. ¿Llegarán la educación y el trabajo a ser los valores que motoricen nuestro país?… No sucederá mientras el patria-o-muertismo siga siendo una exigencia de quienes detentan el poder.
@cjaimesb