La influencia y dominación del régimen cubano sobre el Estado chavista es innegable. Esta relación va mucho más allá de la cooperación de dos países hermanados por actividades criminales. Cuba es una suerte de hermano mayor que aconseja y finalmente decide lo que hay que hacer mientras Venezuela venera a Cuba con petróleo, recursos y muchas otras cosas que sostienen esa relación de vasallaje necesaria para ambos Estados.
Pero algo que el Estado chavista ha calcado con exactitud del régimen cubano son los mecanismos para el control de su propia estructura y la purga de potenciales adversarios internos que puedan poner en peligro a todo el aparato. En este sentido el Estado chavista, como el Estado cubano, opera como un verdadero Estado policial con el objetivo de imponerse por la fuerza sobre la población civil desarmada y al mismo tiempo desplegar sofisticadas redes de espionaje interno para detectar y neutralizar posibles adversarios.
El objeto de estas delicadas y permanentes tareas de verdadera contrainteligencia es establecer patrones de conducta y perfiles de personas dentro de sus propias filas que podrían eventualmente rebelarse en algún momento, por razones diversas, aunque ellos mismos ni siquiera lo sepan o lo asuman en el presente. Suena a ciencia ficción, pero es el método que Fidel Castro tomó de la Unión Soviética estalinista y perfeccionó hasta su muerte para eliminar potenciales adversarios y colaboradores que no se sometían en un 100% a la irrevocable voluntad del caudillo gobernante.
La historia cubana durante la era de los Castro está llena de episodios que ilustran estas prácticas. Podemos citar dos de los más emblemáticos. El primero, el fusilamiento del general de División Arnaldo Ochoa Sánchez, el coronel Antonio de la Guardia Font, el mayor Amado Padrón Trujillo y el capitán Jorge Martínez Valdés. Todos ellos implicados en operaciones de narcotráfico por órdenes y para beneficio del régimen cubano que luego los condenaría por tráfico de droga y traición a la patria.
El segundo, de más reciente data, fue la defenestración de Felipe Pérez Roque excanciller de Cuba y quien hasta 2009 se perfilaba como posible presidente de Cuba de la mano de los hermanos Fidel y Raúl Castro. Luego de su destitución se desató una típica campaña de linchamiento moral para acusarlo de espionaje. El propio Fidel Castro acusaría a Pérez Roque de “ambicioso e indigno” en un artículo publicado en Granma al día siguiente de su destitución.
En la Venezuela chavista, desde Hugo Chávez hasta nuestros días, también las purgas selectivas de cuadros civiles y militares de la llamada revolución ha sido una constante para garantizar el control y los equilibrios internos. Dos casos igualmente emblemáticos serían los de Raúl Isaías Baduel y el más reciente de Tareck el Aissami. Aunque se podría argumentar que Baduel se abrió primero para desafiar abiertamente a Chávez, lo incluimos en este ejemplo por su significación para el chavismo en esa época (2007) y su indudable potencial para relevar a Hugo Chávez del poder. Por cierto, es una tarea pendiente para los historiadores examinar la influencia que pudo haber tenido el general Raúl Isaías Baduel en la derrota de la posición que Chávez defendió en el referéndum de 2007.
Lo que intentamos explicar es que el método cubano de purgas internas para asegurar el control del aparato estatal es de una extraordinaria vigencia en el Estado chavista como ya ha visto en el caso de Tareck el Aissami, quien de ser el número 2 o 3 del régimen pasó a convertirse en el primer sospechoso de articular un plan político, económico y militar para sacar a Nicolás Maduro del poder. Y es que quien tiene -¿tenía?- fichas claves en las Fuerzas Armadas y amasa una fortuna de 23.000 millones de dólares no está pensando simplemente en un exilio dorado sino quizás en un propósito mucho más audaz y ambicioso.
