OPINIÓN

El país que nos merecemos

por Salvatore Giardullo Russo Salvatore Giardullo Russo

Foto AFP

Los venezolanos que aún insistimos en creer en el país y en sus potencialidades humanas, tratamos de resguardar nuestro pequeño rincón en ninguna parte, para proteger nuestra reducida porción de nada. Eso sentimos, porque en vez de avanzar y crecer, con el pasar del tiempo apreciamos que vamos marcha atrás, en todos los ámbitos, en especial en lo que respecta a nuestras libertades.

Eso es obvio, solo hay que dar un vistazo a quienes detentan el poder, que se esmeran en proteger sus parcelas a pesar del costo político, económico y social para la nación. Además, en el ambiente que se respira, las palabras no significan nada, si no tienen el sello de la revolución.

Sin embargo, no hay que olvidar que muchos venezolanos sacrificaron sus vidas por una única razón, la libertad. Esos mártires son merecedores de llevar la bandera nacional con orgullo, porque representan lo más genuino, que no es otra cosa que pelear por sus derechos y hacer frente a sus deberes, encarando a la dictadura. Es la máxima ofrenda que puede brindar un ciudadano, que es capaz de dar su existencia por la patria. Una carga muy pesada que les toca llevar ahora a los familiares, que batallan cada día en búsqueda de justicia y al mismo tiempo, tratan de mantener viva la esencia de las víctimas, para que no sean olvidadas.

No obstante, todo lo anterior nos lleva a una pregunta que nunca ha encontrado respuesta, me refiero al ¿por qué como habitantes de la patria de Bolívar intentamos salvar la nación y fallamos? Respuestas, muchas y todas falsas, preferimos esconder la verdad, porque duele.

Es notorio que el venezolano trate de pasar página y diluye su desilusión entre conciertos musicales y bodegones, porque nunca nos hemos preocupado en formar ciudadanos capaces de entender su realidad, porque lamentablemente la mayoría de mis connacionales son acomodaticios, expertos en pastorear nubes y ávidos críticos de las acciones de otros, pero ineptos en tomar decisiones, porque creen que terceros deben resolver los problemas, que es responsabilidad de todos.

Volviendo a lo anterior, a pesar de la inmolación de aquellos jóvenes en pro de la patria, Venezuela sigue en el camino de la anarquía, la falta de credibilidad en sus instituciones y con un gobierno muy propenso a desconocer el camino democrático, en pocas palabras, la situación ha empeorado. Se siguen cometiendo atropellos porque es la codicia quien manda. No hay que olvidar el celo y el rencor que se sigue imponiendo en toda la sociedad, sacando a la luz nuestros pecados como comunidad, porque tapamos el sol con un dedo, ya que seguimos negándonos a aceptar la responsabilidad de nuestras acciones y de los hechos que se originaron con nuestras posturas.

Todos, absolutamente todos, por acción u omisión, somos los culpables de lo que le pasa al país. Pero los revolucionarios son los más responsables de todo lo que ha sucedido, porque jugaron a ser apóstoles para consagrar a un supuesto dios de los desamparados y olvidados, pero con un antepasado golpista, que lo peor de todo es, que se lo creía, pero cuando sus acciones se volvieron contra ellos, se reconfortaban pensando que no había sido culpa del proceso bolivariano, sino de la oligarquía, el imperio y cualquier excusa para no hacer frente a sus responsabilidades como gobierno. No se puede jugar a ser Dios y desentenderse de lo que se ha creado, porque llega el día, antes o después, que no pueden escapar de las cosas que han hecho.

Debemos aprender como nación que es nuestra obligación descartar a aquellos individuos que quieren llegar al poder a través de una retórica populista, porque en realidad no aman al país, sino a sí mismos. Como ciudadanos será lo más difícil que tendríamos que hacer, pero es lo más importante, poner a un lado a aquellas personas que no quieren, ni pueden ni saben cambiar, porque son oportunistas y no estadistas. Debemos creer más en nosotros como comunidad, luchando para imponer la verdad, para que la libertad tenga un campo fértil para que crezca en cualquier rincón del país.

Seguir nuestros instintos como venezolanos, para hacer todo lo posible para ganar el aprecio que rodea la libertad, la tolerancia y la convivencia. Luchar para defender una vida que nos merecemos, que todos tengamos igualdad de oportunidades, que sepamos valorar nuestros derechos y enfrentemos nuestros deberes con alegría, interés y compromiso. Esto sería un gran paso como nación, pero lo desolador de todo lo anteriormente descrito, es que no estamos listos para hacer frente a esa situación.

