La casualidad, que es el verdadero motor de la historia (no la lucha de clases, como sentenció Marx), me puso cerca de un grupo de personas, ninguna conocida mía, en plan, como yo, de realizar una nueva diligencia burocrática que el gobierno acaba de sacarse de la manga.
Pongo, pues, mi mejor cara de asomado, y escucho con atención. Para mi sorpresa, charlan, a ratos en tono de cuchicheo, sobre la reunión que convocó el papa Francisco hace poco más de una semana. Me refiero al llamado Sínodo, un encuentro que, según comentan, se celebra con el fin de conversar y decidir acerca de cuestiones más significativas que le incumben a la Iglesia.
Picado por la curiosidad, decidí enterarme con más detenimiento sobre algunas de las cosas que escuché en la tertulia que me tocó en suerte. Supe, por ejemplo, que, en el transcurso de su historia, la Iglesia Católica ha tenido 266 Papas, 212 de ellos italianos, hegemonía que se explica, pero no de manera muy convincente, me parece, por el hecho de que el Vaticano se encuentre en Roma. Elegido hace una década, nos encontramos ahora con Jorge Bergoglio, el primer latinoamericano (y primer jesuita), hoy conocido como el Papa Francisco, argentino de pura cepa, aunque su apellido ponga en duda tal condición, aficionado al fútbol, no faltaba más, y seguidor del Club San Lorenzo, un equipo que suele ubicarse hacia mitad de la tabla en la liga profesional del balompié sureño.
Me informo, pues, de que fue investido como Pontífice de la Iglesia Católica en el año 2013, o sea, como cabeza de un “rebaño” (nunca me gustó la palabra, ni siquiera cuando era niño,) integrado por 1.200 millones de “ovejas” (término que me ha resultado siempre aún más detestable que el otro). Leyendo por aquí y por allá (el Profesor Google suele ser útil), me entero de que se inició en el cargo en medio de una situación complicada, con la que tuvo que lidiar casi de inmediato. En efecto, tuvo que plantarle cara a las filtraciones de documentos privados a la prensa –los famosos Vatileaks– , que dejaban muy mal parada a la Iglesia, así como a las sospechas de corrupción en el “Instituto per le Opere di Religione”, más crudamente conocido como el Banco Vaticano y, por si fuera poco, ocuparse de numerosos acusaciones referidas a sacerdotes envueltos en situaciones de abuso sexual en diócesis de diferentes partes del mundo, sacando a flote una vez más, la disputa sobre el sentido del celibato en sacerdotes y monjas.
Tiempos enredados
Francisco cuenta con 76 años de edad y carga sobre su cuerpo algunas de las enfermedades y achaques que suelen darse cita a esas alturas de la vida. Sin embargo, anda por el mundo sobre una silla de ruedas, dejándose ver como una persona entusiasta, enérgica e inteligente, en cuyas pupilas todavía queda capacidad para sondear el futuro, prueba de que su corazón no alberga la idea de jubilarse. Hace dos semanas instaló, como mencioné, el Sínodo, que en esta oportunidad conto por primera vez, con una participación importante de laicos, tanto hombres somo mujeres, en ambos casos con derecho a voz, más no a voto, en las deliberaciones internas. Sin tener espacio para ampliar el tema no puedo dejar de mencionar el avance actual de la perspectiva de género en los diversos ámbitos de la vida social, entre ellos el religioso, aunque éste no figure entre los espacios donde se encuentran los mayores adelantos y sea, por el contrario, uno en donde más claras se encuentren las inequidades que marcan las diferencias entre los sexos, todo ello a pesar de que los cambios en la concepción de “lo femenino”, es, dicen , el hecho sociológico con mayor carga revolucionaria del siglo XXI. Representan la emancipación de la mujer: con ella la mitad del mundo exige igualdad.
Civilización occidental
Al Papa le ha tocado, reitero, una época compleja, no hay duda, caracterizada por cambios intensos y vertiginosos a lo largo y ancho del mundo, planteando interrogantes a las que no ha resultado fácil hallarles respuestas que sean compartidas.
En línea con las dificultades mencionadas arriba, viene creciendo un fenómeno descollante, al margen de la valoración política y moral que cada quien tenga del mismo. Aludo al decaimiento de la denominada civilización occidental, mientras otras naciones, en particular varias asiáticas, aunque no solo ellas, aumentan su influencia, tanto en el escenario económico y político, como en lo cultural y el religioso.
Dentro del contexto precedente hay que calibrar en buena medida los conflictos bélicos que ocurren en todos lados, ocasionando entre otras complicaciones, la migración de millones de personas, escapando de cualquier modo del sitio en el que viven, rogando que se les permita entrar a pesar de su idioma, las convicciones que profesen o el color que les barniza la piel, con la esperanza de que aún queden rastros de solidaridad y amor entre los terrícolas contemporáneos.
Por si fuera poco lo anterior, considérese que hace al menos medio siglo, la pobreza y la desigualdad han venido aumentando hasta extremos que resultan duros de imaginar, al paso que los bienes acumulados por una cantidad increíblemente reducida de personas, ubicada por debajo del 10% de la población, concentra bastante más de la mitad de la riqueza disponible en el mundo, muestra, por cierto, de que la mano del mercado es invisible, en especial para esconder sus torpezas, pero por encima de todo, enmascarar sus arbitrariedades en materia de equidad social.
