OPINIÓN

El odio a la mujer en la raíz del extremismo violento

por Bruna Camilo y Michele Bravos / Latinoamérica21 Bruna Camilo y Michele Bravos / Latinoamérica21

En 2023 hemos asistido a un creciente debate sobre la misoginia y la propagación del discurso masculinista en la internet brasileña. Grupos masculinistas, es decir, niños y hombres que menosprecian y odian a las mujeres a partir de una lógica misógina, han conquistado espacios en canales de YouTube, plataformas de juegos en línea, grupos de aplicaciones de mensajería, foros y blogs con un discurso marcado por el resentimiento.

Está claro que el resentimiento es lo que une no sólo a los grupos misóginos, sino a la extrema derecha en su conjunto. El descontento ante el avance de los derechos de las mujeres, los derechos de las personas LGBTQIA+ y los derechos de los hombres y mujeres negros, por ejemplo, organiza a estas personas en una revuelta violenta porque, para un misógino, estos avances traen consigo una sensación de regresión en los derechos de los hombres y una reducción de su masculinidad.

Para los grupos misóginos, las mujeres son las grandes enemigas de la sociedad y deben ser devueltas a espacios privados de sometimiento. Para ellos, las mujeres son aprovechadas, manipuladoras, interesadas y merecen todos los castigos posibles. El odio se extiende a las mujeres de extrema derecha, una política habitual de los grupos misóginos. Son las «conservadoras» que no merecen estar en posiciones de poder, aunque sean una herramienta para difundir el discurso sexista.

Impulsados por estas ideas en un entorno virtual que fomenta la misoginia en lugar de frenarla, niños y hombres ya insensibilizados -y por tanto más vulnerables a los discursos extremistas violentos- se encuentran con comunidades virtuales que albergan su resentimiento, así como sus sentimientos de no pertenencia, rechazo e indignación hacia las instituciones. En el entramado de estos grupos masculinistas se encuentran concepciones distorsionadas del género y la sexualidad, componentes esenciales para entender la identidad de un individuo y, por tanto, tan presentes en los discursos de radicalización.

En el entorno virtual, por ejemplo, existen comunidades de incels, célibes involuntarios, niños y hombres que se sienten rechazados sentimentalmente por no ajustarse a una norma social. Para ellos, existe una regla que rige un supuesto «mercado sexual», que describe las relaciones de atracción entre hombres y mujeres. La regla, conocida como «80/20», supone que 80% de las mujeres sólo se sienten atraídas por 20% de los hombres considerados socialmente superiores. Este 20% son los hombres «alfa» y el otro 80% son los hombres «beta».

Así, lo que antes eran conceptos utilizados por los masculinistas se han convertido en movimientos, como es el caso de redpill y blackpill. Ser «redpilled» significaba despertar a la verdad, en referencia a la película Matrix cuando el personaje Neo tiene la opción de tomar la píldora azul y permanecer ignorante o elegir la píldora roja y conocer finalmente toda la verdad. Para estos grupos, la verdad es que la sociedad está dominada por las mujeres, que tienen ventaja sobre los hombres. La píldora negra, en cambio, representa un enfoque más fatalista, pues cree que no hay forma de cambiar la sociedad y que están destinados a la exclusión, por lo que renuncian a las relaciones románticas con mujeres y a menudo contemplan el suicidio.

Es en este contexto en el que la comercialización de la misoginia a través de la venta de cursos sobre «cómo conquistar a una mujer», «cómo ser un hombre de éxito» y «cómo atraer a la mujer adecuada» debería sonar como una advertencia. A primera vista pueden no suponer mucho riesgo, pero son una puerta de entrada -ahora explícita y legitimada- a un proceso de radicalización, ya que están impregnados de incitación a la subordinación de la mujer -que en el futuro conduce a la discriminación de otros colectivos- en un entorno virtual que opera como aliado de la misoginia y de todo tipo de odios.

De lo online a lo offline

No es posible afirmar que todos los miembros de un grupo masculinista en línea, que posiblemente expresan discriminación en el entorno virtual, practicarán la violencia en el mundo fuera de línea. Sin embargo, cuando se unen a estos grupos, sus miembros tienen el sentimiento de rechazo -común en sus trayectorias- movilizado para odiar a grupos minoritarios, además de estar expuestos a una idolatría de aquellos individuos que una vez «se rebelaron contra las instituciones/el sistema» y llevaron a cabo un ataque offline (la mayoría de las veces contra escuelas).

El caso de Suzano en la ciudad de Sao Paulo en 2019, cuando dos jóvenes atacaron una escuela dejando 8 muertos y 11 heridos, es un ejemplo de esta conexión. Hay indicios de que uno de los autores buscó información en un foro incel para planear el ataque.

La investigadora Mariana Valente, autora del libro Misoginia en Internet, nos recuerda la importancia de percibir los entornos online y offline como un continuo el uno del otro. Esto ayuda a comprender la enmarañada historia de chicos y hombres resentidos que, en el proceso de radicalización hacia el extremismo violento, se ven incitados a trasladar su odio de lo online a lo offline, lo que luego repercutirá online, retroalimentando la violencia.

Disputa por el espacio en línea

No es posible decir si hay «perdedores» o «ganadores» en el ciberactivismo. Lo que está en juego es la disputa por la narrativa y los espacios de debate y poder. Esta disputa involucra la producción de contenidos y noticias, que llegan a nuestras manos en cuestión de segundos y muchas de las cuales se configuran como fake news, caracterizando así lo que llamamos «posverdad».

En este contexto sigue aumentando las disputas entre la búsqueda de mayores derechos para los grupos históricamente subalternizados y violentados y una ofensiva neoliberal y radicalizada que odia especialmente a las mujeres, a las personas LGBTQIA+, a las personas negras y no se preocupa por los altos números de feminicidios, lgbtfobia y racismo.

Por lo tanto, es necesario formular estrategias de prevención de la radicalización, políticas públicas transversales a la educación y a la asistencia social, sin miedo a hablar de igualdad de género y de otras masculinidades posibles, alejadas de un patrón que se expresa a través de la opresión del otro. También hay que mirar más de cerca lo que los jóvenes buscan en las redes sociales, proponiendo alternativas que los alejen del camino de la radicalización. Además, hay que incluir a los adultos en el debate para que reflexionen sobre su papel en la construcción de una sociedad no resentida.


*Este texto forma parte del proyecto (Re)connecting: bringing people together to overcome violence in schools, llevado a cabo por el Instituto Aurora, con el apoyo institucional de L21. Para apoyar la iniciativa, visite: https://bit.ly/projeto-reconectar

Bruna Camilo es doctora en Ciencias Sociales por la PUC Minas. Máster en Ciencias Políticas por la UFMG. Miembro de la Asociación Visibilidad Mujer. Investiga sobre género, misoginia y extrema derecha.

Michele Bravos es directora ejecutiva del Instituto Aurora de Educación en Derechos Humanos. Máster en Derechos Humanos y Políticas Públicas por la Pontificia Universidad Católica de Paraná (PUCPR).