El pasado viernes 25 de agosto, el papa Francisco mantuvo una videoconferencia con jóvenes católicos de San Petersburgo. En su mensaje señaló de un modo enfático: «Nunca olvidéis vuestra herencia. Sois los herederos de la gran Rusia: la gran Rusia de los santos, de los gobernantes, de la gran Rusia de Pedro el Grande, de Catalina II, de ese imperio, grande, educado, de tanta cultura y de tanta humanidad. Sois herederos de la gran madre Rusia, por eso, continuad adelante».
El mensaje abunda en la línea seguida por Bergoglio desde el comienzo de la guerra, o incluso desde la ocupación de Crimea en 2014: no criticar ni a Rusia ni a Vladímir Putin, en la creencia de que mantener abierto un canal de comunicación con el Kremlin podría acercar la paz. En esta oportunidad, las críticas recibidas por el obispo de Roma, fueron furibundas y contundentes y no solo porque se refiriera a «la gran madre Rusia».
Los cuestionamientos al pontífice se centraron en que sus palabras reforzaban las simpatías papales por Moscú, al estar claramente en sintonía con el discurso patriótico y religioso con el que Putin refuerza permanentemente el mantra de la gran Rusia, del Imperio ruso y de la línea de continuidad que va desde los zares (Pedro el Grande y Catalina II) hasta su propia figura, pasando incluso por Stalin.
Hay quienes van más allá en sus reproches al centrar sus críticas contra el papa apuntando que los argumentos utilizados por Bergoglio son los similares a los manejados por el Kremlin para justificar la invasión de Ucrania.
Tras las críticas recibidas, la Nunciatura Apostólica católica en Ucrania intentó rebajar el contenido del mensaje y rechazó los comentarios adversos, señalando que Bergoglio «nunca ha alentado ideas imperialistas. Al contrario, es un convencido opositor y crítico de cualquier forma de imperialismo y de colonialismo».
Llegados a este punto habría que recordar que Bergoglio reúne dos importantes elementos en su identidad, es jesuita y es peronista, y como tal fuertemente nacionalista, antiimperialista y antiliberal.
No hay que olvidar que en América Latina cuando se habla de imperialismo prácticamente hay uno solo, y esto es algo aplicable a prácticamente todo el espectro político, desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha. Este es el imperialismo yanqui, el imperialismo de Estados Unidos. Con algo más de distancia se podría hablar del colonialismo o del imperialismo europeo, pero en ese relato no hay nada que se le parezca al imperialismo ruso o al imperialismo chino.
Esta visión simplista es importante, ya que de alguna manera refleja la posición de muchos gobiernos de la región respecto a la guerra de Ucrania: tibia condena de la invasión rusa, pero con una negativa reiterada de ir mucho más allá.
Ningún gobierno latinoamericano se sumó a las sanciones occidentales, ninguno de los poseedores de armas rusas accedió a venderlas o cederlas a Ucrania y ningún parlamento nacional, incluso ninguna reunión de ámbito regional o subregional, accedió a dar la palabra al presidente Zelenski. La única excepción fue el parlamento chileno, que coincide con la postura claramente crítica respecto a Rusia sostenida por el presidente Gabriel Boric, prácticamente una rara avis entre los gobiernos «progresistas» de la región.
En sus palabras pronunciada sobre la guerra en todos estos meses, el Papa condenó la violación de la soberanía ucraniana, las barbaridades cometidas por las tropas rusas (mayoritariamente extranjeros, como chechenos y buriatos, a los que definió como los más crueles de todos los que luchan en Ucrania) e incluso llegó a hablar de una guerra «provocada o no deseada».
Sin embargo, nunca reprobó o criticó abiertamente ni a Rusia ni a Putin. Eso lo llevó a mantener la equidistancia entre Rusia y Ucrania o entre Putin y Zelenski, algo que el Vaticano rechaza de plano. Pero en los meses iniciales de la invasión, el papa Francisco insinuó, en una entrevista con el Corriere della Sera, que probablemente los «ladridos de la OTAN a las puertas de Rusia» podrían haber llevado a Putin a reaccionar mal y desencadenar el conflicto.
Incluso añadió que no sabría decir si la ira que provocó la reacción del líder ruso de invadir Ucrania «fue provocada», aunque sospechaba que quizás sí fue «facilitada».
El antiliberalismo del Papa lo lleva a sintonizar con algunos de los ejes de la «agenda valórica» de Putin. A ello se suma su fuerte componente nacionalista y antiimperialista, herencia clara del peronismo, como se manifestó más arriba, que rechaza cualquier postura convergente con las posiciones de Estados Unidos y sus aliados occidentales, comenzando por la Unión Europea.
En torno a las reacciones vaticanas sobre la guerra no se puede olvidar la complicada relación que mantiene la Iglesia católica con la Iglesia ortodoxa rusa, más concretamente el papa Francisco con el patriarca Kiril, junto a la defensa de la colectividad católica que allí vive.
Sin embargo, hay una evidente falta de empatía de Bergoglio con la causa ucraniana, falta de empatía que no se observa en otros conflictos que suceden en el llamado «sur global», en los cuales la responsabilidad de lo ocurrido se puede achacar con mayor facilidad a las potencias occidentales. Sus vecinos romanos señalarían con el dedo acusador: «manca fineza».
Artículo publicado en El Periódico de España