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El país que queremos

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Foto @uniceflac

Navidad. Tiempo para soñar con el país que queremos, cerrar los ojos e imaginar soluciones, respuestas, desagravios. No es una pregunta técnica referida al frío diseño de políticas públicas que garanticen mejoras y bienestar. Se trata fundamentalmente de dibujar mentalmente cuáles serían las puertas, los caminos que habría que andar. Es una pregunta muy personal donde podemos elucubrar y soñar en las grandes aspiraciones que permanentemente aplazamos. Imprescindible comenzar por el salario, el modo de vida de los trabajadores, el factor trabajo. Sabemos, es una experiencia cotidiana que los salarios y  servicios públicos han profundizado su caída libre, precarizando la condición de vida al extremo de la subsistencia. El ingreso mínimo que perciben  los trabajadores es de 130 bolívares, equivalentes a 5,3 dólares, monto insuficiente  para costear la canasta alimentaria, que llegó a 388 dólares en febrero, según datos del Observatorio Venezolano de Finanzas (OVF). Simplemente es imposible seguir adelante, pensar en el futuro si no se supera el estado miserable de la mayoría de los venezolanos que viven de su trabajo. En comparación con otros países de Latinoamérica, Venezuela muestra el salario mínimo más bajo de la región de acuerdo con datos comparados del 2023, apenas equiparable con los países africanos que actualmente tienen el salario mínimo mensual más bajo del mundo: Ruanda (3 dólares), Burundi (2 dólares) y Uganda (2 dólares). Venezuela es el país donde peor se paga el factor trabajo. Pensar en el país que queremos implica superar esta condena que sufren los trabajadores venezolanos.

Sabemos que se puede tomar un rumbo en la economía que resuelva esta miseria colectiva y poder avanzar superando esta condena económica de la familia venezolana que abra la posibilidad de construir el andamiaje para transformar costumbres, modos de ser, hábitos,  en algo parecido a leyes, normas, modos de ser venezolano, que expresen nuestra manera de percibir y confraternizar. Muchos países y ciudades andadas en el mundo nos reconfirman cada vez más que “la tierra de gracia” no es por el oro, hierro o el petróleo, lo es especialmente por la gente que somos, por el saludo regalado a cualquier transeúnte libremente, por las confidencias del taxista que nos conduce al hogar o por el saludo directo en el mercadito del barrio con los vendedores habituales de cada semana. Y siendo honestos, también por los Andes, los Llanos, Guayana y el mar Caribe.

Repito, es Navidad y nos podemos dar el lujo de soñar con el país que queremos. Empezaría por decir que una particular ambición es tener un país donde aprendamos cada día, no basta con el ingenio popular, hay que conocer, adentrarse en investigaciones y reflexiones. Volviendo al filósofo hindú Amartia Sen, soñar con un país donde los niños que nazcan tengan una escuela abierta, una escuela que los espera, les descubrirá el mundo de la razón pero también les enseñara que nuestra principal diferencia con el resto del universo es la dimensión espiritual, cómo percibimos, cómo vemos a los otros, algo que todos hacemos pero cada uno a su manera. Tratar de entender qué podemos hacer con esa potencia interna que está en nuestra mente, en la capacidad de aprender en la silenciosa vecindad con la más poderosa antena de energía que existe en el planeta, nuestros corazones, un pequeño órgano que late permanentemente y nos abre las puertas de los sentimientos, no sabemos cómo, pero dicen que la gente que prodiga amor es porque tiene un gran corazón. Un órgano que está ahí, lo cuidamos biológica y sanitariamente pero no lo usamos como el cerebro de nuestros sentimientos.

Entonces, podríamos soñar con un país que se abre como un espacio de aprender, percibir, conocer a otros, y también razonar, medir, pesar, calcular. Dos corrientes que ojalá pudiésemos sintetizar, no ser pura razón, fría y calculada pero tampoco sólo sentimientos desbordados que nos puede sumir en dimensiones fantásticas de incomprensión del resto del mundo.

En síntesis, podríamos decir que soñamos con un país donde todo humano pueda aprender, ser y hacer, según sus vocaciones y aptitudes. Si quisiéramos podríamos concretar un país donde todo ser viviente se pueda educar científica y moralmente y esto le permita ser mejores personas, desplegar el infinito potencial humanístico que no sabemos cómo lo hemos obtenido pero que sí sabemos que mientras lo usemos más crecerá. Hoy tenemos más de 4 millones de niños inmersos en el fracaso educativo más grande de Latinoamérica. Universidades en ruinas, sin profesores y con sus centros de investigación paralizados. Maestros en huelga y profesores desahuciados por la situación de pobreza.

Aterrizando, soñaría con un país donde las leyes no expresen la malvada lucha de clases que tanto ha dañado a la humanidad, empresarios y trabajadores creando bienes y servicios requeridos por todos. Aspiramos a leyes producto de consensos, que nos igualen, aceptando nuestras peculiaridades, nuestras manías y rarezas y algo clave, espacios donde podamos sentirnos como iguales, en nuestras diferencias y eso nos haga respetarnos aún más. Es la maravilla de encontrarse con personas dedicadas, con algún propósito o búsqueda que solo tiene sentido para cada uno, pero que enriquece el mundo con su creatividad y nos enseña cada minuto algo nuevo. Ya sabemos que las leyes existen para poder convivir en paz, pero también para ayudarnos a desplegar todo lo que podríamos ser. Existe para las sociedades una posibilidad llamada “crear Estados de Derecho”, reconocer acciones comunes y proyectos de vida. Apoyándonos en la sabiduría de la escuela austriaca que cree en un ser humano, que se mueve, reflexiona, se agita, emociona e inventa, tal como nos recuerda Murray Rotbard: “El derecho humano de todo hombre a su propia vida implica el derecho a encontrar y transformar recursos: a producir aquello que sostiene y hace avanzar la vida. Ese producto es la propiedad del hombre. Por eso, el derecho de propiedad es el más importante de los derechos humanos y cualquier pérdida de uno de ellos pone en peligro los demás”.

En el terreno político, abandonar la búsqueda del fracasado socialismo del siglo XXI y enfilarse hacia un país donde la democracia sea el modelo de convivencia, fundada sobre la existencia de un Estado de Derecho –en modo sociológico- que aceptamos como regla de convivencia. Por ejemplo, ¿cómo se puede preservar el derecho humano a la libertad de prensa si el gobierno posee todo el papel de periódico y tiene el poder de decidir quién puede utilizarlo y en qué cantidad? El derecho humano a la libertad de prensa depende del derecho humano a la propiedad privada del papel prensa y de los demás elementos esenciales para la producción de periódicos”.

Es importante que cuando nos recreamos en nuestras aspiraciones más profundas como podemos hacerlo en Navidad, intentemos descifrar todo el contenido de una sociedad fundada en el Estado de Derecho que podríamos definir -humana y no jurídicamente- como un ámbito de respeto mutuo, confianza y libertad, donde podemos ser los que aspiramos y que esta energía sea positiva para todos. Hay que aprender que si el Estado de Derecho no existe, la democracia no sobrevive, lo cual nos obliga a esforzarnos en construirlo.

En las últimas décadas hemos visto ejemplos que no quisiéramos repetir, como las sociedades enfocadas sólo en necesidades básicas, en producir más y mejores bienes, pero donde las expresiones humanas diversas son penalizadas. Es la gran falacia del mentado modelo chino, mucha comida, mejores viviendas y servicios, pero prohibido pensar libremente, prohibido ser lo que aspires ser. No sé cuánta validez y duración tiene este modelo que se basa sólo en la productividad, en la infinita posibilidad de consumir, en la eficiencia, pero que se cierra drásticamente ante las aspiraciones de libertad que tenemos por nuestra particular condición de seres humanos.

Algo que particularmente llama la atención es que cada vez que algún líder aspira a gobernar, inmediatamente lanza su paquete de medidas macroeconómicas, magnificas, impecables, pero no confiesan cómo van a moverse para que seamos cada vez más perfectos, aunque también más felices, más compasivos y aposentados en nuestra dimensión ética donde vive nuestra capacidad de elegir entre las distintas opciones que hoy brinda el universo.

Desde el país que queremos, deberíamos nutrir la aspiración a la finalización de los episodios bélicos, que cesen la destrucción, las ambiciones desmesuradas por construir nuevos imperios y que nos enrumbemos hacia modos de vivir donde sobresalgan nuestras virtudes y podamos enfrentar nuestros defectos, reconociendo que ambos sentimientos siempre están cabeza a cabeza.

Concluyo, quisiera una sociedad donde aprendamos cada día con humildad, donde el Estado de Derecho y el sistema de justicia sean las bases de la convivencia humana. Creo que el derecho es una creación espiritual y no simplemente un modo de ordenamiento material. Venezuela va a cambiar muy pronto, ya dimos un ejemplo de autonomía cívica, actuamos según nuestro yo interno en esos episodios históricos del 22 de octubre y el 3 de diciembre. Esta última fecha superó nuestras esperanzas, el 3 de diciembre fue determinante. De nada sirvieron las ofertas ni las amenazas, la gente en su mayoría decidió dentro de sus hogares, en consulta con su grupo familiar, sopesando lo que significaba su decisión de no participar al llamado u orden del régimen.

Estas decisiones del pueblo históricamente constituyen la mayor señal de madurez y autonomía de un pueblo, decidir silenciosamente, actuar y sorprender a las autoridades que jamás sospecharon la existencia de esta energía autonómica de la sociedad civil venezolana.

Solo deseo felices navidades a mis queridos lectores que soportan mis cursilerías e inconsistencias teóricas -sólo sé que cada vez sé menos-, cada vez hay más dudas e infinitas profundidades donde zambullirse a aprender, hay más que intuir, no alcanza el tiempo de una vida humana, pero nos obliga a cumplir metódicamente con este maravilloso trabajo de escribir para comunicarnos y expandir nuestras conciencias.

Recordemos a Albert Einstein: “La mente intuitiva es un regalo sagrado, la mente racional es un fiel sirviente. Hemos creado una sociedad que rinde honores al sirviente y ha olvidado el regalo”.

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