Quiero volver a encontrarme con amigos y estrechar su mano, aunque pensemos distinto. Recuperar el país de valores y principios, aquel en que las discrepancias solo surgían en tiempos electorales, con respeto y con la emoción que daba confiar en que nuestro candidato saldría ganador. El del dominó, el truco y las disputas sobre las glorias del Magallanes y del Caracas.
Quiero creer que el país no se cae a pedazos. Si esa fuera la percepción, procurará negarla con todo empeño y con la férrea voluntad democrática y libertaria que nos ha caracterizado en muchas etapas de nuestra historia republicana. El país puede ser recuperado, y ello solo está en manos de quienes pensamos y soñamos con uno donde impere el respeto por las libertades públicas, de los derechos humanos y –nunca cansará decirlo– por la aceptación del contrario y el decoro en el manejo de la Cosa Pública.
Quienes sostienen agoreramente aquella caída, pues bien, venga y deje la apatía; ponga sus manos, dé el pecho y dese en ganas para que no se caiga. No crea usted que el asunto no es con todos. Los ejemplos abundan.
Diré unos pocos de la situación que nos acogota, y que fundamenta por qué usted no debe permanecer indiferente sobre lo que ocurre en Venezuela, a no ser que quiera y le satisfaga estar en esa otra deleznable lista de mal llamados “ni-ni”. Veamos:
Se ha juzgado a una jueza por juzgar, a un abogado por defender, a un militar por ver llorar a otro, a un empresario por enamorar, a un militar por describir el funcionamiento de un lanzallamas, y para colmo de males, y abuso del santoral, a una dama por casarse con un San Miguel. ¿Te parece poco? ¿Acaso crees que estás inmune ante la satrapía mandona?
Yo quiero un país donde no ocurran estos atropellos, ni nos pongan en la situación dilemática, odiosa desde luego, de si somos opositores somos apátridas, majunches, oligarcas… y por el contrario, si apoyáramos a lo que ha sido el peor gobierno de la historia republicana del país, y su actual continuación, seríamos “bolivarianos, chavistas, venezolanos”, chéveres, pues.
El militar que fue sobreseído por el gobierno democrático de Caldera II, el mismo que se negó ir a juicio por no confiar en las instituciones democráticas, quiso gobernar por siempre. Solo la muerte se lo impidió.
Hoy sus herederos políticos, luego de veinte oprobiosos años, con nueve meses y con trece días en el poder, continúan con su terca manía de querer gobernar a todo trance.
Amigo lector, esa realidad la podemos cambiar. Sabemos quienes nos desgobiernan y ante tanta pesadilla roja, coloreada de un rojo macabro, tenemos una poderosa arma en nuestras manos, un arma civil y pacífica, y esa no es otra que la unidad de propósitos.
Cuando leas esto ya te estarás disponiendo a salir a marchar o lo habrás hecho. Me refiero a la convocada por el líder civil que hoy preside la Asamblea Nacional, único poder público con legitimidad de origen y desempeño, y al propio tiempo ejerce como encargado de la Presidencia de la República, conforme con la Constitución Nacional.
En Venezuela, adecos y copeyanos, y los que eran de izquierda, luchaban para que no se implantase un gobierno militarista y autoritario que copara todos los espacios como ocurría en Paraguay, Chile, Uruguay y Argentina, países donde habían llegado al poder militares de derecha que se comportaban igualito a los de la izquierda de hoy.
¿Acaso eso es lo que queremos que continúe? Por supuesto que no. Serán las instituciones democráticas lo que nos permitirá acabar con ese cordón umbilical infernal que nos ata a la satrapía cubana y a su ignominioso régimen parasitario, hoy de plácemes por la visita real.
Confío en que se esté apagando la vela en su cabecera. Mi país no merece seguir viviendo esta tragedia, esta desgracia, mala hora que al parecer hace feliz a los responsables de la peste que la propicia y a su hatajo de cómplices conmilitones.
Sea la participación el instrumento para reinstaurar el régimen democrático, la inclusión de todos los ciudadanos, la separación de poderes en la estructura del Estado y en fin, los valores y principios propios de la democracia. Procuremos entenderla como la rectitud de conciencia como base del sistema, la honestidad como norma permanente, la pulcritud en las ideas y en las formas de comportamiento.
Quiero volver al país donde se asuma, sin pena ni vergüenza, que ser pobre es malo y sepamos y ojalá nos demos cuenta de lo felices que siempre somos y hemos sido a pesar de las circunstancias.
Yo quiero mudarme a un mejor país, pero en el mismo sitio.