Nos cuesta cambiar lo que somos, porque aún nos aferramos a la llegada del mesías, que logrará resolver los problemas por nosotros. Porque lo que importa es que sea otro el que corra el riesgo, que sea otro quien tome las decisiones, que sea otro quien piense por nosotros, ya que no tenemos la capacidad de razonar ni de actuar. Somos capaces de soportar insultos, ser ignorados, regalar nuestra esencia y a veces la vida, pero con tal de evitar reflexionar y ejercer nuestra ciudadanía, por lo que muchos optan en ser conformistas, porque la verdad del país no es para todo el mundo.

Los revolucionarios se han dado cuenta que para hacernos olvidar la libertad, hay que ensuciarla y satanizarla y así, evitaremos apreciarla en su justa dimensión. Durante más de dos décadas, se han dedicado a deteriorarla para justificar que la única forma de gobierno que existe, es bajo sus reglas, es decir, el peculado de uso, el nepotismo, el tráfico de influencias, la corrupción, la falta de autonomía de los poderes públicos y la diosificación de los funcionarios de turno. Un cóctel que nos ha llevado a la realidad que vivimos en estos momentos. Pero muchos venezolanos han optado por dejar de buscar el pluralismo y la tolerancia, para esperar si por arte de magia vuelve a aparecer un salvador.

Pero debemos estar claros, que la democracia para que se sostenga necesita de la energía que le dan los ciudadanos para mantenerla viva. Para eso, hay que enseñar a la sociedad a ser pacientes, porque Venezuela necesita tiempo para su recomposición. No es solo cambiar un régimen por otro, no es tan fácil, sino es renovar la mentalidad del venezolano, para que superemos el cinismo, las envidias, las críticas en exceso y las exigencias de cualquier naturaleza.

Debemos identificar quienes nos mienten para manipularnos, solo con la finalidad de engañarnos en nuestra buena fe. Por lo tanto, hay que luchar contra la pretensión, la hipocresía, la deshonestidad y la adulación. Evitar a toda costa a aquellos que tratan de ser eruditos, citando solo frases de autores, pero incapaces de convertirlas en conocimiento. Porque en lo único que son buenos los populistas, es en crear conflictos innecesarios para justificar sus acciones sin sentido, además, de ser desleales y traidores por un lado y por otro, alaban hasta el aburrimiento a todo aquello que representa sus intereses mezquinos.

Hay que valorar la patria por encima de los gobernantes de turno, porque nuestras acciones como ciudadanos son lo que nos representa como venezolanos, no la cháchara interminable a través de interlocuciones fastidiosas e incoherentes. Solo creyendo en nuestras potencialidades como hombres y mujeres de esta patria, podremos construir la nación que nos merecemos, ya que al final, lo que importa es tener conciencia de libertad y una voz en nuestro interior que nos señale que la paz, la tolerancia, el libre albedrío y la soberanía, serán nuestra hoja de ruta para rescatar la democracia. Por lo tanto, debemos incentivar la autodeterminación, para marcar la diferencia con la dictadura.

Sin embargo, por encima de todo, debemos valorar la vida, que es lo más valioso que tenemos como seres humanos, por lo tanto cuando vemos que miles de venezolanos se han sacrificado para que el resto del país pueda vivir en libertad, es cuando nos damos cuenta de todo lo que hemos perdido como nación en estos últimos años. Pero si leemos la letra pequeña de todos los acontecimientos desde 1992 hasta ahora, podemos deducir que todo se reduce a lo más esencial, que no era otra cosa que la revolución bolivariana tenía como finalidad asaltar el poder, manejar los recursos del Estado e imponer un régimen que estuviera por encima de las decisiones de los ciudadanos.

Lamentablemente, muchas de las palabras expuestas anteriormente pueden molestar a algunos compatriotas, pero cuando volvamos a poner por encima de la adoración y la ceguera ideológica los intereses de la patria, saldrá de nuevo a flote la lucidez, la certeza y la sencillez, que nos permitirá construir un nuevo proyecto de república.

Para concluir, no debemos olvidar que los populistas se esmerarán en todo momento en modificar el comportamiento de los ciudadanos, esgrimiendo armas como el miedo, la incertidumbre y la división en la sociedad, porque es público, notorio y comunicacional, que el proceso bolivariano se hunde en las arenas movedizas de la incompetencia, la corrupción y la demagogia. ¿Qué debemos hacer? Evitar la violencia, luchar en paz por nuestros derechos, hacer frente a nuestra obligaciones y valorar la vida por encima de todo, para construir el país que nos merecemos.

 

 

 

 

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