Por otra parte, la crisis ambiental se agrava a pesar de los innumerables tratados internacionales suscritos, asumiendo compromisos que en el camino se ignoran olímpicamente por causas muy variadas, entre ellas la tesis desarrollada por algunos científicos que argumentan que es un hecho que ocurre al margen de la acción humana, es pues, pudiera entender uno, entonces, que sucede porque a madre natura le dé más o menos la gana. Sin embargo, tales investigadores son claramente rebatidos por una buena cantidad de informes, elaborados por distintas organizaciones, que comprueban que es la consecuencia del modo como los seres humanos se vinculan con la naturaleza, centrada en su explotación en nombre del progreso, es decir, del crecimiento económico a cualquier costo, asumiéndolo como el meollo de nuestro modelo civilizatorio.
Frente a lo anterior, Francisco ha persistido en un mensaje distinto, contenido en las páginas de dos Encíclicas más o menos recientes. Una es “Laudati Si”, centrada en la idea del planeta asumido como la Casa Común, ampliando la mirada sobre el origen de la crisis ecológica e insistiendo más en las causas humanas que en los efectos de la degradación de los diversos ecosistemas. Y la otra es “Fratelli Tutti”, tejida en torno al “… concepto de fraternidad como ordenador de la vida social y política…”, lo que le ha valido que lo tilden en la propia Argentina, aunque no solo allí, de comunista, de socialista y ¡hasta de peronista!
El Papa ha puesto énfasis, asimismo, en que la globalización debe ser concebida como un “un diálogo» entre pueblos que, en tanto tales, no renuncien a sus «raíces.” Esa es, sostiene, la única forma de lograr un “… intercambio real que no destruya a los interlocutores débiles ni aniquile sus culturas…”, lo que supone la existencia de una capacidad política e institucional suficiente para poner orden y concierto en el planeta.
Somos cada vez menos religiosos
Como parte del rompecabezas anterior, se ha venido diagnosticando que en el mundo crecen quienes no pertenecen a ninguna religión, o son creyentes sin iglesia o no afiliados, lo que, si bien suena extraño, no equivale a un menor interés por lo religioso, sino a todo lo contrario.
Según alegan quienes analizan del del tema, lo que ocurre es que la experiencia religiosa ha mutado notablemente en casi todas partes, y “…en esta metamorfosis de lo sagrado nos encontramos con personas peregrinas que eligen en forma personal y subjetiva cómo vivir su vida espiritual, sin necesidad de mediaciones institucionales.”
Por otra parte, en ciertas esferas intelectuales se piensa que la celeridad y profundidad de los cambios tecnológicos minimizan la “necesidad” de contar con un dios. El Homo Sapiens quiere convertirse en el Homo Deus, afirma Yuval Harari en su conocido libro, a partir del desarrollo que ha alcanzado en ciertas disciplinas que muestran ya la facultad de alterar la condición genética, afectando a las futuras (y no tan futuras) generaciones o que otras investigaciones aumentan su comprensión del cerebro a fin de entender qué nos hace humanos y poder manipular nuestro comportamiento, con lo que, vaya advertencia la que nos hacen, se podría difuminar el concepto de libre albedrio. Dentro de esta misma onda emerge “Muerte a la Muerte”, la consigna de un proyecto financiado por cantidades inimaginables de dólares, salidos de la cuenta bancaria de Elon Musk, quien asegura ver en el horizonte un resquicio que permite romper cualquier vínculo con cualquier religión, haciendo eterno al ser humano.
Diálogo de todos, con todos y sobre todo
Francisco no ha puesto reparos para hablar con quien haya que hablar. Cristianos protestantes, musulmanes, judíos, ortodoxos europeos, junto al resto de las opciones religiosas, abrazadas por las distintas comunidades humanas.
Con ellas ha sostenido conversaciones que reiteran, los valiosos resultados que surgen del mero hecho de hablar con aquellos que discrepan de ti, concluyendo con un párrafo lapidario en el que afirma que “… hoy la fraternidad es la nueva frontera de la humanidad. O somos hermanos, o nos destruimos mutuamente”.
Siendo consecuente con su postura, el Papa ha estado abierto a la conversación interreligiosa, tal como lo demostró en su reunión con el patriarca ortodoxo ruso Kirill en 2016, en la trascendente visita a Irak en 2021 o, por citar un evento más, en lo que fue el primer acercamiento entre las iglesias cristianas de Occidente y Oriente desde su separación varios siglos atrás.
También alcanzó un acuerdo inédito con China respecto al nombramiento de obispos y aupó el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos en 2014, y aumentó los esfuerzos a propósito del conflicto en Ucrania.
Fueron estas y otras varias decenas conversaciones, en las que Francisco nunca escatimo sus energías para tejer soluciones. Concuerda con Adela Cortina, filósofa española en el concepto de la razón cordial, que incluye la referencia a los sentimientos, los valores y las virtudes, imprescindibles “… con al fin de lograr que el bien acontezca de modo que se pongan las condiciones de posibilidad de la justicia”, agregando que “…sin capacidad de estimar el valor de la justicia, o sin capacidad de estimar a los demás interlocutores como valiosos, la justicia de las normas es irrelevante”.
Harina de otro costal
Imagino, estimado lector, que Usted pensó que el artículo de hoy debería estar referido a las elecciones primarias, celebradas el pasado domingo. Tiene razón, a mí también se me ocurrió, pero vi el tema demasiado enredado y le saqué el cuerpo. Me sentí mal conmigo mismo, pero felizmente topé con un párrafo que me sacó del aprieto. Expresa exactamente lo que pienso: “Estamos tan jodidos que la oposición lleva a cabo sus primarias y el gobierno es el que canta fraude”.
No sé quién es el autor, pero dijo lo que yo hubiera querido decir, le estoy muy agradecido por ello.
Bendita la casualidad que me colocó la frase en el Whatsapp.