El cine americano, y el cine a secas , tiene una deuda eterna con el cine americano de los años setenta. Porque toda esa época, que comienza, por ponerle una fecha en 1967 con Bonnie and Clyde, tendrá una gravitación mayor en todo el cine futuro.
El momento histórico presagiaba la perfecta tormenta cultural. Un país entrampado en una guerra impopular y lejana, un presidente hábil y tramposo al mando y una industria que no había sabido leer los cambios culturales y que veía sus arcas vaciarse frente a la televisión. Entonces llegaron ellos. Eran un grupo inconexo de jóvenes que había estudiado el cine de sus mayores (y de los europeos), y que había hecho sus primeras armas con películas de bajísimo presupuesto de la mano del productor más pichirre de la historia del cine, Roger Corman.
La historia es apasionante pero una película sobresale entre todas. Todo se originó en una historia de la mafia, escrita a regañadientes por un novelista sin éxito y muchas deudas llamado Mario Puzo, el primer sorprendido por los millones (entre 20 y 30 ) de copias vendidas. La historia está bien contada en su libro El padrino y otros papeles. Puzo vendió el libro por una bicoca y otro joven ambicioso llamado Francis Ford Coppola la transformó en un clásico. No era para menos.
La película era una tragedia de poder, de luchas intestinas e intrigas palaciegas, en medio de las cuales el joven Corleone, que no quería seguir en el negocio familiar, terminaba arrastrado y capitaneándolo. El éxito fue tal que una segunda parte era inevitable.
Si el primer Padrino marcaba el ascenso de Michael, el segundo lo mostraba firme en su papel trágico, buscando consolidar su poder y eventualmente, volverse respetable. Fue tan buena o mejor que la primera. La tercera parte, 18 y 15 años después de la primera y la segunda, buscaba volver sobre la primera ambición de Michael. Ser un hombre de negocios respetable, manejando un imperio legal. Pero, recordemos que estamos en una tragedia, las circunstancias se lo impedían. Comparada con sus hermanos mayores El padrino III perdía, en parte porque el vínculo entre el sobrino recién llegado (Andy Garcia) y Michael no parecía verosimil. Pero además porque la interpretación de Sofia Coppola, hija de Michael era imposible. La reflotaban sin embargo el oído fino de Puzo y Coppola para el momento político, los escándalos del Vaticano y la gravitación de la mafia en la política italiana. Tuvo una vida aceptable, y le permitió a Coppola un segundo aire que duraría muy poco antes de pasar a producciones inexplicables comparadas con sus pasados arranques de genio.
No hay después de todo tantos cambios en esta “coda”. Apenas un foco especial en el conflicto Vaticano, es decir, en la parte política del asunto. Y un aligeramiento de la imagen final. Esto tiene la virtud de poner en primer plano la ambición de Michael y completar ese periplo trágico y ese infierno de poder del cual no puede salir y maldice a su familia. Es ocioso discutir cuál de las dos versiones es la mejor. No es una mala película. Lo que ocurre es que inevitablemente compite con dos pesos mayores del cine mundial. Y pierde. No por knock out, es cierto, pero sí por puntos.
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