OPINIÓN

El optimismo de Voltaire

por César Tinoco César Tinoco

El segundo significado que le atribuye el diccionario de la Real Academia Española al optimismo es: «doctrina que atribuye al universo la mayor perfección posible».

Lo que escribo ocurrió entre 1646 y 1778, un periodo de 132 años hace 377 años, pero también ahora mismo en 2023 y en Venezuela.

¿Cuál es la diferencia, desde la perspectiva de la filosofía moral, entre el optimismo de nuestros empresarios e industriales por un lado y el de, por ejemplo, María Corina Machado?, ¿se trata acaso del mismo optimismo?

Ya conocemos el optimismo de María Corina Machado. Hablemos del otro.

En filosofía el término surgió para designar la concepción que defendía Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716) en su Teodicea, y en la que quería explicar el problema de la existencia del mal en un mundo creado por Dios, dado que consideraba que Dios es, a la vez, creador, omnisciente, omnipotente, eterno y suma bondad. Sostenía Leibniz: «vivimos en el mejor de los mundos posibles».

En consecuencia, surgió la siguiente polémica: si Dios es suma bondad, ha de querer el mejor mundo posible y, si es creador y omnipotente, ha podido realmente crearlo. Pero, si no se ha equivocado voluntariamente, y dado que es omnisciente, sabe desde toda la eternidad (puesto que es eterno) que en el mundo que ha creado se dan y existen el dolor, la enfermedad, la injusticia, las guerras, los oprobios, los infortunios, las catástrofes, la corrupción, la hiperinflación, la depresión económica, el total colapso de los servicios públicos y la violación de derechos humanos. En definitiva: el mal.

Entonces, ¿cómo conciliar este hecho patente (el mal) con los mencionados atributos divinos?

De acuerdo con Leibniz, la existencia del mundo real y del mal debe entenderse como la mejor garantía de un bien mejor, a saber, la libertad. Ello es así porque en un mundo sin defectos no habría posibilidad de elección, ya que todo estaría orientado hacia la perfección (como única alternativa) y, por tanto, no habría libertad (la posibilidad de escoger entre diferentes alternativas).

De entre los críticos a esta concepción leibniziana destacaron, en su época, Nicolás Malebranche (1638-1715) y Christian Crusius (1715-1755).

Posteriormente François-Marie Arouet (1694-1778), más conocido como Voltaire, ridiculizó la teoría de Leibniz en su obra Cándido, donde se burla de Leibniz y de la tesis subyacente en su Teodicea (aquella de «vivimos en el mejor de los mundos posibles»). Ante esto Voltaire tiende más bien a observar la historia desde una perspectiva distinta al optimismo leibniziano, desde un punto de vista más humano y menos divino, señalando que los males que nos aquejan son, en su mayoría, fruto de la imbecilidad humana. En tal sentido, Carlo María Cipolla (1922-2000) acaso hubiera estado de acuerdo con Voltaire y tan solo hubiera cambiado “imbecilidad” por “estupidez”.

No obstante, ante la existencia de catástrofes naturales, se manifestó nuevamente la visión opuesta de Voltaire al optimismo de Leibniz, misma que la tesis leibniziana del mejor de los mundos posibles no podía ni modificar, ni siquiera suavizar.

Según Gabriel Andrade, la advertencia de Voltaire no radica en la lógica, sino en la sociología. A Voltaire no le preocupa la irracionalidad de justificar a Dios, pues de hecho, realmente no intenta refutar la argumentación de Leibniz. Andrade plantea que lo que sí le preocupa a Voltaire es el uso social que se le puede dar a la concepción según la cual vivimos en el mejor de los mundos posibles (Andrade, G. (2010). “Dos perspectivas sobre el problema del mal: la Teodicea de Leibniz y Cándido de Voltaire”. Revista De Filosofía, Volumen 27, Numero 64., pp. 25 – 47).

Mi tesis es que lo planteado por nuestros empresarios e industriales con su optimismo, es que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Tal afirmación, por supuesto, no es vana y persigue un fin: la coexistencia armoniosa entre el bien y el mal. En palabras más llanas: se trata de una postura que no busca erradicar el mal.

Andrade, nacido en Maracaibo, es Sociólogo con Maestría en Filosofía y Doctor en Ciencias Humanas y es (o fue) profesor en la Universidad del Zulia.

Volviendo a Andrade: “a Voltaire le preocupaba más el valor pragmático que el valor de verdad de la Teodicea de Leibniz. Si aspiramos combatir el despotismo, la intolerancia y la miseria, debemos empezar por reconocer que este mundo, además de no ser el mejor, puede ser mejorado”.

Por cierto, el hecho de que se hayan ido 7,7 millones de venezolanos según Acnur, abona muy poco en favor de la tesis de que “Venezuela es el mejor mundo posible” o de que puede llegar a serlo en lo inmediato. El hecho de que nuestros conciudadanos hayan emigrado, apunta más bien a que “hay mundos mejores”.

En el párrafo final de su trabajo Andrade afirma: “La respuesta más atractiva al problema del mal sigue siendo la propuesta de Voltaire: no hay respuesta. Y, en función de ello, antes de preguntarnos por qué Dios (si acaso existe) permite el mal, conviene más bien preguntarnos qué podemos hacer nosotros para intentar erradicar ese mal”.

La diferencia entonces, considerando la filosofía moral, entre los dos optimismos es que uno plantea la coexistencia con el mal, mientras que el otro plantea erradicarlo.