Dice un viejo refrán, siéntate en la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo. Sabia reflexión pues la persecución obsesiva de quien nos afrenta consume, nubla el juicio y absorbe la energía vital.
En el ámbito privado, cultivar el odio, envenena, dosis progresiva de arsénico que mata tarde o temprano. Pero el daño es particular. El problema es trasladar el odio a la cosa pública y a la política.
En el Perú, el encono contra Fujimori y su hija le quita racionalidad a la lucha política. Imposibilita los pactos, consustanciales a la democracia, en especial cuando los partidos y facciones son todos minoritarios.
Las bajas pasiones son el hilo conductor de la crisis. Permitieron encumbrar a un filo senderista a la presidencia, cuyos designios totalitarios y homicidas colapsaron por una combinación de buena suerte e ineptitud. Pero aún no salimos de peligro y Los Odiadores trabajan sin descanso, repartiendo su ponzoñoso veneno, sin tregua.
Mal de muchos, consuelo de tontos, ya lo sabemos, pero la exaltación del odio como virtud es mundial, un virus contemporáneo, peor que el covid-19, parecido en su letalidad más a la Muerte Negra del siglo XV.
Estados Unidos vive un brote particularmente agresivo del virus del odio, como las últimas noticias demuestran. La más comentada es la acusación penal en contra del expresidente Trump presentada por el fiscal general (estatal) de Nueva York.
El caso se remonta a pagos realizados a una actriz de películas pornográficas conocida artísticamente como Stormy Daniels, quien, en plena campaña electoral aceptó guardar silencio mediante a cambio de dinero. Dicho en cristiano, Stormy demandó plata para quedarse muda y Trump, por medio de un exabogado suyo (Michael Cohen, posteriormente procesado), accedió pagarle y le encargó ocuparse del asunto. El pago fue registrado en la contabilidad de una de las empresas de Trump como gastos legales.
Según el fiscal, este registro contable es falso, pues, en realidad, se trataría de un gasto electoral, dado que las declaraciones de Stormy podían influenciar los votos en las elecciones (2016). Según la tesis fiscal se trataría de un gasto de la campaña.
De acuerdo con las leyes de Nueva York, este registro indebido sería, en todo caso, una mera (misdemeanor) y no un delito (felony), cuyo plazo de prescripción venció hace varios años. Entonces, para presentar su acusación, ha teorizado que esta falta se convierte en delito porque fue cometida para ocultar otro delito sobre la legislación electoral federal. Aquí el problema para el fiscal es triple:
Primero, ninguna autoridad competente ha acusado a Trump de violar la legislación electoral. Entonces, no existe un delito oculto excepto en la imaginación del fiscal.
Segundo, en todo caso, esta legislación electoral es federal, no estatal. Un fiscal del estado de Nueva York no puede reclamar el cumplimiento de leyes federales, para eso hay fiscales y jueces federales. Separación de poderes y federalismo le llaman a este principio.
Tercero, con base en una teoría legal similar, se acusó al exsenador y candidato presidencial demócrata John Edwards, quien utilizó fondos de su campaña para comprar el silencio de una amante sobre un hijo extramatrimonial. La conclusión judicial fue que hay muchos motivos no electorales para ocultar esa información, el más obvio, el hecho de que Edwards era un hombre casado. Trump también es casado y es razonable suponer que no desea que la prensa le refriegue en el rostro de Melania sus sacadas de los pies del plato. Motivo suficiente para acceder a lo que en la práctica era una extorsión de una actriz porno.
Es obvio que esta acusación no descansa en un sesudo análisis jurídico sino en el odio malsano que despierta Trump en sus adversarios políticos. No sólo lo quieren vencer, quieren que se pudra en una cárcel, quieren verlo sufrir, que desaparezca de la faz de la tierra, borrarlo de los libros de historia, etcétera.
Pero el odio, mal consejero es. En primer lugar, las acusaciones, como hemos explicado, son débiles. Un jurado en Nueva York podrá quizá condenarlo, pero el tema no acabará ahí e inevitablemente saltará a cortes federales y eventualmente a la Corte Suprema, además de su apelación.
En cuanto a lo político, la acusación está unificando al Partido Republicano alrededor de Trump, sepultando las chances incipientes y difíciles del gobernador de Florida, Ron DeSantis.
Pero, lo más grave es que, como ordenan las leyes de la física, habrá una reacción, cuyo alcance es difícil de prever.
Las consecuencias más evidentes serán acusaciones contra de Hunter Biden, toxicómano envuelto en negocios turbios hechos a la sombra del padre, involucrando intereses chinos y ucranianos. Otro blanco evidente es la Fundación Clinton, con Bill, Hillary y Chelsea. Esta entidad ha recibido cientos de millones de dólares a lo largo de los años, pagos legales que, un fiscal acucioso y con ganas de fregar puede convertir en coimas, sobornos y extorsiones.
La crisis política que vive Estados Unidos es el reflejo de un país dividido en dos bandos, que en estos momentos no tienen puntos de encuentro. La pasión política hace que demócratas y republicanos se opongan a lo que propone el otro. Esta acusación lo único que logrará es acentuar esta dinámica y promover venganzas y represalias, que pueden culminar en estallidos de violencia de proporciones insospechadas.
Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú