Vuelvo a S. S. Francisco –recuerdo con gratitud al cardenal Jorge Bergoglio– dada su proximidad decembrina a nuestro sufrimiento como pueblo: “Probado largamente por tensiones políticas y sociales”. Pide que Jesús bendiga a quienes se prodigan “para favorecer la justicia y la reconciliación”.
No se separa el Papa de la narrativa europea que nos mira compasivamente y omite nuestra madurez alcanzada. Nos reduce como realidad que deja de ser promesa, la del Mundo Nuevo, desde cuando nos soltamos de su mano tutelar.
“Sottosviluppati”, subdesarrollados, es la cuña que golpea en los oídos de quienes transitamos por las aulas universitarias romanas en los tormentosos años setenta, marcados por el Mayo Francés de 1968, germen del relativismo hoy en boga.
Hay quienes insisten –lo hace el canciller europeo, el catalán Josep Borrell– en mirarnos bajo dicha óptica, transcurrido medio siglo desde entonces, pidiéndonos celebrar lo alcanzado: Nos damos dictadores, pero por vías democráticas, y ellos, cuando menos, se muestran comprometidos con la redención de los excluidos. ¿Qué más puede pedirse?
Al Papa lo comprendo, íntimamente. “El que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve”, reza la primera carta de Juan. No es el caso de Borrell, menos el de su camarada José Luis Rodríguez Zapatero, empeñados en salvar de su derrumbe al criminal de lesa humanidad Nicolás Maduro; así descrito por una partidaria de estos, alta comisionada de la ONU, Michelle Bachelet.
Vayamos a lo esencial.
Francisco asume a cabalidad el contexto inédito que ata a las realidades disueltas que nos afectan y nos estremecen confundiéndonos. Las citadas serían peccata minuta, a no ser por los millones de víctimas venezolanas.
En vísperas de la Navidad, ante la Curia Romana, se declara millenial: “No estamos viviendo simplemente una época de cambios, sino un cambio de época… los cambios no son más lineales, sino de profunda trasformación; constituyen elecciones que transforman velozmente el modo de vivir, de interactuar y elaborar el pensamiento, de relacionarse entre las generaciones humanas…”.
Apunta, sin decirlo, al Homo Twitter cansiniano, quien, como lo advierte Yuval Noah Harari, arriesga transformarse en Homo Deus ex machina, si deja que su albedrío se lo arrebaten los componentes digitales. Pero aclara que “la actitud sana es… la de dejarse interrogar por los desafíos del tiempo presente y comprenderlos con las virtudes del discernimiento”. Tanto como le pide a la Curia iniciar procesos. “Nosotros debemos iniciar procesos, más que ocupar espacios. Dios se manifiesta en el tiempo y está presente en los procesos de la historia”, ajusta.
Como leal discípulo de Romano Guardini, el padre Jorge, al volver sobre su añejo argumento ahora como Papa –lo expresa en Evangelii Gaudium– y al reiterar que “el tiempo es superior al espacio”, empero, olvida la realidad del ecosistema digital que nos propone comprender.
La relación entre el tiempo y el espacio, que marca el sentido de la velocidad, ha quedado rota para las generaciones del presente, más ganadas para la experiencia inmediata y con desapego a las territorialidades, sean sólidas como intelectuales.
Zigmunt Bauman, filósofo polaco fallecido hace dos años, advierte llegada la “modernidad líquida”. Señala que “los fluidos, por así decirlo, no se fijan al espacio ni se atan al tiempo”. De mi parte he afirmado que todo internauta, como practicante de la política al detal y sin lealtades “para toda la vida”, lleva una existencia de descarte, prét-a-porter, de emociones momentáneas. Esa es la realidad, gústenos o no.
El cardenal Bergoglio ha de convenir con lo que dice en su obrita La nación por construir, que me obsequiara en 2005: “La realidad es superior a la idea… El análisis de la realidad no tiene que ser un análisis de tipo ideológico donde yo proyecto una postura previa sobre la realidad, sino ver la realidad tal cual es”. Mas el problema es que su afirmación también tiene en lo adelante su reverso: el ciudadano digital construye argumentos a partir de su estado de ánimo o indignación. Luego avanza sobre el pedazo de la realidad que ve útil o incluso de la mentira (fake news) si le sosiega.
Francisco es coherente con su Exhortación Apostólica citada: “Trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad”. Mas a los venezolanos nos resulta ilusorio reparar en su sabio consejo, pues agonizamos, carecemos de tiempo y hemos perdido el espacio, somos diáspora.
Mal podemos escuchar a Borrell, además, pues el Papa, ante la Curia, de modo fulminante declara: “No estamos ya en un régimen de cristianismo porque la fe ya no constituye un presupuesto obvio de la vida común”. Y la cuestión es que papa Ratzinger, su antecesor, al escrutar a los europeos del presente, recuerda bien que: “Occidente siente un odio por sí mismo que es extraño y que solo puede considerarse como algo patológico; …ya no se ama a sí mismo; solo ve de su propia historia lo que es censurable y destructivo, al tiempo que no es capaz de percibir lo que es grande y puro… Necesita de una nueva –ciertamente crítica y humilde– aceptación de sí misma, si quiere verdaderamente sobrevivir”, y a la par aconsejarnos.
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