No ocurrió en el siglo XVIII sino en el XX: muchos chicos, adolescentes, amigos de mis hijos se refugiaban en mi casa huyendo, aunque fuese momentáneamente, de los nudos y los acosos paternos que les impedían querer ser actores, poetas, aviadores o bailarines. Buscaban la figura del padre que ellos habrían querido encontrar en mí. Bastaba con tener una mente más abierta, valorar los deseos de aquellos chicos que al crecer se convirtieron en ciudadanos dueños de una sorprendente dignidad. Resultaba evidente que aquellos padres eran malos padres. Obedecían a sus propios e innegables roles de seres activos en la procreación, dominantes, pero figuras castradoras. Seres que ejercen una autoridad en todos los campos de la vida humana: en la educación de los hijos, en la concesión de los empleos; integran la fuerzas armadas, son la ley. En nuestra imaginación y vocación religiosa y espiritual Dios es decididamente masculino. Es un viejo de barbas que aparece siempre sentado en una especie de trono como Júpiter.
No me gusta ese padre que frena cualquier intento del hijo por querer ser independiente. El padre celoso, que vigila los pasos del hijo, sus impulsos, el entusiasmo espontáneo. Ese padre representa el viejo orden autoritario opuesto a la frescura de una fuerza que emerge.
Pero pasa junto a la madre como la piedra fundacional de la familia, la fuente del orden social, es el pasado pero es también el futuro. Cuando el hijo es niño, el padre es un héroe, es un ideal. A medida que crecemos, el padre heroico de ayer aparece disminuido, ajustado a su verdadera talla humana. Pero si se trata de Bolívar, Guzmán Blanco, Juan Vicente Gómez o Hugo Chavez serán padres de la patria, benefactores, nuevos héroes de las Termópilas.
Se habla de paternidad irresponsable y en el país venezolano son muchos los padres que reciben esa deplorable distinción. Son ellos quienes establecen la brecha generacional. Se empeñan en no reconocer los anhelos de sus hijos. Yo veo al hijo adolescente tendido en su cama, mirando el techo con los ojos abiertos, desconcertado porque no sabe qué va a ser de su vida, qué ocurrirá con su sexualidad. Es aficionado a una música estridente que enerva al padre que llega a casa deshecho y fatigado del trabajo manual o de la oficina. Ve al hijo allí tendido y ocioso escuchando maullidos vocales y se encrespa porque a él solo le gusta Billo y detesta encontrar al hijo convertido en un vago. No es capaz de entender que el hijo está haciendo lo que tiene que hacer, es decir, desconcertarse, no hacer otra cosa que preguntarse qué le deparará la vida.
Hoy se celebra el Día del Padre. No atino a saber a cuál padre nos estamos refiriendo o a cuántos excluimos del festejo. No creo ser yo mismo buen padre, pero son muchos los jóvenes que se me acercan para decirme que soy el padre que ellos habrían deseado tener.
Recuerdo que en Puerto Ordaz, en un programa de entrevistas de radio a una hora estelar, pedía a los padres que no torturaran a sus hijos, que les evitaran sermones y reclamos; que no los llevaran tan niños a la iglesia porque aún no tenían pecados que confesar. En una palabra: ¡que los dejaran en paz! Y un radioescucha llamó para decir que no era ese tipo de padre y le respondí en el acto que el hecho de llamar diciendo que no era mal padre constituía la mejor prueba de que era un padre irresponsable porque no siéndolo no tenia ninguna necesidad de decirlo.
¡Somos patéticos! Bolívar sigue siendo el gran padre, sus ideas y gestos políticos pertenecen a un pasado glorioso que permanece detrás dignamente marcado por la historia pero no nos deja avanzar con nuestros propios pies. Personalmente, me siento condenado, atado con cadenas al banco de una nueva Iglesia porque los regímenes políticos más conservadores, fascistas, han ensalzado patrióticamente a Bolívar hasta convertirlo en un talismán.
Quiero ser moderno, manejar nuevas ideas, navegar en mi computadora, bajar periódicos de Australia. El tiempo de Bolívar o de Carlos Soublette es el tiempo del tinajero; el de Gómez, del telégrafo. Hay una sonda que está viajando hacia Saturno; el vuelo de Lindbergh piloteando el Espíritu de Saint Louis sobre el Atlántico quedó en el pasado; Enrico Caruso dejó de cantar físicamente en 1920 y el pensamiento aristotélico, es una reliquia. ¡Dejemos en paz a nuestros héroes!
¡Lo que deseamos en esta aciaga hora bolivariana es ser mejores padres!
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