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El orgullo de una tierra que late en el corazón

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Un privilegio que va más allá de una nacionalidad. Sentir en la piel el calor de los amaneceres llaneros, la brisa fresca de las montañas andinas y el abrazo cálido de las costas caribeñas. Llevar en el alma la fuerza indomable de quienes han forjado la historia con pasión, coraje y esperanza. Ser venezolano no es azar, sino un destino que vincula a una tierra fértil en sueños, desafíos y valentía.

Cuando se piensa en Venezuela, sus ríos caudalosos, selva impenetrable y tepuyes que, como gigantes guardianes, se yerguen para contar historias de millones de años. Ciudades vibrantes, música que brota del arpa, cuatro, maracas, tambores y gaita. La sonrisa de su gente, dispuesta a compartir una arepa, empanada, majarete, papelón con limón, y ofrecer un gesto amable de solidaridad. Acurrucar cada rincón, disfrutar del sol abrasador del Zulia, y escudriñar los misterios profundos del Orinoco; desde el occidente amable, gentil, maravilloso, educado; al oriente dicharachero, ocurrente, extraordinario, afable, hasta el norte y sur, es territorio cariñoso, repleto de afecto y gente buena. 

Herederos de una historia que se escribe con sacrificios y logros monumentales. La lucha por la independencia liderada por el imponente Simón Bolívar, hasta el día a día de millones que, con esfuerzo y tesón, construyen un futuro para las generaciones venideras. Un espíritu que impulsa a levantarnos, incluso en momentos oscuros, cuando el horizonte es distante y las fuerzas flaquean. Porque, con todo y cicatrices, es resiliente. Caemos, pero nos levantamos con ánimo y fuerza.

Cuna de poetas, escritores, artistas y soñadores que, a pesar de la adversidad, lograron plasmar en palabras, lienzos y melodías, la esencia de lo que significa ser venezolano. Letras de Ida Gramcko, Andrés Bello, Andrés Eloy Blanco, Rómulo Gallegos, Arturo Uslar Pietri, Miguel Otero Silva, Rafael Cadenas, que conmueven con su amor a la patria; pinturas de Martín Tovar y Tovar, Cristóbal Rojas, Armando Reverón, Tito Salas, Arturo Michelena, Jesús Soto, Carlos Cruz-Diez; y la poesía de Aquiles Nazoa que recuerda la vida, por dura, tiene una chispa de humor y esperanza.

Pero más allá, es ser parte de una comunidad que, en los momentos duros, crueles y ásperos, se une en un lazo inquebrantable de hermandad. Hijos del Ávila y soñadores de una amanecida en Canaima, todos sienten el alma vibrar al ritmo del joropo. Aquellos que, con un gesto cordial en el rostro, enfrentan desgracias e infortunios con dignidad y la esperanza de que mañana será mejor.

Un camino lleno de obstáculos. Pero es precisamente en la adversidad donde el venezolano se crece. Como el sol que encuentra la manera de brillar tras las nubes, el espíritu de la venezolanidad siempre resplandece, transformando las dificultades en oportunidades para renacer. Entender que, aunque las fronteras nos separen, el amor por nuestra tierra nos mantiene unidos. Recordar con nostalgia el aroma del café recién colado, las risas de la familia reunida, los colores del cielo al atardecer, y saber que, aunque lejos, eternamente la llevaremos en el corazón.

Hoy, más que nunca, ser venezolano es un acto de amor, fe y esperanza. Es creer en un futuro de excelencia, nuevas vías y amaneceres donde florezca la prosperidad y libertad, en la cual raíces profundas se mantengan firmes y los sueños se eleven tan alto como el Salto Ángel, majestuoso y libre. Somos hijos del Arauca vibrador, de una tierra bendecida, de contrastes, riquezas naturales y de un pueblo que demuestra su tesoro, su gente.

Venezuela, gracias por ser nuestro hogar, tierra que nos vio nacer y recibirá al morir. Agradecido por inspirar el orgullo inmenso de gritar a los cuatro vientos: ¡Soy venezolano!

@ArmandoMartini

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