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May 12, 2025


El origen de la calamidad venezolana

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Provea: Maduro solo garantiza al país miseria y pobreza

Después de dos intentos fallidos de golpe de Estado y la destitución de Carlos Andrés Pérez en un pacto entre AD, Copei y algunas individualidades, comenzó la tragedia que hoy consume a Venezuela. Al mirar atrás, es evidente que fue entonces cuando se desataron los demonios que nos tienen atrapados en una de las mayores calamidades políticas y sociales que haya vivido nación alguna.

En 1998, Hugo Chávez, capitalizando el descontento popular, ganó las elecciones y estableció lo que él denominó una “revolución bolivariana”, pero que no fue más que el inicio de una tiranía constitucional. Han transcurrido 26 años desde entonces, y con la complicidad de las armas y el secuestro de los poderes públicos, el régimen ha permanecido inamovible. Las instituciones internacionales han señalado repetidamente los vínculos del gobierno venezolano con actividades delictivas como el narcotráfico, pero eso no ha bastado para sacarlo del poder.

La esperanza de un cambio pareció cobrar fuerza el 28 de julio de 2024, cuando la oposición derrotó por amplio margen al candidato oficialista en las urnas. Sin embargo, las Fuerzas Armadas, lejos de cumplir su deber constitucional, optaron por preservar sus privilegios económicos antes que salvar a la patria. Liderados por Vladimir Padrino López, un ministro de la Defensa perpetuado en el cargo “hasta que le dé la gana”, y respaldados por una élite militar corrupta que controla desde negocios ilícitos hasta ramas esenciales del poder, el régimen de Nicolás Maduro y su círculo cercano se ha mantenido ilegalmente en el gobierno.

La traición de los uniformados a la voluntad popular ha sido el principal pilar de la permanencia de este régimen que, lejos de buscar soluciones, hunde al país cada día más en la miseria y el autoritarismo. Mientras los generales miran hacia otro lado, beneficiándose de sus negocios y prebendas, millones de venezolanos sufren el peso de una crisis que no parece tener fin.

Es imposible no preguntarse: ¿qué habría pasado si en aquel momento de 1993, cuando comenzó la fractura institucional, las élites políticas hubiesen optado por otro camino? Pero más importante aún: ¿seremos capaces de torcer la historia y recuperar lo que queda de nuestra nación? La respuesta, aunque incierta, es lo único que mantiene viva la esperanza de un pueblo que no deja de luchar.

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