El tema de El Aissami lleva irreversiblemente al de la grave crisis política y militar que hoy atraviesa el Estado chavista y formas para sobrevivir incluyendo el propio relevo de Nicolás Maduro. Aun cuando esto sea lo que aconseje la pragmática racionalidad para seguir a flote, no todos los grupos que operan en ese ecosistema están de acuerdo. De hecho Nicolás Maduro, los hermanos Rodríguez y Vladimir Padrino López no podrían estar de acuerdo con una movida que para salvar a todo el régimen pase primero por liquidarlos políticamente a ellos.
Pero además en regímenes como los de Cuba y Venezuela hay un protocolo con características de dogma que no se discute. El caudillo a la cabeza del aparato, Fidel Castro y Raúl Castro en Cuba, Nicolás Maduro en Venezuela, siempre muere en el ejercicio efectivo del poder. Y eso tiene una lógica. Quien ejerce la jefatura es ultimadamente el responsable de todas las decisiones de ese aparato estatal. Al no contar con el poder y la inmunidad que proveen ese cargo, su antiguo titular queda reducido al papel de un simple operador sin protección y a merced de numerosos enemigos internos y externos.
Quien conozca y entienda cómo opera el intrincado Estado chavista está más cerca de comprender que para la macolla del régimen todas las combinaciones posibles tienen que incluir a su jefe actual, Nicolás Maduro. Lo único que modificaría ese protocolo sería una situación sobrevenida como en el caso de la agonía y muerte de Hugo Chávez donde este último, en el mejor estilo cubano, logró designar a su sucesor.
¿Y cómo queda entonces Diosdado Cabello, quien fuera del ecosistema chavista es percibido como un sucesor natural de Nicolás Maduro? En esta etapa que inicia el Estado chavista con la defenestración de Tareck el Aissami, el papel de Diosdado Cabello seguirá siendo el de siempre: periférico y marginal. A pesar de lo bullicioso en los últimos años Cabello nunca ha sido el número 2, ni el 3, ni el 4 dentro del régimen chavista, situación que parece no cambiará.
Cabello ha perdido todo poder dentro y fuera de las Fuerzas Armadas chavistas. Quienes le atribuyen a Diosdado Cabello un supuesto control del PSUV no entienden el abecé del clientelismo ni cómo las prebendas repartidas vía carnet de la patria amarran apoyos y lealtades al aparato que preside Maduro, no Cabello. También parece olvidarse de que sus dirigentes regionales en el PSUV fueron descabezados, sus amigos en las FANB dados de baja, hasta fue destronado de la presidencia de la AN chavista. En realidad Cabello no tiene fuerza propia interna en el aparato estatal chavista para defenderse de una arremetida y menos aún para abrirse contra Maduro o su entorno (hermanos Rodríguez y Padrino López).
El papel que le queda reservado a Diosdado Cabello, hasta que Nicolás Maduro lo permita, es el de ser vocero de las decisiones que otros toman y anunciarlas jocosamente en la comedia semanal Con el mazo dando. Pero siempre habrá alguien por encima de él. Llámese Nicolás Maduro, Jorge Rodríguez, Delcy Rodríguez o Vladimir Padrino López. Mientras Diosdado Cabello no haga jugada adelantada y Nicolás Maduro lo siga viendo con ojos de misericordia, su destino en el futuro se parece más al oscuro papel de Pérez Roque que al de un Ochoa o un Baduel. Y eso, en esas circunstancias, se agradece.
Sin embargo, en el Estado chavista no hay garantías para nadie que no sea Nicolás Maduro, jefe del clan dominante. Nada impide que un día de estos la Policía contra la Corrupción chavista nos sorprenda con un operativo en el Seniat donde José David Cabello, hermano de Diosdado Cabello, reina sin control y sin auditoría desde 2008. Todo se puede esperar de un régimen desesperado por aumentar los ingresos fiscales para sobrevivir y además urgido en neutralizar cualquier potencial adversario interno, por inocuo que parezca.
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