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El Papa de la sonrisa

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La beatificación de Juan Pablo I el domingo 4 de septiembre fue motivo de celebración en el mundo católico, que ahora está a punto de tenerlo como santo, pero también recordó el impacto que causó la desaparición prematura del Papa de la sonrisa hace casi 44 años.

Albino Luciani, elegido para suceder a Paulo VI en agosto de 1978, a los 65 años de edad, falleció de un infarto -según el anuncio oficial- apenas 33 días después. Lo hallaron sin vida el viernes 29 de septiembre en la madrugada.

La primicia en Venezuela la dio El Nacional, gracias al recordado jefe de redacción Mario Delfín Becerra, que paró la rotativa la misma madrugada para incluir la noticia en el cierre de la primera página del periódico con el título “Murió el Papa”, y el texto “Ciudad del Vaticano (UPI) – El papa Juan Pablo I falleció mientras dormía, de un ataque al corazón”.

Ese gran esfuerzo profesional tal vez pueda verse como un homenaje al talento periodístico del propio Luciani, quien en más de una ocasión en su vida manifestó que de no haber abrazado el sacerdocio seguramente sería reportero.

A los pocos días como Papa compareció ante los corresponsales de la prensa internacional, a quienes “reprendió amablemente” por prestar demasiada atención a ciertos aspectos del cónclave y descuidar otros. Y enseguida les contó el consejo que un antiguo editor italiano les había dado a sus reporteros: “Recuerden una cosa: al público no le interesa saber lo que Napoleón III le dijo a Guillermo de Prusia. Lo que el público quiere saber es si Napoleón llevaba los pantalones de color rojo o gris y si por casualidad fumaba un cigarro”.

Procedente de una familia del norte de Italia muy modesta, el papa Luciani era una figura popular y cercana a los feligreses. Y este hombre honrado -que el cardenal británico Basil Hume había llamado “el candidato de Dios” luego del cónclave del 26 de agosto de 1978- quería poner orden en los asuntos de la Iglesia.

El Papa estaba alarmado por una logia ilegal autodenominada Propaganda 2 (P-2), que con su ambición de riqueza y poder había traspasado las fronteras de Italia y las murallas mismas de la Santa Sede para llegar al banco del Vaticano, recuerda David Yallop en su libro En nombre de Dios, investigación sobre el asesinato de Juan Pablo I (Ed. La Oveja Negra, Bogotá, 1984, pp. 328).

Contradiciendo la versión oficial de muerte por infarto de Albino Luciani -que ni siquiera se amparó en una autopsia que lo confirmara-, Yallop, que trabajó el caso durante tres años, afirma que se trató de un asesinato, de “una conspiración que se resolvió aplicando lo que se llama ‘solución italiana”.

Y es que el Papa de la sonrisa se proponía precisamente que la sonrisa desapareciera para siempre de cierta gente que tenía mucho que perder.

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