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El pasado no pasa

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La película Past Lives ha ganado prestigio en los corrillos de la crítica, como una de las cintas independientes del año, bajo producción de A24, el estudio que ganó el Oscar por Todo en todas partes al mismo tiempo.

El filme metaboliza una serie de notables influencias del cine moderno y posmo, estableciendo un diálogo simbólico con el pasado del séptimo arte, desde la mirada sensual y sensible de su directora, Celine Song, una de las revelaciones de 2023.

Entre las múltiples referencias que pueblan el exquisito relato íntimo de la creativa, sobresalen los homenajes al Wong Kar Wai de Deseando amar, los guiños al Woody Allen de Manhattan, las citas a la obra de Tsai Ming Liam, los ecos asiáticos de ayer y hoy.

Celine Song narra una trama dramática, acerca del despecho y los problemas afectivos, basándose en su historia personal de una niña que nació en Corea del Sur, para luego migrar a Canadá con sus dos talentosos padres, artistas locales de la escena de Ontario.

El periplo de la realizadora se cierra cuando echa raíces en Nueva York, junto con su esposo y escritor, Justin Kuritzkes.

A partir de ahí, la autora desarrolla una adaptación libre de su biografía en la Gran Manzana, extrapolándola al contexto de un trío de personajes millenials y melancólicos, cuyas vidas y emociones se cruzan por la fuerza del destino.

Nada aparentemente muy original en el plano de la construcción de guiones, pero que se acomete con una madurez y un dominio de los recursos estéticos, que nos exponen el surgimiento de una nueva promesa del mercado alternativo de Sundance y los festivales de marca mayor, donde ella navega a la par de los grandes colosos del medio, con apenas una ópera prima en las manos.

Por tanto, reencarna el síndrome de Orson Welles y Steven Soderbergh, de los Tarantino y Rodríguez de otrora, que conquistan la fama con una memorable y resonante carta de presentación.

Al respecto, la profesora Malena Ferrer asegura que lo “que se hereda, no se hurta”, en alusión al excelso repertorio de matices que emplea la cineasta, a la hora de componer sus encuadres poéticos y naturalistas, dentro del entorno opresivo de las ciudades contemporáneas.

Si el cine de Antonioni de El eclipse reflejaba la alienación de los seres, después de la segunda guerra, el diseño de Past Lives explora la crisis de soledad y aislamiento que sufren los chicos del siglo, en un inmenso vacío que padecen por el desarraigo, el hecho de sentirse extranjeros y la necesidad de mantener el contacto con sus orígenes.

En tal sentido, la película acompaña una tendencia, que ya es una escuela o un movimiento de vanguardia, que propone una versión oriental de los conflictos humanos globales, que fueron copados por la oferta occidental en los títulos románticos de Linklater (Antes del amanecer) y Marc Webb (500 días con Summer).

Los coreanos del sur tienen tiempo en ello, acercándose al Oscar y sorprendiendo con la profundidad de sus demiurgos, como Ho San Soo, Park Chan-wook, Lee Chan-dong, Kim Ki Duk y Bong Joon-ho, ganador del premio de la Academia.

A ellos se les suma una dama, de refinadas maneras, llamada Celine Song, una joven que recrea la rueda de la fortuna, el viaje, la odisea, la montaña rusa de las relaciones del corazón roto en la era de las redes sociales, las comunicaciones a distancia a través del remoto Skype.

Nos conmueve su despojamiento, su capacidad de abstracción, dejando que las imágenes respiren y reposen en nuestro inconsciente colectivo, hasta completar el rompecabezas que nos arma la realizadora, amén de flash backs y multiversos terrenales.

Dos niños coreanos descubrieron el primer amor en su país, pero luego se separaron por varias décadas, producto de las decisiones que tomaron sus progenitores.

Ahora quieren reencontrarse y contar su propia historia, aunque les duela y se desgarren.

El resto merecen descubrirlo en la pantalla, durante el visionado de la espléndida Past Lives.

Al maestro Elías Pino Iturrieta le gustaría, porque él nos decía en clases que “el pasado no pasa”.

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